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A la sombra del pánico

A la sombra del pánico

Nos cuesta entender porque un virus que no fue creado por nosotros, sea tan profundo e invada de forma prolongada nuestros territorios, el cual nos lleva a vivir situaciones tan difíciles y complejas en un país que no tiene horizonte ni caminos marcados, pues sus gobernantes y élites parecieran sentenciarlo a un proyecto de la guerra, la acumulación de poderes y la corrupción en todas sus dimensiones. Aunque, es complejo pedirle a un gobierno, que no sabe llevar los rumbos de una nación, logre tomar decisiones sensatas y acertadas en medio del miedo, la histeria y el pánico generalizado que consume la sociedad. 

Es inaudito aceptar la irresponsabilidad de unos cuantos que no asumen con la mayor seriedad los daños colaterales por cada contagiado en estos momentos. Ni justificar la incapacidad de las instituciones y sus gobernantes, pues no saben cómo planificar alguna salida o alternativa, en caso de que el brote se generalice e invada los diversos rincones de nuestras calles, toque a las familias y afecte de forma directa los intereses de los de arriba. 

Tal vez es el instante necesario para entender el daño profundo que le hemos hecho a nuestra madre naturaleza con la desbocada racionalidad económica, la avaricia y el deseo negativo por el dinero, el poder y la soberbia de mandar sin obedecer las luchas de los de abajo, ha sido parte del legado de las élites de imponer una voluntad sesgada de violencia cueste lo que cueste. Ahora, podríamos reconocer y aprender de la sabiduría popular de nuestros pueblos indígenas que apelan por el respeto, la vida, el buen vivir y la armonía en los territorios, y es allí cuando toma conciencia el valor del agua, la tierra y equilibrio espiritual de nuestra madre tierra, en vez de privilegiar la sed estúpida por los miles de acciones en las bolsas de valores, el desenfrenado vicio del oro y la fiebre por el poder politiquero de unos cuantos. 

En tan solo unos días la paciencia ha sido consumida por la soberbia de sentirse inútiles en aquellos que gozan de un hogar, pues la precariedad de saber que se agotan los alimentos no tiene vuelta atrás sin dejar a un lado que podrían venir días más difíciles. Es normal cuando el sistema de los de arriba, ha configurado las formas de pensar, sentir y actuar bajo los imperativos de la competitividad, la riqueza y la eficacia/eficiencia entre el deseo de ser y la incapacidad de no lograr serlo. Es un momento crucial en donde dependemos tanto del otro, si de esa voluntad humana de quedarse en casa y seguir las recomendaciones de los que saben, y así lograr controlar los niveles de contagio, pues apelamos a la solidaridad y capacidad de servicio/ayuda para sobrellevar estos tiempos turbulentos.

Situaciones como estas nos muestran luces para entender la adormecida e indiferente conciencia que tenemos como país, sociedad y comunidad. Es ahí cuando nos cuesta aceptar que la incapacidad, necesidad o irresponsabilidad del otro, es posiblemente la debacle de nosotros. Es la sombra de nuestro pánico, ese que motiva a los de arriba y se les hace fácil buscar establecer formas de teletrabajo en donde lo virtual, lo no–asistido y lo reacondicionado es el camino en medio de la parálisis y el aislamiento social que vivimos.

Pero aquí en un país caracterizado por el sub-desarrollo, la violencia, el poder de las mafias y la politiquería auspiciada por la corrupción, es más fácil generar pobreza y olvidar el dolor ajeno de los más necesitados. Pues nos cuesta aceptar que, en medio de la pandemia, muchas personas tengan o quieran salir a ganarse la vida en el rebusque. Sin embargo, pareciera que, a nuestros gobernantes, les puede la sensibilidad humana y ética de servir en medio de las necesidades y tomar decisiones que marcaran una posible resistencia humana o una bomba social que de seguro silenciaria la vida de muchos de nuestros seres queridos en las próximas semanas. 

 
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