Opinión

Las imposiciones de los gobiernos

Las imposiciones de los gobiernos

Por Edgardo Ramírez Polanía


Los ciudadanos generalmente eligen a quienes pregonan los medios de comunicación y las empresas encuestadoras conforme a intereses de terceros, en que no siempre concurre la realidad, sino las falsas o erradas convicciones, las promesas y costumbres electoreras, sin que se analicen los programas de gobierno y sus consecuencias, en virtud de las cuales se mantienen los partidos de gobierno y sus integrantes.

Cuando de elecciones se trata, se habla de superar las deficiencias de la sociedad, la cual se trata conforme la conveniencia de los partidos en la lucha por el poder político. Esa agrupación social es tratada con un modo que no supone dimensiones físicas. Sin embargo, se trata de los individuos conforme sus rasgos particulares de comportamiento y reglas de organización y costumbres que generan conducta ética de usos o manera de ser y vivir, lo que sirve de clasificación a los partidos para ofrecer los cambios sociales que muchas veces quedan en el vacío.

Es indispensable que los nuevos ciudadanos se eduquen en lo social, para que los posibles conflictos que se dan en comunidad, tengan una explicación y aplicación que le sirvan  para que el ambiente social y político al que se enfrentan o se vean sometidos, no perjudique su independencia y se tenga un alto grado de análisis e individualidad que le ofrezca mayores posibilidades de vida  y no vaya al vaivén de quienes manejan la economía, la política y el Estado, proponiendo cambios en contra del querer general o de la conveniencia nacional.

Por eso, es necesario analizar los gobiernos que puedan llegar a tener categoría histórica. Es decir, que los hechos prometidos y aquellos proyectos que se tramitan en las ramas legislativas puedan conservar amplia y decisiva resonancia posterior a su estricto límite cronológico.

En países de América Latina, ha ocurrido que una vez posesionados los presidentes de turno, promueven leyes como la disminución de los derechos adquiridos, que son inconstitucionales, o la eliminación de las energías contaminantes del petróleo y sus derivados como el gas, a sabiendas que en los países pobres que constituyen ésta parte del continente americano, sus mayores recursos provienen del petróleo y una transición a energías limpias, es un proceso largo y costoso.

El petróleo y el gas evidentemente son energías que no son limpias ni renovables. Pero, ¿será posible en poco tiempo vivir sin ellas? Tal vez No. La sola interrupción del gas en dos días por motivos que el país conoce, causó parálisis de vehículos, restaurantes y hogares en el eje cafetero. 

El canadiense Vaclav Smil dijo, que en los últimos 200 años los combustibles fósiles se han multiplicado 1.500 veces hasta la fecha, y ha producido 370 millones de toneladas de plástico. Con ello quiere decir que el progreso mundial ha tenido un gran costo energético. Que el petróleo se acabará es cierto. Pero los países pobres no son quienes deben suspender su explotación si ese es el recurso del cual dependen sustancialmente.

Mientras tanto Venezuela que hace parte de los mayores productores de petróleo del mundo y pasando necesidades es posible que no se quede con los brazos cruzados sin explotar ese recurso del cual vivieron a sus anchas durante largos años.  Es la contradicción entre la ficción y la realidad, o el buen deseo y el pragmatismo que nos indica que antes que filosofar debemos comer.

De esa manera, hay distintos modos de hacer esa política. Una consiste en llevarla a cabo dentro de un trámite de conflicto en las distintas facciones que se oponen con razón o sin ella, y la otra dentro de un trámite de conciliación con quienes directamente tengan la facultad de decidir y no a través de quienes fueron jefes de colectividades en trance de desaparición. Una y otra pueden conseguir idénticos resultados doctrinarios, pero respetando la legalidad. La segunda, avanzará siempre con una paso más firme, más estable y duradero.

 Obviamente que en Colombia como en otras partes, la opinión gusta del contrapunteo, de los contrastes, del tránsito de un estilo de gobierno a otro de estilo diferente, sin razonar si es conveniente.

Un caudillo puede darse el lujo del “futurismo” político, un hombre de Estado, no, repetía Disraelí, estableciendo así la sutil pero inequívoca diferencia entre esas dos categorías, entre esos dos estilos de conductores.

 

Todo gobierno debe hacer cambios siempre que no afecten a toda la comunidad débil o parte de ella como son los empleados y pensionados. Que los impuestos se orienten a quienes tienen el poder económico y cada día lo acrecientan y que se adelante una reforma agraria integral  sobre tierras de cultivo improductivas a través de la compra por parte del Estado como se consagró en el artículo 54 de la  reciente ley del Plan Nacional de Desarrollo. Así sentaremos las bases de la convivencia, el bienestar y la paz social.

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