Historias

Transitando sobre las nubes en la carretera más bella de Colombia

Transitando sobre las nubes en la carretera más bella de Colombia

Fotografías suministradas por Concesionaria Alternativas Viales.

Por: Juan Sebastian Giraldo


Emergían como revestidas de plata entre la bruma blanca que arropaba a La Esperanza. Su inflorescencia, cabizbaja y un poco marchita, daba fe de las recientes lluvias que azotaban la zona por esos días. Llevaban años allí instaladas, en lo alto de Los Andes, tan pronto morían unas, nacían las otras. Aunque eran el fin de un trayecto, en mí evocaban el inicio de un mundo de fantasía con árboles de plata, oro y diamante de uno de mis cuentos favoritos.

A Manizales ya había viajado muchas veces, en ocasiones por La Línea, atravesando Armenia; en otras por Fresno, la Calle Real de Colombia; sin embargo, era la primera vez que pasaría por Murillo y el Parque de Los Nevados para llegar hasta la capital de Caldas desde Ibagué, en el centro del Tolima.

Salir de Ibagué es una suerte de serendipia, especialmente entre agosto y octubre, donde se pueden encontrar un sinnúmero de ocobos rosas, violetas y amarillos, adornando de lado y lado varias de las principales vías de la ciudad, desde Mirolindo hasta salir de La Musical por la vía del Aeropuerto Perales que conecta rumbo hacia Alvarado.

El trayecto no solo está acompañado por las imponentes montañas y los grandes paisajes que surgen tras cada curva, antes de llegar a Alvarado son varios los establecimientos con, quizás, las mejores quesadillas del departamento; más adelante, en Venadillo, la mejor avena de Colombia. Un deleite visual y gastronómico sobre ruedas.

Después de pasar Lérida, el desvío obligatorio está unos metros antes del Río Lagunilla, girando por La Caseta de La Mona y tomando la vía hacia Líbano, la cual desde hace alrededor de un año goza de un asfalto de gran calidad que permite circular sin sobresaltos y dando tiempo para disfrutar del camino.

En medio del constante ascenso hasta llegar al Líbano, la sensación térmica empieza a disminuir debido al cambio de piso térmico. A su vez, entre más cerca se está del Líbano, al igual que otros pueblos del norte del Tolima, más se avistan los señores apaisados con sombrero y poncho al hombro que siempre saludan con un “buenos días”.

Llegar al Líbano desde Ibagué puede tomar alrededor de dos horas. Una vez se está inmerso en las calles libanenses se puede vislumbrar la abundancia del buen café y la vocación agraria del municipio con sus Jeeps cargados de aguacate, plátano y más café. Allí las calles Tercera y Cuarta son la ruta que permite avanzar en busca de Murillo y las maravillas del Parque de Los Nevados antes de llegar a Manizales.

En una vía reducida por la que no transitan vehículos de carga pesada ni tampoco hay grandes fábricas o establecimientos comerciales, es habitual encontrar ciclistas, montañistas y demás deportistas que encuentran en la ruta hacia Murillo una gran alternativa para sus actividades deportivas en las cuales al mismo tiempo están más cerca de la riqueza natural de esta zona del departamento.

Las montañas, que con los metros se van volviendo más amarillas que verdes, ostentan una bella variedad en su fauna. El ganado normando, las ovejas y los chivos pastan a sus anchas en distintos puntos. Entre los árboles, a veces volando y otras veces comiendo de algún fruto, están los colibríes, los tucanes andinos, los gavilanes, y los cóndores de los Andes con sus alas gigantes abiertas desde lo más alto del cielo. Otros que no son muy fáciles de ver pero que deben ser protegidos en la zona son los osos de anteojos, pumas y armadillos.

Ante la imponente mirada del Nevado del Ruíz que permitía ser visto gracias al cielo despejado, llegamos a Murillo, un pueblo encantador con arquitectura colonial, algunas calles empedradas y lleno de pequeños comercios de puertas abiertas.

Hablando con los habitantes de Murillo y conversando con otros quienes me acompañaban en el viaje, el recuerdo de otros años afloraba y la mención del trayecto casi imposible hasta el Nevado era mencionado reiteradamente. —Uff, eso hace años a uno le tocaba era subir en Jeep o en caballo porque la vía era muy mala, ahora es que la gente puede disfrutar de todas estas bellezas, por eso es que ahora viene tanto turista, porque ahora sí pueden llegar —comentaba un vendedor de tinto de Murillo.

De camino hacia el Parque de los Nevados una espesa neblina se apodera del camino, esconde a las ninfas de las nieves y atrapa a los viajeros en la ilusión de estar rodando sobre las nubes. Allí, transitando sobre una carretera de no más de seis metros de ancho, el cielo no se sentía tan lejano, estábamos a más de cuatro mil metros de altura, en la carretera más alta de Colombia.

Exhalando y frotando con fuerza las ventanas empañadas, creaba pequeños espacios para ver afuera los miles de frailejones que nos rodeaban, la famosa Laguna Negra y las secuelas naturales de la explosión del Nevado del Ruíz en 1985.


El fin de la vía que recorríamos, la del Nevado del Ruíz, era el Restaurante La Esperanza, ubicado en la Vereda La Esperanza de Manizales, donde el camino se conecta con la vía del Alto de Letras hacia el casco urbano de Manizales, a unos 30 minutos desde allí.

Había sido un recorrido precioso. Un cúmulo de experiencias sensoriales fruto del camino, que difícilmente podrían ser opacadas por el destino inicial del viaje. Sentado, bebiendo un café y tocando las hojas plateadas de lo que después conocí como Árnica amarilla del Páramo o Senecio niveoaureus, sabía que era un recorrido que había que volver a hacer, la próxima un poco más despacio.

 

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