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Historias

La Máquina de Escribir: ecos de una era Pérdida

La Máquina de Escribir: ecos de una era Pérdida

Hubo un tiempo en que las palabras no se deslizaban sobre pantallas táctiles ni se borraban con un simple clic. 

Un tiempo en el que cada letra se imprimía con el golpe firme de un martillo de metal sobre la hoja, dejando su huella indeleble, como si la máquina supiera que cada palabra debía tener peso, alma y presencia.

La máquina de escribir no solo era una herramienta. Sentarse frente a ella significaba entregarse a la paciencia, al arte de pensar antes de escribir, de medir cada frase, porque los errores no se corregían con facilidad.

El sonido rítmico de las teclas era la música de los escritores, periodistas y soñadores que dejaban su esencia en cada página.

Había algo de poesía en su estructura de hierro, en sus cintas entintadas y en ese carro que retrocedía con un tintineo cada vez que una línea llegaba a su fin. 

Su peso no solo se medía en kilos de metal, sino en historias contadas, cartas enviadas, novelas nacidas bajo de sus teclas.

Hoy, en un mundo de inmediatez y pantallas silenciosas, la máquina de escribir es un eco de la vieja escuela, un recordatorio de que las palabras alguna vez fueron golpes firmes, decisiones sin vuelta atrás, pensamientos convertidos en tinta con la certeza de que lo escrito, escrito estaba.

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