Opinión

Cultura y violencia

Cultura y violencia

Por: Edgardo Ramírez Polanía


En la medida que la conducta se oriente en favor de los objetivos de la comunidad, se puede hablar de una conciencia social que puede definirse como aquella que mantienen los individuos en sus relaciones en un medio ambiente común. Muchas generalizaciones a nivel de grupo no se refieren necesariamente a la conducta. Ese sistema por medio del cual afinamos el carácter para ser mejores.

El pensamiento de nuestros países ha puesto de relieve la importancia de la dignidad de las personas. Es así, como las democracias basadas en los derechos humanos, han expuesto que todas personas son sujetos de derechos y obligaciones e iguales ante la ley y que la meta de los gobiernos es el bienestar de los individuos, lo que sido un enunciado teórico constitucional y nada más. Somos un país rico pero profundamente desigual. No es una brecha sino un abismo lo que separa a los dueños del capital y sus trabajadores. En los asuntos religiosos, la plegaria y la salvación se ha dejado en manos de la gente como una esperanza o un bálsamo a las necesidades insatisfechas. Los  editores como Pijao en el Tolima, o periódicos centenarios desde 1886 entre los cuales se cuenta El Cronista como medios de expresión cultural del arte y la literatura han aportado más al individuo por aumentar su conocimiento y la comprensión del hombre tolimense sobre sí mismo. 

 Muchos han dicho que el hombre es dueño de su propio destino, sin tener presente que en la educación como instrumento para forjar trabajo, bienestar y la dignidad del individuo debe recibir un trato preferente por ser el hombre la justificación del Estado, así éste permanezca imbuido en cambios y despidos de la burocracia estatal como si fuera algo esencial en el engranaje administrativo y no como debe ser la necesaria planeación estratégica de los proyectos sociales.

La cultura y la educación deben ser reforzadas por todo gobierno, para que el individuo se afirme así mismo con independencia empresarial o profesional y no dependa de los cargos superfluos de la nómina estatal. Este aspecto es particularmente importante  en contraste con el control despótico que debe ser controlado a través de hacer razonar al individuo de su propio valor para que actúen solidariamente para construir un mundo que consideren mejor con el conocimiento suficiente de la libertad y sus limitaciones de la necesidad.

Es más importante cambiar la cultura que el individuo porque cualquier efecto sobre éste se perderá cuando muera, mientras que las culturas permanecen aunque también cambian o perecen y deben permanecer  la conducta orientada por quienes conocen sus formas y expresiones. Cuando sucede lo contrario, como en el caso de música en idioma extraño en plenas fiestas tradicionales de nuestros pueblos, es la clara muestra de la falta de identidad cultural.

La cultura pasa  actualmente por un mal momento. La violencia es su enemiga pero no totalmente. No existe manera de demostrar que una violencia de orígenes  políticos como la que hemos padecido con razón o sin ella, desde hace 70 años, con masacres, desplazamientos, extorsiones, asesinatos de pájaros  o sicarios, como delitos execrables de la humanidad, haya arrasado con la cultura humana.

La violencia cargada de muerte y desolación puede detener los procesos culturales, pero no los acaba. Hoy todavía el mundo de la inteligencia se recrea leyendo a Homero, Aristóteles o Sócrates, a pesar de las innumerables guerras en esas latitudes que han querido acabar con la cultura. En nuestro medio, las leyendas, los mitos, los cantos, la música en tiples y guitarras que entonan desde tiempos sin memoria en los atardeceres de nuestras veredas y caminos, continúa con la poesía popular, aquella que se semeja a un balbuceo mágico de la belleza del verbo, sigue emocionando y llamando la atención de las almas selectas, de esos espíritus admirados en el arte de hablar, disuadir o convencer, bajo soles candentes o noches llenas de luces de luciérnagas errantes.

Es evidente que han existido cambios de cultura por la violencia que ha arreciado por las desigualdades o aupadas por otros, pero no suplantada. Al contrario, nuestra civilización tardía ha estado de regreso a determinadas formas intelectuales con escritores, músicos científicos y deportistas nuestros conocidos mundialmente, diferente a los novelones de mujeres prepago y sicarios que han desacreditado al hombre y la mujer colombiana por la mala conducta de un pequeño círculo de la sociedad que por el afán del dinero produjo varios  monstruos del mal y el narcotráfico. 

La sociedad colombiana, aunque aparentadora, es de empeño en los mejores ideales de progreso social y bondad y trabaja con notable decisión en favor de los ideales de libertad y democracia y siempre ha estado contra toda forma de tiranía. Ese mal social que como la lepra se resiste a desaparecer. Habrá algún día en que nos podamos abrazar unos a otros y luchar por los mismos ideales de una cultura creadora contra toda forma de violencia, inseguridad y desigualdad que son la madre de todas las iniquidades y atropellos. Así podremos ser felices.

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