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Yezid Castaño González : Un tolimense íntegro, un liberal de convicciones, un amigo ejemplar
Con el corazón roto por la partida de un amigo inmenso como Yezid, entre la vigilia y el sueño he recordado una sentencia maravillosa de E.M. Cioran, profundo pensador rumano, sobre la enigmática paradoja de la existencia y su final, inexorable: "La muerte solo tiene sentido para quienes han amado apasionadamente la vida." Y Yezid, la vivió intensamente. Quizá por esto mismo enfrentó el drama de su terrible enfermedad, con unos recios y desconcertantes, perfiles de coraje. Y retó a la muerte, y la esperó, altivo y fuerte. Hace dos meses nos encontramos por última vez, y su decaimiento físico contrastaba con una fuerza espiritual y una energía que brotaban de su alma, como si fuera a vivir, muchos años más, teniendo la certeza íntima que su final estaba cerca.
Leal, solidario, conmovedoramente bueno, hasta el último instante. Murió de pie, como se mueren los robles, con sus sueños intactos y su admirable reciedumbre de tolimense cabal.
En nuestra última conversación, telefónica, su voz era ya débil, y se notaba el cansancio de su última batalla contra un inevitable destino adverso. Fue una breve ceremonia del adiós, con un oficiante de los más puros valores de la amistad y del afecto. Vivió y murió con la pureza de sus sentimientos, sus ideas, su ibaguereñismo acendrado y terco, y su indeficiente amor por el Tolima.
Un hombre que no tragaba entero, y hacía gala de su independencia libérrima, su fundada obsesión de liberal radical, de patriota entusiasta, de Cofrade altivo y fuerte.
Su partida me remueve ahora un torbellino de gratos recuerdos. Menor que yo, unos pocos años, se integró por la vía del talento y las afinidades electivas, que consagró la genialidad de Goethe, a nuestras aventuras juvenil, nuestras reuniones, nuestros encuentros generacionales fascinantes con grupos diversos de amigos, de la política, la cultura, la mirada al estado y a las instituciones, la gastronomía, el arte de la conversación. Nuestra amistad había nacido en el Barrio Interlaken, que mis padres, mi hermana y yo frecuentábamos, los placidos fines de semana en la apacible y seductora Ibagué de entonces, para escuchar, de las manos geniales de Teresa Melo Castilla, las obras de Mozart, Bethoven y los maestros, todos, de la música clásica.
Del árbol familiar de Caicedos Montealegre, Melo Montealegre, Santofimio Caicedo, Botero Caicedo, Camacho Melo, Salazar Forthich, Salazar de Heredia, Melo Salazar, y tantos más, enriquecida con la compañía de los González Cuervo, los Castaño Gonzales, y tantos otros de la vecindad, salía airosa una juventud convocada por los ardores del arte, la música, el cine, el periodismo y la cultura. Allí nos reuníamos, en la loca alegría de la adolescencia, discutíamos, hilvanábamos historias, y creamos, al amparo de nuestros mayores, una fraternidad que casi todos mantuvimos como una tesoro a lo largo de nuestras vidas. Muchos se nos anticiparon en el viaje, pero siguen, como una fijación, vivos en nuestros ojos del corazón. Esa juventud llena de expectativas, de proyectos y de sueños, fortaleció sus nexos amistosos, en la convivencia del viejo Club Campestre, en sus entonces modestos escenarios, que fueron testigos silenciosos de nuestros primeros amores, de nuestra devoción por la tertulia, la poesía, el baile, la música, la conversación exquisita, la sana afición de muchos por los deportes. La vida entonces era un himno a la alegría.
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En todos esos escenarios estuvo siempre presente Yezid, lo mismo en la fuente de Soda de la familia Giraldo Rengifo, que en la Plaza de Bolívar, en la que fuera la casona de la familia Santos Varón, con su tradicional panadería.
Luego, nos unió la comunidad rosarista en el claustro colonial de la calle 14 # 6-25. Yo presentaba mis preparatorios para graduarme de abogado y Yezid iniciaba sus estudios de economía, con entusiasta empeño académico.
Su tío, el maestro del derecho Guillermo González Charry, quien luego fue Procurador General de la Nación, había sido mi profesor de derecho laboral, y aún seguía en su elocuente e informada cátedra, y nos convocaba a los alumnos tolimenses, a gratas e instructivas charlas, en los cafés cercanos, al claustro, y con frecuencia, nos invitaba a almorzar, en el restaurante Internacional de la Calle 12.
Por aquella época memorable para nuestra formación intelectual y profesional, coincidimos en la habitual tertulia del Café Pasaje, en torno al talento superior, a la inteligencia, lúcida e ilustrada de mi inolvidable pariente, el Cofrade Mayor Alfonso Palacio Rudas, Contralor y representante a la Cámara en la República Liberal, y luego, Senador, en el Frente Nacional, y Ministro de Hacienda y Alcalde de Bogotá, en el gobierno de Alfonso López Michelsen, del cual también tuvimos el honor de participar, Yezid como joven Gobernador del Tolima y yo, joven Ministro de Justicia.
Luego ocupó También el cargo de Secretario de Hacienda de Bogotá, en la alcaldía de su coterráneo Palacio Rudas.
La guía política de López y de Palacio Rudas, marcó, por igual, el destino político de Yezid y el mío, e iluminó de sabiduría y experiencia nuestro camino en la vida pública.
Más adelante Yezid Castaño González dirigió, con decoro, eficacia y visión certera los destinos de la Aeronáutica Civil, teniendo a su lado a otro miembro sobresaliente de nuestra generación de tolimenses: Abel Enrique Jiménez Neira, quien años más tarde, en el gobierno de Samper, dirigiera, con idénticas virtudes esa institución.
En el sector privado, Castaño González, siguiendo la huella de Santiago Vila Escobar, fundador en los años 40 de la empresa Aérea SAETA, convocó a un selecto grupo de tolimenes, encabezados por Alberto Suarez, Roberto Mejia, el exacalde de Ibagué Pedro Niño, para darle vida a AIRES una exitosa y moderna empresa de aviación, orgullo de nuestra región.
Su devoción por la gastronomía internacional lo llevó a convertirse en una artífice de esa arte exquisito que practicaba con deleite y humor, con un selecto grupo de amigos. En nuestros almuerzos de exminsitros y exgobernadoes Tolimenses, en La Barra de la 22, en Salinas Pajares, en el refugio Alpino, en las Cuatro Estaciones, en Bellini, en clubes y múltiples restaurantes, Yezid oficiaba el rito de la alta cocina, al lado de los tertulianos de la Mesa Redonda, que encabezaba Fernado Londoño Henao. Fue nuestro incomparable amigo Yezid, un gozador de la vida desde los días imborrables de nuestras tertulias, en el legendario Gran Vatel, con Myriam Grey y nuestro coro de amigas y amigos, compañeros de aventuras y ensoñaciones. Fue el tiempo de su primera incursión en el periodismo, al lado del talentoso y fiel Germán Huertas Combariza, siendo director del entonces, prestigiosos y único diario del Tolima EL CRONISTA. Los invité a escribir, e hicieron afortunados reportajes, y una sección de análisis político titulada "Micrófonos y Curules". Fue esta la alborada de estos dos queridos amigos, recién salidos de la Universidad, antes de su aparición afortunada en los cargos de representación popular, y de la dignidades que tuvieron, merecidamente y con indudable éxito, en la administración pública. Nos convocó luego, años más tarde, en su casa, con la dulce sombra compañera de Lucía, el amor de su vida, su polo a tierra, el eje de su lucha, su hogar y su esfuerzo. Con su hospitalidad espléndida, encendíamos habitualmente el fuego de la amistad, la controversia política, el diálogo inteligente, la inimitable buena mesa que el regentaba, con deleite, primor y venturoso sentido del humor y con esa sonrisa franca y cálida que inspiraba confianza y seguridad, fundada en su alma limpia, y en su noble corazón.
En esos diálogos fecundos surgieron ideas, proyectos, apoyo a todas las iniciativas de progreso y desarrollo, especialmente, para Ibagué y el Tolima, el solar de sus infinitas querencias, y para darle impulso, lo mismo al Triángulo del sur, que a las Universidades, el Conservatorio o a la bella obra humanitaria del Jardín de los Abuelos, huella caritativa de Lucía de Castaño, como primera dama del departamento. Allí, le celebramos los 90 años al jefe López, con sus exministros, sus exgobernadores, y con su amigo, el exfiscal y ex procurador, el ilustre jurista Alfonso Gómez Méndez, con quién Yezid, tuvo una cercana amistad, y con quién realizó, al lado de otros admiradores de Palacio, con el apoyo de los expresidentes Santos y Samper, la merecida ley de honores. Gracias a ellos, en el Parque de la 93, se levantó, contra el olvido el busto de Cofrade, y se publicaron dos tomos sobre la vida y la obra de este gran colombiano, orgullo de la raza tolimense, y de los liberales de tiempo completo, “los collarejos” como el solía llamar, a sus valientes y heroicos copartidarios del Tolima. Por generosa invitación de Yezid, colaboré para esa obra de justicia histórica, con evocaciones y recuerdos pertinentes, de quién además de mi pariente entrañable, fue mi maestro, y al lado de mi padre, el afortunado guía, en el mundo maravilloso de las bibliotecas, la lectura y los libros.
Tantos recuerdos, tantas vivencias, tantas confidencias, se agolpan ahora en mi alma rota por la pérdida de este singular y excelso amigo, en la dimensión esencial y exacta del vocablo.
Con Cesáreo Rocha, Miguel Merino, Flavio Rodríguez, Edgardo Ramírez, Luis Fernando Alvarado, Liliana y mis hijos, tuvimos nuestra última tertulia con Yezid, hace apenas dos meses. Aún revolotea por mi mente su indignación severa contra la injusticia, su clamor vehemente y encendido, para que cesara la inaudita persecución. Despidiéndolo, entre lágrimas, solo atino, en su homenaje a recitar, en soledad sonora las Coplas de Don Jorge Manrique la muerte de su Padre, el Maese Don Rodrigo, que representan a la luz de la crítica la cima de la poesía castellana, y aún universal:
"Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a acabar y consumir.
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y, más chicos,
allegados son iguales
los que viven por sus manos,
y los ricos..."
En formidable lección de sencillez, desde el siglo XV, lo enseñó el consagrado autor.
A la muerte, vamos todos, desde que nacemos morimos, la igualdad, sin condiciones si lo enseña. Pero, ante su cruel imperio, cuando se trata de seres de nuestro más íntimo entorno, la mística resignación es difícil de practicar. Ahora, cuando pienso en recuerdo también una venturosa sentencia del Maestro Azorín, en su" Ruta del Quijote", cuando pienso en Yezid, en Lucía, en sus hijos, y en Luz Ángela, su hermana, físicamente lejos de ellos, por la sin razón de la injusta adversidad, pero, llevándolos muy dentro de mi sentimiento. El consagrado escritor español viene a mi memoria cuando sentenció, con maestría:
"Eternidad insondable, eternidad del dolor. Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre, con la cabeza meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir".
Pronto volveremos a conversar, querido Yezid. En tanto, la muerte, no logra, con su mano siniestra, lastimar la fortaleza inexpugnable de nuestra amistad.
Bogotá, diciembre 20 de 2019
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