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Historias

Encuentro de la actriz y el escritor

Encuentro de la actriz y el escritor

La actriz Margalida Castro con una de sus hijas y el escritor Jorge Eliécer Pardo.

“Me encontré a la actriz, arquitecta y flautista, Margalida Castro, en la carrera novena, cerca a mi apartamento; me acerqué para saludarla; yo tenía un serio compromiso con el escritor colombiano Carlos Perozzo quien, en su lecho de muerte, me pidió localizarla, darle una razón urgente. Ella había sido su primera esposa. Se inquietó un poco cuando le dije que era amigo de Carlos; me preguntó por él con amabilidad. Perozzo me advirtió que estaba disgustada con él, que hacía muchos años no se hablaban. Le dije muy despacio:

—Él está muy enfermo y, quiere verte.

Se intrigó:

—¿De cuál Carlos estamos hablando?

—Del escritor, el padre de tus hijas.

Se descompuso, como si hubiera recibido un insulto; pronunció algunas palabrotas y luego miró el cielo despejado.

—¿Se está muriendo?

—Si.

—¿Qué es lo que quiere?

—Sólo sé que te espera desde hace semanas; Mábel —su actual esposa— me dijo que te ubicara. Nadie me daba razón y, fíjate, te encuentro así, de repente. “Cosas de los ángeles”, como tú afirmas.

—¿Me acompañarías a verlo?

—Con mucho gusto, si quieres mañana te invito a un café en mi apartamento —que queda allí, en ese edificio— y nos vamos a Rosales.

—Listo.

Llegó, elegante, y con un ramo de flores silvestres. Debió ser una mujer hermosa en sus tiempos de teatro al lado de mi amigo novelista. Se sentó en la sala y, con inquietud, miraba para el fondo del corredor.

—¿Ustedes viven solos aquí?

—Sí, ¿por qué?

—Acabo de ver un fantasma pasar, se metió por la puerta cerrada del comienzo del pasillo. No es para preocuparse, es de los buenos.

Habló largos minutos sobre sus encuentros con la virgen y los ángeles; de su misión en la tierra. Perozzo se encontraba en la habitación, en el segundo nivel de su bello apartamento. Lo visité tantas veces, en eternas tertulias literarias, de teatro, cine y política. Habíamos libado hasta el amanecer, leyendo textos eternos de nuestras novelas inéditas. Había presentado muchas veces su acto de teatro chino y el monólogo de Hamlet, vestido de negro. Fuimos a México y, a pesar de su enfermedad, subimos a la cúspide de la pirámide de Chichen Itzá. Generosamente se ofreció para escribir la presentación de mi compilación de relatos, “Transeúntes del siglo XX” (2007, Pijao Editores), un brillante texto sobre el cuento en América Latina. Muchos se aterraron porque él, ácrata, anarquista e irreverente, no hacía por nadie este tipo de demostraciones de afecto. Con su voz en desuso, de actor, terminó diciendo: “Leyendo los cuentos de “Transeúntes del siglo XX”, se tiene la impresión de que su ámbito literario va dibujando en nuestra lectura la línea de una tensión que sabe hasta donde llegar; que sabe con quien trata en la soledad de sus indagaciones. Hay una pluralidad de voces asordinadas, de vacíos parlantes que delatan la soledad del propio ser dividido; se intuye la posibilidad de penetrar el mundo mediante un oficio riguroso que aúna el compromiso con la realidad y la preocupación formal del estilo y la estructura. En uno y otro caso, se puede detectar un tono de crítica social, velado en ocasiones por el hilo de una ironía que apunta al enigma de nuestro tiempo: el intento de descifrar la razón de esta maquinaria implacable que es la realidad y que en el caso de Jorge Eliécer Pardo no llega al escepticismo total, gracias a su talante de narrador que mantiene en alto su convicción de que escribir es un placer a su modo y en si mismo, cuando se es capaz de redondear una historia, que deje al espacio y al tiempo suspendidos entre la gama de registros literarios que el escritor moviliza. Y llega a ese momento en que se advierte que el autor logra que la condición humana sea comprendida, y se comprueba que es entonces y sólo entonces, cuando el artista ha realizado su oficio”.

Al terminar el té, Margalida me hizo la señal para que fuéramos a verlo. Subimos despacio, yo adelante y ella, sin las flores (las dejó en un jarrón, en la sala), como en las viejas telenovelas que los colombianos vimos y admiramos por su excelente trabajo como protagonista de carácter. Saludé a Carlos que tenía puesto un gorrito de lana y un piyama azul.

—Vengo a cumplir tu deseo —le dije—, traje a Margalida.

—¿A quién?

—Me pediste que la buscara y dijera que la necesitabas, a Margalida, la madre de tus hijas Mírala, está parada a la entrada.

—Toche, ¿cuándo le pedí eso?

Hubo un silencio que llenó el ambiente oloroso a medicamentos.

—Me recordaste los años con ella, sus tiempos de teatro y uno de tus viajes a Europa, al festival internacional de Nancy. ¿No lo recuerdas?

—¿Y ella, está aquí?

Pedí a la actriz que entrara; lo hizo con cautela, dijo “hola” y avanzó por el espacio que le di en el cuarto estrecho. “Hola”, dijo Perozzo. Para romper el hielo de esa tarde fría bogotana, le hablé a Carlos muy cerca.

—Me dijiste que Margalida tenía un gran sentido de orientación, que había sido una de las mejores actrices de Colombia, que fueron felices en ese viaje a París.

—Margalida indicaba por donde debíamos ir para las conexiones del metro, parecía una hermosa brújula —dijo Perozzo.

—Siempre fuiste tan testarudo, pero ese viaje, fue grandioso recuerdas que…

Empezaron a rememorar, complementar, reír; era el momento de dejarlos solos. Bajé las escaleras y le pedí un whisky a Mabelita Pachón.

Vino a verlo y a traer flores tres tardes seguidas, pero no subió a su cuarto. Fueron los días finales de mi amigo, el excelente novelista de “Hasta el sol de los venados”, “Juegos de mentes”, “El resto es silencio” y unos bellos y extraños cuentos.

Hoy supe que Margalida inició el viaje hacía el posible horizonte donde tendrá nuevas discusiones con uno de los más brillantes intelectuales que he conocido. Me sentí huérfano desde entonces, así nos desgranamos. Despido a una pareja que hizo historia en Colombia”.

*Bogotá, diciembre18 de 2024

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