Opinión
Escritores políticos
Por. Edgardo Ramírez Polanía
Pocas veces los literatos y artistas poseen el talante para ser políticos. La razón está en que el político debe carecer de dudas. Si las tiene, estará perdido como político. En cambio, el intelectual o el artista que no dude sobre aquello que constituye la razón del político, la dócil acomodación de la historia a los designios de una ideología, la eficacia de un programa, la eliminación de la crueldad y la injusticia, ese intelectual podemos decir, será un modelo de candidez, porque su intelecto está reservado la mayor de las veces al alma selecta de la poesía, la literatura, el arte o las ciencias exactas.
Debemos reafirmar que la política es una de las más grandes creaciones de la sociedad para apreciar sus posibilidades de organización y desarrollo social, y que, la gloria política no está en los reconocimientos de su ejercicio, sino en sus hechos de casos excepcionales de la historia humana, como el caso de Alejandro Magno, César, Napoleón.
De allí hacia abajo, esa gloria es un efímero momento, aunque existen casos de hombres versátiles en la oratoria, la escritura y la música que han dedicado una vida a cultivar esas pasiones del espíritu como lo hemos visto en el Tolima. También, han existido grandes escritores clásicos de la literatura mundial que han sido políticos y escritores como Cicerón, Dante y Miguel de Cervantes, entre otros.
Los escritores e intelectuales consideran que la política les otorga un nombre difícil de borrar de las mentes de sus congéneres que les adulan o los siguen con sincero cariño, pero no es así. En el evento que sea elegido a un cargo de elección popular, en su periodo se convencerá que los sanos propósitos llevan en sí la dificultad en la ejecución de esos mismos propósitos, que debe luchar contra diversos intereses y costumbres perniciosas, que es odiado y querido y que aquello que pensaba hacer estaba lejos de su realización.
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Si no es elegido, quedarán las deudas, el rescoldo de una reminiscencia de agradecidos servidores. En uno u otro caso, ello no basta para una perpetuación intemporal, la que sí garantiza el arte a sus grandes y supremos creadores, porque la obra de arte perfora los siglos y vuelve invulnerable la gloria del autor como a Homero, Shakespeare, Platón o Tolstoi.
El político cuenta con el tiempo, mientras que el artista no porque una vez que se manifiesta queda fuera de esa medición. Ese paralelismo, lo reconocemos, es demasiado fácil y vergonzoso como dato crítico. Pero conviene repetirlo cuando aparece vertida una noción de la gloria política, para atemperar entusiasmos de amigos de catadura internacional que no requieren de presentación por sus obras que le han dado lustre al Tolima y a Colombia y que aspira a la gobernación de su departamento para darle un tinte de cultura y diversidad política a actuales congresistas que dirigen la política regional.
El político ciertamente ha contribuido a la historia como el escritor, con la diferencia que el primero es coautor de una tarea difícil hacia la comunidad a que él puede dirigir, pero ello obviamente no implica que la historia se acomode a sus designios, porque existe la ley de la imprevisibilidad, en el cual, el hecho resultante puede ser contradictorio, que generalmente no acepta, la rehace en un cierto rigor dialectico o que el absolutismo lógico de su diagnóstico histórico no impide que las cosas ocurran de otra manera y en cambio el escritor una vez lo ha dicho, “ ya no es dueño de lo que dice, ni responsable de su valor o de su mérito”, queda ahí para posteriores análisis en el tiempo.
Si el político pensara como el intelectual, dejaría de ser político y se podría pensar que en el caso contrario sucedería lo mismo. Aunque el político reaccionario está más defendido de esta ambigüedad histórica que su colega progresista, porque acepta, de hecho, a ojo cerrado y con anterioridad a su propósito.
El progresista o revolucionario tiene un deber intelectual, creer en la tesis contraria. De otra manera, su acción quedaría paralizada. Por eso, el intelectual es un pésimo político y buen analista de las acciones políticas. Se le califica de indeciso o escéptico por los políticos a quienes irrita la realidad de una conciencia que está siempre en estado de crítica respecto de los resultados que se buscan. El ex presidente Belisario Batancur en su gobierno nombró a siete sabios por decreto e incluyó a García Márquez, quien obviamente renunció porque consideró que ni era sabio ni político.
Debe reivindicarse de los intelectuales iniciados en la política, su aporte a la cultura y la civilización, su ideal de convivencia humana y de creer que la paz se puede explicar mejor hablando que escribiendo y considerar que la política debe cambiar para ser un ejercicio del intelecto y la razón capaces de cambiar nuestras costumbres.
De los políticos, no todos, podemos decir, que es mucho lo que les debemos los ciudadanos y las comunidades en el cumplimiento de su difícil ejercicio, para ayudar a cumplir los anhelos y los sueños que son una manera de esperar que es la mejor forma de querer para buscar la paz, eliminar la corrupción, la inseguridad y buscar mejores formas de progreso social.
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