Opinión
Un libanense a la Alcaldía de Bogotá
Guillermo Alfonso Jaramillo
Siempre ha sido para mí motivo de orgullo cuando alguien del Líbano alcanza una distinción o un triunfo. Y sin pedantería alguna, aunque a algunos les parezca exceso de jactancia, no se puede ocultar que esos regocijos se presentan con mucha frecuencia. No es por dárnosla, pero qué hacemos si así es.
Entonces, cómo no experimentar ese orgullo en este momento cuando un libanense está hoy aspirando a ocupar el segundo cargo más importante del país, la Alcaldía de Bogotá. Claro que siento mucha emoción por este suceso, valoro la audacia de Guillermo Alfonso Jaramillo de presentar su nombre, y que en este instante esté sonando en todos los círculos de opinión de la capital de la República. Pero mi emoción, en este caso, llega hasta ahí, hasta la candidatura.
Siento decir, y sé que me lloverán rayos y centellas, pero Guillermo Alfonso Jaramillo no es el alcalde que hoy se merece y necesita Bogotá. Simple y llanamente porque GAJ en los cargos que ha ocupado: dos veces gobernador del Tolima y alcalde de Ibagué, dejó claro que es un mal gobernante. Pero tranquilos, aquí vienen mis argumentos y espero comprensión.
GAJ es quizás en la época contemporánea, el único líder político en el Tolima, que ha gozado de un absoluto prestigio. Es reconocido como un dirigente honrado y eso habla bien, tratándose de un país donde no hay nada más desprestigiado que ser político. GAJ dilapidó esa reputación, nunca fue capaz de utilizarla para bien del Tolima e Ibagué.
Tenía capacidad de convocatoria, y no unió al Tolima, por el contrario, lo polarizó. Tenía autoridad moral de proponer y hacer los cambios que requería la región, y terminó en gestiones opacas y lánguidas. ¿Quién recuerda hoy la gestión de GAJ en dos periodos de gobernador del Tolima?.
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Ahora bien, con respecto al cargo más reciente, el de alcalde de Ibagué, el resultado es aún más desolador, así algunos de su círculo cercano se empecinen en hacer pregón de que fue ‘un gran alcalde’. De dónde pueden sacar esa conclusión. No hay cómo demostrarlo.
Había podido ser el mejor alcalde, por supuesto que sí. Ganó esa alcaldía debido a lo que mencionábamos atrás: el prestigio. Pero ya aludimos que ese prestigio nunca lo supo encauzar, sobre todo cuando tenía una ciudad rendida a sus pies, que esperaba con urgencia una transformación en todos los ámbitos, en especial, que devolviera la confianza perdida. Para la mayoría de ibaguereños, GAJ era quien mejor interpretaba ese anhelo de cambio, tenía la autoridad moral para hacerlo. Pero al final, en lugar de ser el ‘gran alcalde’, terminó en la ‘gran frustración’.
Henry Rengifo
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