Opinión
Aquí no pasa nada
Por Carlos Pardo Viña | Escritor y periodista
Los militares diseñaron y ejecutaron una estrategia criminal para asesinar jóvenes y hacerlos pasar como guerrilleros. No contentos con sus acciones, construyeron un entramado judicial y administrativo para que los crímenes permanecieran impunes. Las cifras más conservadoras hablan de 6.400 jóvenes asesinados por el ejército durante el gobierno de Álvaro Uribe. Esto no es una opinión, es un hecho comprobado; sin embargo, y pese a los señalamientos de la Justicia Especial para la Paz que descubrió la tramoya de los tristemente llamados falsos positivos, la verdad es que muchos de esos actos de horror no tendrán castigo. Sólo algunos están documentados y los muertos, con el tiempo, serán una cifra más, un dato más en las estadísticas. Pese a esta tragedia, aquí no pasa nada. Seguramente la culpa es de Petro, como dicen los uribistas que siempre encuentran la manera de poner la responsabilidad en otros para dejar incólumes sus políticas de odio y sangre.
Colombia es el país del mundo con mayor número de muertos por Covid, por cada cien mil habitantes. El deshonroso lugar habla del fracaso absoluto de todas las políticas ligadas a la emergencia sanitaria desde su aparición. Decenas de miles de colombianos hemos visto cómo la vida de nuestros seres amados se apaga en medio del ahogo y la impotencia de no conseguir una bala de oxígeno, una cama, un respirador. La crisis sanitaria y económica que deja cada vez más muertos y más pobres, la opacan con comerciales de Yo me la pongo, yo me la pongo, yo me la pongo, me la pongo ya… como si cualquiera pudiera vacunarse, como si fuera fácil, como si el mejor plan de vacunación del mundo fuera en realidad masivo, como si hubieran comprado las vacunas para toda la población. Las muertes no son culpa del fracaso de todas las políticas gubernamentales sino, seguramente, como dijo el presidente Duque, la responsabilidad recae en el paro y la primera línea.
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La protesta social, que quiere ser ahora regulada en función de los intereses políticos de turno, deja un panorama igual de desolador. La Corte Interamericana de Derechos Humanos comprobó los abusos, los asesinatos, las desapariciones. Aún no se sabe el paradero de 84 personas. Ya aparecerán en los ríos o desmembrados en cualquier lote. Y aún así, aquí no pasa nada. Que la gente proteste sin capucha, dice Duque. Y uno piensa, en qué mundo vive ese señor… si con capucha los matan y los desaparecen, no me imagino sin ellas. La capucha no es para esconder la verdad, es para proteger la vida, porque en este país a los líderes y lideresas sociales, a los líderes y lideresas ambientales, a los que levantan la voz, los matan. Y nadie dice nada. Aquí no pasa nada.
Los hechos nos sobrepasan y para cada uno existe una narrativa, una manera diferente de contar el cuento, de tal manera que creamos que vivimos en el mundo de las hadas y que las tragedias son culpa de quienes no están en el poder, porque los gobernantes, sabios infinitos y herederos de la pureza, todo lo hacen bien y son asediados por intereses malsanos que no los dejan transformar el país y llevarnos a los reinos de Alicia.
Un buen jingle, un buen diseñador gráfico (preferiblemente no los de la fiscalía), un buen discurso, son suficientes para intentar ocultar la tragedia. Estamos en una explosión de emprendimiento, dice Duque, este es el mejor plan de vacunación del mundo, dicen sus áulicos, los bajos niveles de educación son por culpa de los profesores adoctrinadores, dicen los uribistas, gran inauguración de la segunda línea del metro de Bogotá, dicen los carteles gubernamentales.
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Ante tanto discurso, ante tanto cuento, no entiendo cómo no estamos sentados en el G8 como merecen los países del primer mundo. No lo somos y seguramente la culpa es de la izquierda y de los pobres resentidos que no dejan que el país avance y que llegue el preciado desarrollo social, humano, ambiental y político de los que tanto hablan en las arengas electoreras.
Vivimos una tragedia social espantosa. Pero aquí nada pasa.
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