Crónicas
Momentos musicales con Garzos y Collazos: la historia de Carlos, hijo de Darío Garzón

“El último momento musical que tuve con mi papá fue en un programa de televisión que se llamaba Nostalgia, donde cantamos juntos Pueblito Español “Carlos Garzón.
Por: Jhenifer Rodríguez
Los sonidos de bambucos, pasillos y guabinas, que salían de la estancia donde Darío Garzón ensayaba, despertaban la curiosidad de su hijo Carlos Ramón. El pequeño niño de casi cinco años de edad, se escondía en las escaleras a escuchar embelesado, las canciones del legendario dueto Musical Garzón Y Collazos, que llevo los ritmos colombianos, más allá de las fronteras patrias.
Carlos, el menor de los cuatro hijos de Darío Garzón, nació cuando su padre ya era ampliamente reconocido en todo el país. Inicialmente, él no era consciente de todo lo que se sostenía sobre los hombros de su papá y de Eduardo Collazos, que, para Carlos, era como otro tío. Porque Eduardo y Darío eran prácticamente hermanos.
Para el más joven los Garzón, la alcoba matrimonial se transformaba en el centro del festejo cada vez que, al amanecer, descubría a su padre leyendo el periódico en la cama, normalmente, luego de varios días de viaje. Carlos se colaba entre las cobijas sin previo aviso y sacaba del periódico las partes donde venían las aventuras de Copetón y Copetín, de Lorenzo y Pepita e incluso de Olafo. “Alguna vez apareció la letra de una canción en el periódico y mi papá, que la estaba leyendo dijo que el periodista se había equivocado en una palabra. Yo, por tomarlo del pelo le dije- y usted cómo sabe - y me respondió- pues bobo, porque esa canción la compuse yo” Contó Carlos entre risas.
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Aquí la historio del dueto Garzón y Collazos: 40 años dedicados con éxito a la música colombiana ( I )
El cariño de la gente hacia Darío Garzón
Igual que la mayoría de los niños, Carlos trataba de imitar a su papá y cantaba o fingía tocar instrumentos como parte de los juegos infantiles con los que se entretenía en la casa, pero “Mi papá no quería que ninguno de sus hijos viviera de la música porque él decía que eso era muy duro y por eso no le gustaba enseñarme. Yo prácticamente no sabía nada”, relataba.
En su infantil inocencia, Carlos Ramon Garzón, había naturalizado que, cuando salía con su papá, siempre le ofrecían el mejor lugar, la primera fila y, desde el ciudadano más humilde hasta los alcaldes y/o gobernadores, lo saludaban con cariño. Él no relacionaba los ensayos y los viajes con el reconocimiento de su papá hasta que un que día, iniciando el tercero de primaria, cuando apenas rondaba los siete años, su maestra le dijo “Calos Ramon, usted va a cantar en el acto solemne a final de año, se lo digo desde ya para que se vaya preparando porque acá nos gusta hacer todo con tiempo”. Según relataba Carlos, el único criterio para ser elegido, fue que él era hijo de un músico y por aquella época, a los maestros nunca se les llevaba la contraria, pero a los padres, tampoco.
“Esa vez le dije que me ayudara porque si no, iba era hacer el oso. Se conmovió y me enseño, incluso me compro un tiple que yo llene de calcomanía y hasta lo pinte, sin saber en ese momento que eso no se debía hacer porque podía afectar el sonido” Recordaba Carlos.
Los meses se pasaron de prisa y el momento de la ceremonia solemne con la cual se cerraba el año académico, había llegado. Tras el telón del escenario escolar, Darío y Carlos se preparaban para el acto cultural. Nadie podía creer que tan imponente figura fuera presentarse por iniciativa propia en el modesto escenario de un colegio para acompañar a su hijo, pero Darío era un hombre que se caracterizaba por la sencillez de sus maneras y el compromiso con su familia.
Carlos ya estaba acostumbrado a que todo el mundo saludara con afecto a su padre. Sin embargo, esta vez algo le llamó la atención: la conducta casi infantil de los docentes y directivos, quienes normalmente se mostraban serenos y formales ante sus alumnos. Ahora, en cambio, corrían con disimulo las cortinas, se empujaban suavemente entre murmullos y sonrisas nerviosas, solo para asomarse a ver el ensayo del legendario Darío Garzón con su hijo. Fue entonces cuando Carlos comprendió la insoluble relación entre el amplio afecto que Darío despertaba en la gente y su disciplinada consagración a la música.
“Esa vez interpretamos Al Sur, yo en el tiple y el en la guitarra. Fue muy bonito y muy emocionante ver como todo se quedó en silencio mientras interpretábamos y al terminar todos aplaudía emocionados”. Aquel momento quedo para siempre inmortalizado en la memoria de Carlos, como uno de los más bellos que vivió en su vida.
La Capital Musical y el primer amor
Al año siguiente Darío se separó de la madre de Carlos y poco después el médico le recomendó buscar un lugar con menos altura que Bogotá para vivir, por su presión arterial, la cual, cada día era más alta. Los tres hijos mayores: Darío Augusto, María Cristina y Ligia Constanza, estaban comenzando universidad y terminando colegio, así que ellos se quedaron con su mamá en la Capital Colombiana, pero a Carlos Ramón se le informo que él debía irse con su papá para Ibagué y fue allí donde curso cuarto de primaria.
Inicialmente llegaron al barrio Cádiz, pero poco tiempo después su papá compró una casa en Santa Helena, donde vivieron durante toda la etapa de bachillerato de Carlos, quien había comenzado a desarrollar pasión por la música, cuando tenía poco más de diez años y se enamoró de una niña. Lo único que funciono para conquistarla fue una serenata de cuerda, tan exitosa, que el pequeño músico fue invitado a seguir a la casa, por los padres de su pretendida.
Carlos descubrió el efecto casi mágico que tenía la música en las mujeres y entre más crecía en años y estatura, más atraído se sentía por ellas, entonces, le puso aún más interés a la música, “Mi papá tenía una academia y yo lo criticaba porque eso no le daba plata y si le quitaba mucho tiempo, pero él decía que no se trata de plata, sino de que la gente pudiera aprendiera” Sin embargo, la academia de música, Garzón y Collazos, se resignifico para Carlos Ramón, cuando necesito ampliar sus conocimientos en música. Al llegar, Darío Augusto, su hermano mayor, a dar clases, él vio la oportunidad de aprender sin que su papá se diera cuenta.
Pero Darío siempre estaba pendiente de su familia y al ver al más joven de sus hijos sentado recibiendo las clases por parte del mayor, en su propia academia, habiendo sido claro con ambos en que el joven Carlos Ramón no debía aspirar a ganarse la vida con un instrumento a la espalda, buscando oportunidades de pueblo en pueblo. Se molestó con ambos y le llamó la atención incluso a su hijo mayor que ya era un hombre independiente, prohibiéndole rotundamente a Carlos volver a recibir clases de música, sin embargo, Carlos era tan persistente como su progenitor y no se rindió ante la prohibición, como tampoco lo hizo Darío Garzón a su edad, pues también él abuelo Garzón se opuso por muchos años a que Darío fuera músico.
Sin que nadie se enterara nunca, Carlos se robó el cuaderno de una de una estudiante de la academia, aprovechando los días en que debía ir allí luego de sus clases del Colegio a esperar a su papá; tomo los apuntes que necesitaba y lo devolvió secretamente una semana más tardes. Desde entonces, Carlos siguió aprendiendo autónomamente, creyendo que su padre no lo sabía, pero la realidad, era que Darío se daba cuenta y se lo permitía porque Carlos lo hacía sin descuidar sus estudios. Quizá también porque se veía reflejado en su hijo.
Viajando con Garzos y Collazos
Aunque el tiempo pasaba sin tregua, Darío y Eduardo o mejor dicho Garzón y Collazos, los Príncipes de la Canción, seguían tan aferrados a los escenarios, como la piedra que la corriente del río no logra mover. Cuando el joven Carlos aprendió a manejar, el dueto ya superaba los 30 años de trayectoria y Darío, que fue músculo y empuje, comenzó a resentir el peso de los instrumentos. Manejar ya no era manejar, era atravesar pueblos que parecían haberse vuelto más distantes entre sí.
Carlos comenzó a llevarlos de un pueblo al otro, pero también conectaba los cables, afinaba guitarras, cargaba instrumentos y hasta se sentaba detrás de la silla que le ponía a su papá para cantar, tratando de evitar que Darío terminara en el suelo, durante una presentación. Sin darse cuenta, se volvió el lazarillo de un dueto que todavía brillaba, pero con luz de otro tiempo.
“Mi papá era el de las negociaciones y los tratos y Eduardo era el bohemio que se perdía entre la gente a tertuliar tomándose unas copas. Cuando se acercaba el momento de la presentación, yo tenía que ir a buscar a Eduardo y él siempre me hacia reír con un comentario chistoso cuando lo encontraba. Yo lo quería mucho y su muerte me dolió, aunque no tanto como a mi papá” Cuenta Carlos con nostalgia.
El 23 de noviembre de 1977, mientras Carlos y su papá veían televisión, el teléfono sonó y como era costumbre Carlos se paró a contestar, entonces le dijeron que Eduardo Collazos había muerto. “Mi papá lloró, eso era muy raro en él”. Hicieron maleta, se fueron a Bogotá y regresaron al Tolima con Eduardo, solo que ya Collazos no pudo caminar por las calles de su natal Ibagué, sino que tuvo que ser cargado en su féretro por la gente que lo quería. Hoy Eduardo Collazos descansa en el cementerio San Bonifacio de las lanzas.
Darío Garzón había perdido a su eterno compañero de dueto, con quien trabajo durante 40 años, recorrieron tantos y tan lejanos caminos y, como era de esperarse, algo murió en Darío con la partida de Eduardo. Si hubo alguien con quien compartió esta pena, fue con su hijo Carlos Ramón porque en los últimos años del Dueto, Carlos los acompañó en gran cantidad de presentaciones y fue abrumadoramente nostálgica la primera vez que Carlos llevo a su papá a presentarse sin Eduardo. Darío terminó limitando mucho sus presentaciones y dedicándose especialmente a dar clases tanto en universidades como en su academia de música, Garzón y Collazos.
El más hermoso homenaje
Con la elegancia del colibrí que se posa en el naranjo, Darío Garzón atravesó la puerta del auditorio donde su hijo Carlos Ramón se graduaría y, tanto las familias, como los jóvenes que recibían el título de bachilleres, los docentes y directivos del Colegio, que llenaban el recinto, se levantaron para crear una torrencial lluvia de aplausos, que el legendario Príncipe de la Canción atravesó dando pasos serenos y firmes, quizá cargando la nostalgia del Príncipe Collazos que para entonces, hacía dos años no lo acompañaba.
Su hijo, Carlos Ramón, lo esperaba en el escenario para interpretar juntos Me volví viejo. Antes de que Carlos se fuera a Bogotá a estudiar administración de empresas, Darío le confesó que aquella entrada entre aplausos había sido uno de los homenajes más hermosos que había recibido en vida. Ya instalado en Bogotá, Carlos solía extrañar aquellas tardes en las que su papá, después de aceptar que su hijo también era músico como él, lo invitaba a cantar en las tertulias musicales que organizaba en su casa del barrio Santa Helena, junto a grandes músicos de la época. Algo que, al adolescente Carlos, le parecía tedioso, porque —como él mismo recuerda— “yo lo que quería era jugar fútbol o estar con los amigos. Pero igualmente yo iba a regañadientes y mi papá les decía cuando yo iba a cantar: escuchen mi voz hace 30 años”. Compartió Carlos.
Ni la muerte los separó
Cada vez que podía Carlos venia de Bogotá a visitar a su padre y por eso su fuerte lazo nunca se disolvió, incluso al dueto Garzón y Torrado que Carlos conformó en sus años de universitario, fue Darío Garzón quien los ayudo a empezar.
El 18 de marzo de 1986, Carlos recibió una llamada de su papá estaba que muy grave “yo ya era casado y tenía una hija, pero, aun me falta terminar la tesis para graduarme y me preocupaba que mi papá no resistiera para estar en mi grado y así fue” Contó Carlos con nostalgia recordando los tres días que pasó en el hospital junto a su papá hasta ese fatídico 21 de marzo, en el que Darío Garzón no volvió a despertar.
Los otros tres hijos vinieron de diferentes partes a despedir a su padre, pero poco tiempo les quedaba de llorar, porque el velorio de Darío Garzón se prolongó por varios días. Fue velando en el Concejo de Ibagué y también en el Conservatorio de Música. Miles de personas lo acompañaron hasta el cementerio San Bonificación donde fue enterrado Junto a su compañero Eduardo Collazos.
Cada año en el Festival de Música Colombiana se les rinde homenaje con una serenata de que la siempre participa el Dueto Garzón y Torrado, al que Carlos Garzón pertenece “El último momento musical que tuve con mi papá fue en diciembre de 1985, en un programa de televisión que se llamaba Nostalgia. Allí cantamos juntos Pueblito Español y esa canción solo pude volverla a interpretar más de 20 años después de su fallecimiento, en una de las serenatas del cementerio, porque me dolía mucho cantarla”, compartió Carlos Ramón Garzón.
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