Opinión
Tirarse la paz
Por: Carlos Alberto Estefan Upegui
"Se están tirando la paz", dijo Humberto De La Calle en su condición de exnegociador jefe del Gobierno colombiano, y conocedor del contenido del Acuerdo firmado en La Habana. E invitó a quienes están poniendo en peligro el proceso a que "procedan a favor de Colombia".
Entendemos que esta angustiosa exhortación va dirigida tanto a quienes quieren anteponer sus intereses electorales, como a los propios exguerrilleros que pretenden incumplir lo pactado.
Tambien, es apenas obvio, que De la Calle sugiera el análisis de pruebas en el caso Santrich, como igualmente es función de los países garantes.
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Hay que ratificar los hechos y someterse a la JEP, inequívoca condición y requisito, sin que esto pueda interpretarse como una manera de ayudar a encubrir la supuesta acusación en su contra, pues en el Acuerdo son explicitas las sanciones contempladas para los desmovilizados que continúen delinquiendo después de haber firmado.
Lo que se quiere es evitar la arbitrariedad y la falta de garantías. Y una vez comprobados los hechos tendría que responder por sus actos. Entonces, ¿cuál es el temor de conocer la verdad?
La posición de Humberto de la Calle es la más honesta y sensata. Tergiversada, eso sí, por quienes buscan pretextos para oponerse a su gestión.
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Incumplir el Acuerdo de La Habana genera una gran frustración para quienes habiendo creído en la paz dedicaron su esfuerzo hasta lograrlo.
Consideración también válida para las dos partes, gobierno y subversión, porque propiciar el incumplimiento equivale a facilitar el triunfo de los escépticos y de los radicales.
Lo pactado es su obligación, y no cumplirlo equivale a pisotear la dignidad de un pueblo dispuesto a reconciliarse por encima del odio y la sed de venganza.
Es desafiar a la autoridad y es por demás una afrenta contra la institucionalidad, tratándose de un proceso inspirado en el perdón, la dejación de las armas y la reincorporación a la vida civil dentro del marco constitucional y legal.
No honrar la palabra empeñada provoca igualmente una tremenda frustración para los ciudadanos de buena fe que fuimos optimistas, y quienes con indignación e impotencia podemos llegar a terminar sin argumentos.
Por supuesto, aún queda un rescoldo de esperanza sobre un intento que valió la pena adelantar, luego de tantos años de no haberlo podido conseguir.
Lo que no tiene explicación es el aparente silencio y displicencia del presidente de la República, quien luego de recibir el Nobel, un reconocimiento que supuestamente le faltó madurar un poco más para otorgarlo con la certeza debida, mucho debiera interesarle hacer algo por salvar su obra.
Premio que a criterio de su inventor debe concederse a quien, entre otros méritos, posea el de haber trabajado en "(...) la celebración y promoción de procesos de paz". Procesos exitosos diríamos nosotros.
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Tan grave es el incumplimiento de parte de los integrantes de las FARC, como del gobierno.
"Tirarse" la paz es un golpe bajo a la confianza, a la esperanza. a la tranquilidad y a la seguridad del país.
En los momentos actuales no tiene cabida la complicidad permisiva; pero tampoco la arrogancia triunfalista y agresiva de la oposición.
Lo que sigue después de no cumplirse lo acordado, es poner en riesgo la seguridad nacional, es echar por la borda la posibilidad de llevar a su fin a un prolongado, intenso y muy doloroso conflicto armado del que los colombianos hace mucho estamos hastiados.
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