Opinión

Vanidad y poder

Vanidad y poder

Por: Edgardo Ramírez Polanía


Nuestro país se encuentra en los mismos trópicos geográficos del África. Tal vez, ello, y la reforma protestante que no acogió España no nos dejaron evolucionar como las demás naciones porque que era una herejía investigar. 

El Cofrade Alfonso Palacio Rudas, en reuniones con algunos amigos convocados por los abogados Gonzalo Zuluaga Ramírez y Luis Carlos González, decía: “los colombianos no tenemos estaciones y el cambio que tenemos es una visión telúrica”. Por eso, no obstante que se votó por un cambio, hemos notado que éste le va a resultar difícil al Presidente Petro. Pues, hasta sus inmediatos colaboradores como el caso de Roy Barreras quien a los seis meses de iniciado el gobierno le formó otro partido bajo la sombra del Pacto Histórico o algunos Ministros que sin consultar al Presidente han tomado decisiones equivocadas que han generado sus cambios y al Presidente la necesidad de salir a defenderse por la visible confusión social propalada de algunos de sus colaboradores, que ha sido aupada por los medios de comunicación nacionales. 

Ya las personas no tienen el derecho a expresar su gusto o aversión, al decir quien los debe gobernar en sus regiones porque lo satanizan y lo critican los dueños del poder de la información y la revistas, porque según ellos se está contrariando la jerarquía de los valores.

Los humanos son las criaturas más vanidosas y ostentosas de lo que no son y repite día a día, si tiene un carro nuevo o vive en un sector de alta estratificación para el pago de los impuestos,  que es dueño de la totalidad del universo. El lector podrá imaginar el esfuerzo de Aristóteles, Hegel o Kant, para escribir con autoridad sobre la filosofía y del hombre, lograr la importancia mundial y suponer la categoría del juicio y valor frente a quienes carecen de esas facultades sino de aparecer como importantes porque son ostentosos. 

Esa distancia es la que permite la existencia de la cultura, porque la gracia de la humanidad consiste en el hombre como compuesto armónico de la naturaleza y el espíritu para encontrar los grandes valores de la ciencia y no por los hechos insólitos de propaganda que suponen los medios de comunicación , tanto para la política, la moda, o el comportamiento de las gentes.  

En el seno de la desesperante mediocridad o deformidad, sólo los milagros del conocimiento y la razón, nos hace permanecer incólumes ante las desviaciones de quienes desde la capital nos dicen por quien votar para elegir el destino de nuestros departamentos. No se debe tener miedo a aparecer como progresista, porque lo tilden de “castrochavista” o comunista, si lo que presentan como expresión del progreso  no es una falsificación de las condiciones espirituales necesarias para la libertad de la persona, el equilibrio social y a los fueros de las determinaciones personales en oposición al privilegio y al poder arbitrario.

No es que se exponga un rasgo de agudeza crítica señalar la existencia de un desajuste entre la actitud y el pensamiento, el criterio, la sensibilidad y el estilo con que deben tratarse los asuntos públicos o las reformas como de la salud o pensiones, donde en ésta última se desconocen los derechos adquiridos consagrados en la Constitución Nacional, la Ley y el reglamento, de donde se desprende una inseguridad jurídica que no hace bien a la democracia. Las desastrosas consecuencias de la vanidad son demasiado evidentes en un proceso histórico donde se dice por todos lados con ampulosa autoridad que es lo correcto, cuando lo que sucede es una radical incomprensión de muchos factores del cambio que necesitamos. 

Naturalmente la atmósfera cultural colombiana es propicia para esta clase de propuestas por su culpable benevolencia con lo mediocre o lo falso. Recuérdese el caso del señor Embajador de la India que es una clara demostración de nuestros gobernantes.  Ello, por la carencia absoluta del sentido de las proporciones y de las jerarquías, por la desconcertante  facilidad con que los medios de información nacionales le otorgan entrada libre a personajes adivinos del mundo fácil  de la credibilidad y les confieren la dignidad de poetas, escritores o líderes a quienes no lo merecen clamorosamente. Ni la historia ni la política son previsibles, pero si es posible analizar detenidamente a quienes el poder los envanece y con el tiempo caminan lentamente sobre la realidad que los hace pensar que somos seres iguales a los demás, pero no con algunas gabelas y canonjías que desaparecen implacablemente con el tiempo.

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