Opinión
Las supersticiones: una herencia peligrosa
Por Germán Gómez Carvajal - Periodista-docente Unibagué
Un gran número de tolimenses nacimos con supersticiones a diestra y siniestra. De bebés nuestra idiosincrasia nos puso manillas para el mal de ojo, y de niños hicimos maletas para darle vuelta al vecindario el 1 de enero, dizque para asegurar la buena suerte de tener vacaciones en diferentes partes del mundo.
Nos regañaron por regar la sal y otro sinnúmero de agüeros que apenas entendíamos y obedecíamos por sí las moscas.
Con el tiempo crecemos y las supersticiones de nuestros viejos nos generan cierta nostalgia, pero sobre todo ternura. Es apenas natural que nos sonrojemos y dibujemos una sonrisita en el rostro, cuando la tía abuela evita pasar por debajo de una escalera.
El adagio popular nos ha enseñado a miles de hispanos, que es de mala suerte moverse por allí, ya que el pasar por entre cualquier escalera, desata el conjuro de la soltería constante.
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Ni de fundas, dice la tía, quien continúa a sus 85 años esperando a su príncipe azul.
Nos reímos, porque su creencia popular heredada, no le hace daño a nadie, más allá que a la tía, quien por unos segundos cree que eludir escaleras es la manera más eficiente para consolidar amores.
En su actuar le evidencié un pavor real de estar sola, pero también un alivio de poder responsabilidad de su trasegar emocional de más de 80 años a una escalera. Unos pasos más adelante la noté seria y no tan festiva.
Luego nos contó que estaba tratando de recordar si en algún momento de su juventud, cometió el gravísimo error de pasearse bajo una escalera en sus años mozos.
Y es por ahí que empieza el problema: la superstición daña y carcome a quien la cree. La creencia irracional nubla todo asomo de razón y a falta de lógica, toda buena superstición se alimenta de conexiones varias y de la más leve coincidencia para robustecerse.
El fútbol y sus hechizos
Hace poco Rene Higuita, confesó haber realizado unas sesiones de espiritismo para amilanar al Millonarios FC en 1989, tras una mala racha. Juntos a otros dos compañeros fue donde una bruja, quien encendió una hoguera y les recomendó llevar unos calzoncillos azules para el ritual.
Desde entonces, el guardameta dejó la prenda única y exclusivamente para enfrentarse al equipo azul, basta recordar que para ese año el Atlético Nacional tenía una nómina de lujo e incluso fue campeón de copa Libertadores.
Pero ante la fe en un calzoncillo, no hay otros sudores que predominen o esfuerzos que valgan la pena, René se puso la 10 en el cuatro letras, porque quien cree fervientemente en algo le da estatus de realidad superior, de incidencia máxima, de acierto incuestionable.
La belleza que se ayuda
El mundo del entretenimiento se puso hace unos meses muy nervioso, por el supuesto romance, entre el futbolista James Rodríguez y la modelo Aleska Génesis.
Una mujer bellísima que se ha ganado un respeto particular entre los solteros famosos, porque además de ser guapa, crea unas relaciones intensas y pasionales en extremo con sus parejas, con un ingrediente bien original, al parecer Aleska les hace amarres, les suministra bebedizos que los enamora aún más.
El rumor se acrecentó cuando se filtró un video en el que la modelo consulta por medio de video llamada a una santera, para que su expareja, el cantante Nicky Jam, se desesperará por volver con ella.
El cantante puertorriqueño no regresó, se aíslo por completo quitándole poder al chisme, a la supuesta brujería, y a su vez, habilitando a otros galanes a medírsele a semejante partido.
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Un partido que juega Aleska con ayudas innecesarias, porque de ser cierta su consulta espiritista, la modelo es presa, y expresa, desde la superstición, sus inseguridades.
Reírse lo justo, el poder del miedo.
Hace poco estaba con mi esposa viendo películas, nos volteamos a mirar en una coordinación exacta para hacernos un gesto propio de una tribu del filme que veíamos, sin ensayo, espontaneo, sacamos al tiempo la lengua y dimos un grito de guerra bien particular.
La escena reflejaba a dos adultos que batallan a punta de muecas como niños, nos desatamos en risa.
Nos cayó tanta en gracia ver lo patéticos que podemos llegar hacer cuando estamos solos, que nos reíamos a gritos, llorábamos de graciosa vergüenza, yo lograba el silencio por ratos, y ella volvía a encenderse con una carcajada mayor, y entonces la mía se elevaba, y así anduvimos en un ataque de risa exagerado.
Fue ahí justo ahí que me di cuenta que soy víctima de la superstición y que reírse tanto no era bueno. Recordé a la tía preocupada por la escalera, y a mis primos entregados a la burla, la recodé molesta incentivándoles la risa con enojo, sentenciando a modo de premonición que “después de mucha risa viene un gran llanto”.
Se me apagaron las ganas de reírme, me empecé a angustiar porque mi esposa se seguía riendo. No más le dije serio. ¿Qué pasó? Me preguntó ella. Es malo reírse tanto, le dije yo.
De inmediato, nos cambió la energía, Alejandra me contó que algún día cuando estaba en el colegio y se carcajeó de más, al regresar a casa había un problema enorme.
Nos miramos sin decirnos nada
Nos invadió un terror no sé a qué, pero nos arrunchamos esperando que por favor nada malo nos pasara. Ya nos había pasado lo peor, estábamos presos de un pánico sin sentido.
La superstición nos dañó el rato, nos robó la posibilidad de burla sin consecuencia, somos parte de ese inmenso grupo social al que le relataron códigos extraños y que inconscientemente, nos los creímos.
La Tía abuela cree que es soltera por culpa de una escalera, René Higuita no se quitó los calzoncillos azules pese a ser un excelente arquero, Aleska Génesis desconoce el verdadero poder de lo femenino y nosotros los Gómez Rodríguez, nos reímos con mesura, por si acaso.
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