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La nostalgia de la Clínica Minerva

La nostalgia de la Clínica Minerva

Por: Samuel Gómez Ramírez
Ex gobernador encargado del Tolima


En los últimos 70 años, cuatro generaciones de ibaguereños, tuvimos el privilegio de contar con los servicios de la Clínica Minerva y sentirnos orgullosos de tener en nuestra ciudad un centro asistencial de primera categoría.

Allí nacieron muchos de los que hoy tienen 70 años o menos, nacieron nuestros hijos, trabajaron familiares, asistimos a las urgencias o fuimos a sus laboratorios, y de eso no queda sino el recuerdo, porque ante la irresponsabilidad gerencial, la indiferencia institucional y ciudadana, este emprendimiento visionario dejó de existir, sin pena ni gloria.  

Hacia 1947, en una ciudad que ya mostraba los visos de una urbe, acrecentada por el desplazamiento campesino a las ciudades; como una institución prestadora de servicios de salud de alta complejidad, con personal calificado para la época y tecnología de punta, se creó en Ibagué la sociedad que daría en llamarse, “Clínica Minerva”; bajo la inspiración de dinámicos profesionales de la medicina, como los doctores Jaime Varela Rodríguez, Eduardo de León Caicedo, Eduardo Kairuz Kairuz, José Alfonso Velásquez Sanabria, Cupertino Criales Torres, Gonzalo Echeverry Parra y Daniel de la Pava S. Es conveniente recordar, que esta institución desarrolló una inspirada historia médica para la región tolimense, al lado de otra que, para entonces estuvo en su cercanía, el Hospital San Rafael.

Las vidas de nosotros los seres humanos son muy pasajeras, pero, en tratándose de una institución como la Clínica Minerva, con todo lo que ha significado para Ibagué y el Tolima, siempre se esperaría que esta perdure en el tiempo, como los grandes centros hospitalarios, o los claustros educativos que hacen tradición en sus regiones.

Sin embargo, da tristeza reconocer lo que pasó en Ibagué, con su legendaria Clínica Minerva, que hoy, merced a las malas decisiones gerenciales, pues nadie se explica cómo en tres años y con “locas” estrategias de expansión, se llegó a tales niveles de endeudamiento, que la única y despistada alternativa que vieron para mantener el equilibrio contable, era vender servicios abiertamente, sin la seguridad de  su pago, -entre otros clientes a las  ya reconocidas como muy malas pagadoras, las EPS-,  lo que acrecentó un déficit, -de comienzo corregible con solo medidas de austeridad-,  hasta llevarlo a 50.000 millones de pesos, precipitando así a la institución, a la liquidación; claro que las deudas de las EPS, con el nuevo régimen de mercado de la salud, incidieron en parte en el siniestro; pero, más que eso, fue la última gerencia a la que le quedó grande, proseguir con la rectitud y pujanza, que dejaron como legado los que dirigieron la clínica durante 66 años.

El amplio edificio de tan buen imaginario arquitectónico, apropiado a su oficio, es hoy, casi una ruina convertida en un muñón que no cicatriza, porque los descuidos en su manejo, luego de su inexplicable cese de operaciones, dieron con la pérdida de la parte esquinera del inmueble en que funcionaba.

Así cercenada, se ha convertido en hotel y refugio para los habitantes de la calle, que luego de robar las partes metálicas, principalmente las de cobre, de sus múltiples equipos de dotación, ahora ingresan a hurtadillas y realizan todo tipo de prácticas antihigiénicas; al tiempo que ya comienzan a través de él, a robar en los predios vecinos. Estos hechos están ocurriendo en la calle 11, entre carreras primera y segunda, en el pleno centro de la ciudad. El sitio se ha convertido en términos concretos, en el Bronx de Ibagué.

Ante los despojos de lo que fue una importante empresa médica de la ciudad, en que vieron la luz de la vida y fueron atendidos en su salud, tantos tolimenses, cabe ahora preguntar como en la fábula chapulinezca: ¡Y, ahora! ¿Quién podrá defendernos de la descomposición de ese cadáver? ¿A qué institución se puede acudir para que atiendan ese tumor en que está convertida esa construcción, casi derruida?      

   

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