Opinión
Vida en abundancia. Parte I
Por Juan Bautista Pasten G.
En el siglo 19, el eximio escritor estadounidense Ralph W. Emerson, de modo prístino y certero, afirmó el siguiente axioma: “Hemos sido condicionados, desde pequeños, a temer, cuando la vida consiste en amar”.
En efecto, a mi juicio, en la cultura occidental, hemos sido programados y adoctrinados para regirnos por cánones y paradigmas que instan a la búsqueda del bienestar y la supuesta felicidad en base a la satisfacción de deseos físicos y materiales. En suma, se trata de que la motivación principal de los seres humanos sea saciar, primeramente, los intereses y objetivos personales.
Por lo pronto, este anhelo se sustenta, por una parte, en actitudes donde predomina el individualismo y el egoísmo y, por otra parte, la no satisfacción rápida de tales deseos y propósitos, convierte a las personas - a enorme cantidad de personas - en seres frustrados, temerosos, aislados y depresivos. Basta una simple mirada a nuestro entorno para corroborar esta patética realidad, vale decir, la percepción de seres humanos tristes, desesperanzados y abúlicos.
Ciertamente, cuanto más quieren las personas que la realidad se acomode a sus necesidades y expectativas, más vanidosas y egocéntricas se ponen y comportan, pero, al mismo tiempo, mayor es la desolación y el sufrimiento que invade sus existencias. La concreción de intereses superficiales y efímeros, convierte a la humanidad egotista en entes vacíos y pesimistas, ya que, muy pronto, descubren que existe nada material que pueda otorgar sentido trascendente a sus vidas.
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El afán humano por buscar, de manera obsesiva, cosas que satisfagan el quehacer y hábitat en el planeta, ha transformado la existencia personal y colectiva en un devenir de acciones donde priman la ansiedad, la angustia, el derrotismo y el creciente temor. La humanidad actual y desde hace muchos años, vaga por el mundo sin tener un derrotero substancial valórico, pues está subordinada a seudo valores, que son extrínsecos a la auténtica esencia del ser humano.
Por cierto, cuando escribo de valores supuestos o falaces, aludo a esa tendencia a priorizar lo externo, lo tangible, lo utilitario y lo cuantitativo por sobre lo interno, las ideas, los sentimientos y los verdaderos valores, como el Amor, la Justicia, la Libertad y la Paz. Vivimos en un mundo donde se concede más importancia a lo que percibimos, conseguimos, tenemos y aparentamos, dejando en un plano posterior lo medular, vale decir, la reflexión, el pensamiento, el ser y la acción sublimada por la contemplación y las virtudes.
Ahora bien, este quehacer derivado y dominado por la exterioridad y el materialismo ciego, conduce al ser humano en su conjunto al predominio de disvalores como la competencia, la enemistad, la rivalidad y la insensibilidad. Habitamos un mundo donde la relevancia e importancia se fundamenta en la cantidad de bienes, riquezas materiales que se tenga y posea, por lo cual gran cantidad de personas se hallan “obligados” a endeudarse – no pocos de por vida – para ser parte de la ilusión colectiva del materialismo salvaje.
Efectivamente, somos parte de un sistema falaz pero potente, donde se inculca y persuade a los individuos que todo gira en torno al dinero. En consecuencia, es preciso gastar dinero que la mayoría no tiene para adquirir cosas que, en realidad, no necesitamos, para así intentar impresionar a sujetos que no nos importan como tampoco nosotros a ellos.
La vida se ha limitado a la ilusión de que el logro del bienestar y la felicidad se reduce a consumir y consumir, a llenarse y hartarse de elementos físicos, de hacernos creer que la existencia va de afuera hacia dentro. Sin embargo, la gordura no significa, necesariamente, salud, belleza ni crecimiento pleno.
Para nosotros, la verdadera vida es justamente lo contrario, es decir, va desde lo interior a lo exterior, ya que cuando logramos develar que la riqueza anímica, cognitiva y emocional constituye lo substancial y medular, el desarrollo material es un apéndice, una añadidura, una extensión y prolongación, una de las múltiples manifestaciones del Ser.
Es necesario, entonces, parafraseando al enorme filósofo griego Platón, rescatar, recuperar y/o recordar quienes somos verdaderamente, hacer del Autoconocimiento una labor permanente y continua, que posibilite la proyección efectiva, coherente y enriquecedora de la existencia humana.
Invito a mis lectores a la lectura y comentario de columnas siguientes que refuerzan y profundizan este ensayo primero de “Vida en abundancia”.
Docencia e investigación en filosofía
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