Opinión

La esperanza de un país en medio de un planeta convulsionado

La esperanza de un país en medio de un planeta convulsionado

Por: Juan Sebastián Amézquita


En su discurso de aceptación del premio Nobel de 1982, Gabriel García Márquez se enfocó en hacer una descripción de dos males que a su juicio aquejaban a estas tierras Latinoamericanas en ese entonces: La soledad y la incomprensión.

Una soledad que no le permitía ver a los ojos de afuera todas las atrocidades que ocurrían al interior de los países que conforman esta región, una soledad que no le permitía ver al mundo como América Latina a través de su turbulenta historia se fue convirtiendo en un manantial de muertes incontables, en las que ayudaron dictadores, presidentes, grupos insurgentes y unas sociedades que no se comprendían entre sí.

La incomprensión se planteó en los términos de como un primer mundo nos miraba con una percepción de atraso, pues 20 siglos de ejércitos imperiales, la toma de varias capitales europeas, una Berlín en ruinas y dos bombas atómicas estalladas en Japón en 1945, entre otros hechos fueron acontecimientos suficientes para que las potencias calificaran de anacrónicas e inclusive ignoraran de la agenda internacional a aquellas naciones que sufrían el flagelo de la misma violencia y la desigualdad que los atacó a ellos durante miles de años.

Colombia, este país de las mariposas amarillas que Gabo puso en la mira global al contarle al mundo a través de cien años de soledad, esa triste historia de los más de 1.800 campesinos asesinados en el municipio de Ciénaga de Oro en 1928 por soldados del ejército nacional en una plantación de banano durante una huelga en la que solicitaban mejores condiciones laborales a sus jefes de la United Fruit Company; también generó su aporte para la construcción de esta cuestionable realidad que nos hemos visto obligados a vivir de generación en generación como si se tratara de una nueva forma de tradición oral.

Un país que luego de esa masacre puso una revolución en marcha liderada por López Pumarejo para generar progreso y dignidad, pero que no fue bien entendida en su momento y generó una división irreconciliable dentro del partido Liberal que terminó con un Gabriel Turbay muerto de tristeza en París y un Jorge Eliecer Gaitán asesinado en la plaza pública, frente a esto concuerdo con William Ospina cuando dijo que la vieja Colombia murió ese 9 de abril de 1948.

Desde esa fecha se hicieron muchos intentos por revivirla, inclusive sucumbiendo a las reglas de juego de un frente nacional que en nombre de la paz excluyó las otras expresiones políticas que representaban sectores olvidados de la sociedad colombiana y ratificó la ya marcada división entre rojos y azules que terminó con uno de los fraudes electorales más insólitos de nuestra historia en 1970.

Lo que siguió después de eso a la mayoría nos lo han contado nuestros abuelos o los libros del colegio y todo se resume en un conflicto que machó con sangre las montañas, los pueblos de la Colombia profunda, las calles de las ciudades principales, palacios en llamas y un número sin fin de situaciones que dejaron como principales víctimas a los menos favorecidos.

Sin embargo, se podría decir que luego de 220 años de infamia y un espíritu colectivo marcado e inconsolable, está empezando a alumbrar el sol para esta patria donde parafraseando a Santiago Moure “la transición entre la vida y la muerte ha sido casi imperceptible”, pues es un buen síntoma que en medio de esta actualidad global convulsionada donde Rusia invade Ucrania, los éxodos y la barbarie que viven los pueblos africanos, las grandes potencias se chantajean entre sí con bloqueos económicos o con la amenaza abominable de las armas nucleares, aquí en Colombia los dirigentes se estén planteando un gran acuerdo nacional construido en medio de los intereses, pero también en medio de la diversidad y el reconocimiento de unos derechos que a fin de cuentas no son reclamos de un lado u otro lado sino es la conquista por humanizar y democratizar el ejercicio del poder al interior de un territorio que tiene los elementos para que todos podamos llegar a un consenso.

Si continuamos sentándonos a conversar con el que es diferente, si continuamos haciendo el esfuerzo de generar segundas oportunidades, si nos permitimos la posibilidad de reconciliarnos como sociedad, no solo estamos solucionando problemas que forman parte de la actualidad, sino que estamos construyendo un ambiente prospero para las futuras generaciones y conseguiremos el altísimo propósito de dar una catedra de paz para el mundo.

Decía Pepe Mujica que la política era una lucha incansable por la felicidad humana, si seguimos ese camino no solo en el desarrollo de las relaciones políticas sino en de las relaciones humanas, más temprano que tarde haremos de este hermoso país una potencia mundial de la vida. Esa vieja Colombia ultrajada y asesinada en el 48 está por renacer de las cenizas.

*Politólogo. Especialista en Cooperación Internacional

Universidad Externado de Colombia

Artículos Relacionados

Noticias Recientes


Etiquetas

Politólogo. Especialista en Cooperación Internacional William Ospina Jorge Eliecer Gaitán López Pumarejo United Fruit Company Ciénaga de Oro en 1928 cien años de soledad América Latina Gabriel García Márquez