Opinión
Los hijos del Hotel Mama
Por: Germán Gómez Carvajal
La sacamos de la lavadora en modo acordeón, la aplanamos con la mano, buscamos una plancha que no tenemos, porque todo hombrecito de pelo en pecho, macho re macho, recuerda comprar una cava o una laptop, pero jamás una plancha para su nuevo hogar.
Frustrados pero vanidosos salimos de la casa con la camisa hecha un surullo, y así llegamos los niños de mami a nuestro primer día de trabajo, zarandeados por una vida para la que no fuimos entrenados.
Qué ‘pecao´ con nosotros.
Nos volvemos extremadamente flacos porque somos tan despistados que hasta comer se nos olvida, o lo contrario, subimos de peso considerablemente porque hacemos de las hamburguesas, tacos o pizzas, nuestros mejores aliados para aliviar el hambre a deshoras.
“Jueputa, yo no sé hacer ni mierda”, decimos un día cualquiera en una situación cualquiera, cuando la necesidad nos llevó a fritar un huevo o intentar hacer un café.
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En casa, nuestros papás se preocuparon tanto en que aprendiéramos a ganarnos la vida, que olvidaron enseñarnos a cómo vivirla.
Ya grandes, amamos mal, porque no queremos una mujer que sea desafío, si no, una o varias mujeres sumisas y complacientes en todos los sentidos. Nunca mejor utilizada la palabra conquistar, cuando en nombre del amor, los hijos de mami queremos colonizar las emociones y acciones de nuestras parejas.
Despechados somos patéticos, porque inconscientemente, en la burbuja creada en casa, nos sentimos propietarios de lo que tocamos. Tenemos cero tolerancia a la frustración y cuando una chica no se deja deslumbrar por la botella de wiskey o la finca del tío, sentimos morir o nos dan ganas de matar.
Todo ello, orquestado durante años por comentarios viriles de viejos barrigones, que reflexionan borrachos delante de los niños, sobre cómo deben ser y comportarse una mujer hecha y derecha.
Ni hablar de nuestra postura política, porque no tenemos. Los bebés de treinta y algo, cada cuatro años estamos esperamos a que la familia decida lo más conveniente para la heredad familiar que desde hace rato no existe.
Como profesionales, nos enseñaron a ser lambones, a que nuestra mayor preocupación sea caer bien. Que nos contraten por ser el hijo de Pepito o el amigo de Perencejo, y no, por lo que verdaderamente podemos brindarle a una organización o a una ciudad.
Somos tan geniales, que la genialidad se la dejamos a otros. Y con el tiempo, habiendo tenido todo para asumir posiciones de liderazgo, nos quedamos como espectadores o en el peor de los casos, firmantes o pregoneros de personas mal intencionadas, pero nosotros, los niños del Hotel Mama, no sabemos leer texto y mucho menos intenciones.
En conclusión, los padres del Hotel Mama no hicieron las cosas mal, hicieron cosas: Muebles de carne y hueso, que sin autonomía van por la vida a merced de quien en misericordia o malparidez, les eche mano.
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