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Vamos en tren a conocer a gloria

Vamos en tren a conocer a gloria

En una impecable prosa mezclada con los recuerdos de infancia y con sobresaliente estilo literario del “Realismo Mágico”,  Alberto Santofimio nos estrega un trazo desconocido de su vida y de su tía, la primera dama de la televisión colombiana bajo el título que lleva esta nota: “Vamos en tren a conocer a Gloria”, un texto inédito que aparecerá en el libro “Perfiles del Tolima”, próximo a publicarse en Pijao Editores.     

Los dejamos con este breve y apasionante relato de la Ibagué pastoril y provincial de mitad del siglo pasado, donde solo nos queda de recuerdo del ferrocarril la locomotora sembrada en un abandona pedestal de la 19 con primera, diagonal al terminal de transporte.

Vamos en tren a conocer a Gloria  

Por: Alberto Santofimio Botero


Con mi abuelo Clímaco Botero Escobar tuve una fascinante relación íntima de mutuo entendimiento e impenitente complicidad. De él aprendí lecciones de coraje y entereza, toda una cátedra de vida que solía narrarme en constantes y privilegiadas conversaciones que cubrieron periodos decisivos de la infancia y la adolescencia, solo interrumpidos por mi viaje a Bogotá a cursar el bachillerato en filosofía y letras en el histórico claustro del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, bajo la tutoría espiritual de monseñor Jose Vicente Castro Silva, el mejor orador sagrado de su época y el formidable humanista, profundo conocedor de los clásicos latinos y griegos y de la obra de Cervantes, particularmente del Quijote de la Mancha, quien en ese entonces era el rector de esa venerable institución.

Mi abuelo tenía, además de una inteligencia admirable, una memoria fiel, una cultura constantemente alimentada por su condición de lector apasionado, y unas experiencias de su propia existencia que narraba minuciosamente con humor, ironía y fluidez cautivadoras. Era un narrador exquisito de singular calibre verbal. Desde comienzos del siglo anterior, Clímaco Botero Escobar tuvo fama de ser el mejor conversador de su tiempo en la Ibagué provinciana.

Sus diálogos y tertulias bien hubieran merecido quedar plasmadas para la posteridad en lo que hubiere sido un formidable libro. El comercio, la agricultura, la intensa actividad social, y las constantes incursiones en la política y en la compleja dirección de la alcaldía de la capital del Tolima, la que ocupó en tres oportunidades, fueron tal vez la causa de que se frustrara su vocación de escritor. Sin embargo, ya al final de su vida publicó varias crónicas en el semanario El Derecho y más tarde, en el diario conservador La Época, ambas publicaciones de la ciudad de Ibagué.

Usaba el idioma como una herramienta que enriquecía con las lecturas de Cervantes y de otros autores extranjeros de su predilección como Anatole France, Dostoyevski, Charles Baudelaire, Marcel Proust y Paul Eluard. De su amistad cercana con los poetas Carlos Lopez Narvaez y Carlos Villafañe, nació su gusto por la poesía, la que acompasaba con lecturas de historia y biografías de protagonistas ilustres que le seducían, especialmente Churchill, Roosevelt y Eisenhower. No me cabe duda, conociéndonos a fondo ambos, que Gloria, mi tía, heredó de su padre el sutil y afortunado manejo del arte de la conversación y del dialogo con sus semejantes. Continuó la senda de narrador de un calibre superior.

En la política, por herencia y por convicción abrazó las ideas conservadoras e hizo parte del poder local de ese partido en la época de la larga hegemonía conservadora que concluyó con la victoria de Olaya Herrera en 1930. Pese a su lealtad con Laureano Gómez, con Mariano Ospina Perez, y con Augusto Ramirez Moreno en el conservatismo, cultivó una relación amistosa con Alfonso López Pumarejo, colega de su padre en la asamblea del Tolima, y con Darío Echandía, en ardorosos y fascinantes diálogos tanto en Ibagué como en el legendario Hotel Chicoral de la familia Gonzalez Caicedo.

Ese énfasis que he puesto en recordar facetas de la personalidad de mi abuelo no es solo por la lealtad de evocarlo, sino por el nexo inescindible entre su talento, su simpatía y su dominio de la palabra, virtudes esenciales con las que sobresalió en el mundo de la cultura, la televisión, el arte, la música y la moda Gloria Valencia de Castaño.

Un lejano día de 1952 mi abuelo Clímaco llegó de su oficina a nuestra casa del barrio la Pola de Ibagué, mostrando en su rostro un entusiasmo inusitado y un aire de confidencialidad y de secreto. Me llamó al escritorio que tenía, sacó unos tiquetes y me dijo, no le digas nada a nadie, pero los dos nos vamos el sábado en el tren a Bogotá para que conozcas a Gloria.

Quedé asombrado de la ilusión de conocer Bogotá y de viajar en el tren en un trayecto más largo del que hacíamos con mis padres desde Ibagué hasta la estación de Chicoral, donde compartíamos con el maestro Darío Echandía y su esposa Emilia Arciniegas, o hacia Ambalema.

Pero el entusiasmo y la emoción del viaje me crearon una ansiedad paralela por saber quién era el personaje del que me hablaba mi abuelo, porque el nombre de Gloria jamás lo había oído pronunciar en las veladas de intimidad con familiares y amigos. En los escasos días que separaron, la visión de los tiquetes y la incógnita de la persona que mi abuelo me había nombrado, con una mezcla de ternura y confidencia, concluyeron ese sábado, cuando a las ocho de la mañana nos dirigimos a la vieja estación del ferrocarril. Llegamos temprano, anticipados a la partida del tren. Las gentes amigas se acercaban a saludar a mi abuelo, y en el momento en que sonó el silbato del inspector anunciando la partida del tren, fue creciendo en mí la curiosidad por conocer la capital de la República, pero sobre todo por resolver la misteriosa incógnita sobre quién era Gloria.

Mi abuelo y yo viajábamos con notoria felicidad. Por un instante, se me vino a la cabeza el soneto de Juan Lozano y Lozano que recitaba mi padre y que describe el tren desgarrándose hacia lo ignoto, mientras la locomotora avanzaba segura y rauda sobre el pecho del llano del Tolima. Las paradas en múltiples estaciones me resultaban fascinantes, observando como llegaban los vendedores de viandas típicas en el fugaz instante de la parada del tren. El calor apretaba tan solo amortiguado con la velocidad de la locomotora ululante. 

Mas tarde, leyendo las crónicas de Azorín sobre los pueblos de España y los viajes en tren, reviví en mi memoria ese descubrimiento de este espectacular vehículo de locomoción que por equivocaciones trágicas de algunas administraciones públicas en Colombia se marchitó y pereció.

Por fin, tras las largas horas de viaje, que no me dejaron sentir cansancio por la amena conversación de mi abuelo describiendo lugares y paisajes, acompañados de algunas anécdotas, el tren llegó a su destino final, la estación de la sabana, allí nos recibió un caballero delgado y apuesto, impecablemente vestido, de finas maneras y de hablar pausado y amable. Nos saludó con cálida simpatía, con una personalidad que desde el primer instante me dio una sensación de cercanía, la que después tuvimos hasta el final de su prodigiosa existencia. Era Álvaro Castaño Castillo, el esposo de Gloria, el fiel amor de toda su vida.


MARIA LOPEZ CASTAÑO,ALBERTO SANTOFIMIO BOTERO, Y PILAR CASTAÑO.AL FONDO,LA FOTOGRAFÍA DEL.PADRE DE GLORIA VALÈNCIA DE CASTAÑO EL TRES VECES ALCALDE DE IBAGUE DON CLIMACO BOTERO ESCOBAR ABUELO MATERNO DE ALBERTO SANTOFIMIO BOTERO.


Conduciendo su carro nos llevó hasta el hotel San Francisco en el centro histórico de Bogotá, y sonriente se despidió diciendo, descansen que mañana los recojo para ir a almorzar. Llegó la hora de la ansiada ceremonia del encuentro, mientras esperábamos en el lobby del viejo hotel, mi abuelo, con sonriente picardía, me dio una palmada en el hombro y me dijo sin abundar en ninguna suerte de explicaciones, “mijo por fin vas a conocer a tu tía Gloria”. Las dudas y las incertidumbres que cruzaban por mi cabeza de niño asombrado, desaparecieron todas, en el momento en que acompañando al caballero de la víspera, como en una mágica aparición de ficción o de realismo mágico, de estilo de García Márquez, apareció Gloria, con su inmensa belleza, con sus grandes ojos fijos, plenos de hermosura y de luz, con su sonrisa abrazadora y tierna, y sin mediar palabra alguna, nos refundimos el abuelo, ella y yo, en un eufórico abrazo que miraba con satisfacción y deleite su esposo Álvaro.

Cogimos la carrera séptima, atravesando la ciudad de entonces, hasta llegar a una carretera destapada entre nubes de polvo, en búsqueda de un restaurante famoso de la época llamado la Bella Suiza. Los dueños, amigos de Álvaro y de Gloria, nos atendieron espléndidamente. Solo con las sombras de la noche terminó ese primer encuentro con la que sería uno de mis afectos predilectos, solo interrumpido por la triste presencia de la muerte.

Años después Álvaro y Gloria solían venir a Ibagué a visitar a mi abuelo Clímaco y se hospedaban alternativamente en la hacienda El Bosque por la vieja vía Ambalá, de propiedad del general Castaño, Padre de Álvaro, o en la hacienda La Palma, de propiedad de Mario Laserna Pinzón y sus hermanos. Habitualmente acompañé a mi abuelo a esas tertulias fascinantes en las cuales participó también, en ocasiones con su halo poético y su genial simpatía, Arturo Camacho Ramírez, ya emparentado con Álvaro Castaño Castillo.

Viviendo interno en la Quinta Mútis, cursando el Bachillerato, muchas veces Álvaro y Gloria me recogían en mis salidas de los fines de semana y otras, nos encontrábamos en la casa de Mercedes, la mamá de Gloria. Allí trabé una relación cercana y fuerte con Eduardo, el arquitecto, hermano menor de Gloria.

Durante mis estudios de jurisprudencia salía del claustro al terminar mis clases y me iba inquieto y presuroso a las oficinas de la HJCK, donde conocí personajes como Gonzalo Mallarino y Gonzalo Rueda, quienes trabajaban en el empeño de una emisora para la “inmensa minoría”, y era asistente asombrado de las tertulias que allí se hacían con personajes del mundo de la cultura y de la política como Abelardo Forero Benavides, Tito de Zubiría, Pedro Gómez Valderrama, Daniel Arango, Jorge Gaitán Durán, Juan Lozano, Andres Holguin, Belisario Betancourt, Fabio Lozano Simonelli, Rogelio Echavarría, Jorge Zalamea, Eduardo Mendoza Varela, Mario Riberos y Fernando Charry Lara, entre otros.

Un coro de intelectuales y de inteligencias superiores que producían en la tertulia, en el debate y la contradicción, un espectáculo irrepetible, que marcó en mi vida de estudiante mi vocación literaria, mi pasión política y mi devoción por la poesía, la música y los libros.

Fueron los años de mayor esplendor del movimiento cultural y literario en el país, que se reflejó particularmente en las publicaciones de las revistas Mito y Eco, y en publicaciones de lecturas dominicales de El Tiempo y del semanario La Calle.

Ya en la década del noventa visité constantemente la emisora, cuando su ubicación era en diagonal a lo que es hoy el Centro Comercial Andino de Bogotá, allí llevaba mis comentarios de crítica literaria, gracias a la generosa hospitalidad que Gloria y Álvaro le dieron a mis escritos.

La hazaña de fundar y sostener, en medio de inenarrables angustias económicas, una emisora con las características de la HJCK, solo fue posible por la tesonera capacidad de Gloria para enfrentar dificultades y adversidades, y saber sortear con elegancia y altives, los más difíciles retos del destino. Sin exageración ni duda, fueron Álvaro y Gloria la pareja de la cultura desde 1950 hasta comienzos del siglo XXI. Cuando nadie hablaba del tema, Gloria incursionó con Naturalia en la protección del medio ambiente, en la batalla por la defensa de los recursos naturales en todas sus expresiones y en la advertencia del peligro del calentamiento global.

Pero, además, en torno a Gloria y Álvaro grandes figuras de la literatura universal como Borges o Rafael Alberti, encontraron albergue y ambiente para popularizar a través de los recitales y la radio, sus diversas visitas a Bogotá. Sería necio repetir en estas líneas, movidas por la emoción del afecto profundo y sincero, la larga lista de realizaciones y éxitos de la tía Gloria en el mundo de la televisión, de la moda y de la cultura. Su imagen, su prestigio multiplicado en la pantalla chica, su voz sedante y cautivante, su agilidad para entrevistar o analizar temas a profundidad, han dejado una huella que más allá de los registros de la historia, permanece viva a través de las generaciones de mujeres y hombres por testimonio fiel de sus mayores, por los archivos y registros de sus programas y por la tradición oral.

Ahora en la dulce tierra ibaguereña donde inició orgullosamente sus primeros pasos y su lucha, en un itinerario sobrecogedor y memorable, la estoy evocando. Una tenue luz va naciendo entre las flores y los árboles, anunciando la presencia del sol y los vientos de agosto. Entre Ocobos y Cámbulos floridos siento la caricia de la brisa, la que invita a los niños a elevar al cielo, como una plegaria, sus traviesas cometas. La tía Gloria las elevó también de niña de la mano de Mercedes, su madre, en el barrio El Carmen con esa alegre sencillez que la distinguió durante toda su existencia.

Cuando el impacto de la enfermedad en su salud hacia presentir lo peor, la visité en compañía de Liliana y de mis hijos Maria Clara y Emilio. Al vernos demostró una apacible energía, como si estuviese esperando el final entre resignada e incrédula. Cariñosa, recordando personajes, situaciones y sucesos de la intimidad y de la vida pública, con un coraje sobrecogedor, seguía hablando de sueños y de futuro como queriendo contener la fatalidad que se aproximaba.

Lectora impenitente como fue de tantos autores clásicos y modernos, devota de Borges, Cortázar, Camus, Sartre y Simone de Bevaouir, seguramente en esos momentos le vino a su memoria la sentencia de Sandor Marai, mostrando como el ideal perfecto del final de un ser privilegiado, “poder saltar de los sueños a la muerte”.

El cielo azul limpio de nubes me permite evocarla con la ternura y el mutuo cariño, que desde aquel lejano 1952 unieron como un sagrado vínculo nuestra relación familiar. Siento el sonido de sus pasos firmes, de su andar presuroso, de su belleza, su garbo, su distinción y elegancia inimitables, y entre veraneras, rosas, azaleas y magnolios, veo nuevamente su rostro y la magia del gesto de sus manos, me arropa la fuerza de su sonrisa iluminada y recuerdo los versos del célebre poema de Arthur Hugh Clough:


“no solo por los ventanales de oriente

se hace la luz cuando amanece:

frente a nosotros, se alza, lento, el sol ¡con parsimonia!,

pero ahora mira hacia el oriente y verás brillar la tierra.”


Abrumado por los recuerdos de tantas emociones compartidas en la dispar aventura del destino, con devoción debo decir que para quienes la tuvimos cerca fue ella una luz inextinguible. El gran público habrá de recordarla como una mujer sublime, sencilla y sincera que impuso su itinerario vital a golpes de talento, esfuerzo y dedicación admirables. Un ejemplo de superación excepcional. Así quedan su huella, sus ejecutorias y su limpio rastro, que han entrado ya con el recuerdo de su voz y figura, con paso firme y seguro en la historia, como la primera dama de la televisión y de la radio, como la gran promotora cultural de su tiempo, y como una mujer hazañosa y valiente, orgullosa y altiva, dueña de sus sueños, sus fines y sus caminos.

Ibagué, El Bunde

7 de agosto de 2021

*Ex Ministro de Estado y Ex Senador de la República

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