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Gabriel García Márquez y los sótanos del infierno
Por Ricardo Oviedo Arévalo
*Sociólogo, historiador y docente
Cierra este círculo de exilio literario al país azteca, el escritor Gabriel García Márquez (1927-2014), indudablemente el intelectual más universal de todos los tiempos en Colombia. Miembro del grupo literario de Barranquilla, periodista y escritor, ganador del Premio Nobel (1982) y fundador de la revista Alternativa (1974) y, años más tarde, de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (1994).
Su obra, como la de los anteriores escritores -Vargas Vila, Barba Jacob, Vallejo- se construye en una sociedad vernácula y tradicionalista, que tiene como su eje central un país violento, aferrado en su pasado colonial e hispanista; vivió, en México, cincuenta años, en el exilio obligado o voluntario; su obra revela bien esta influencia; su personaje central, en su novela Cien años de soledad, es el Coronel Aureliano Buendía, muestra lo absurdo, pero fatal, de la vorágine social colombiana.
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Sus personajes, que parecen construirse en el imaginario Macondo, no son otros que los actores de un país atribulado por su pasado conflictivo y su presente sangriento; por eso, no es extraño que su obra apareciera en los años posteriores a la llamada “violencia” de mediados del siglo XX, cuando Colombia reclamaba la construcción de nuevos referentes culturales e imaginarios sociales que recompusieran la nación destrozada por la guerra y que, por lo tanto, necesitaba olvidar su realista y trágico pasado, por un mágico porvenir, de poesía, música y literatura.
En este contexto surge el mundo macondiano de García Márquez, como una crítica acertada y mordaz a unas élites que, terminada la confrontación civil, a mediados del siglo XX, banalizan el origen de sus contradicciones, para querer llevarlas al prístino Olimpo literario y tratar, por lo tanto, de ocultar las asimetrías de su sangriento ADN en la construcción del Estado nacional y su relación con la periferia.
No es casual, entonces, que gran parte de su obra tuviera como tramoya literaria el actual departamento de La Guajira (hoy extensivo a todo el país), aún considerado un sitio de “realismo mágico”, donde sus gobernantes son, en muchas ocasiones, un peligro para la sociedad.
Desde allí aún nos llegan historias rocambolescas de esta realidad cotidiana de sus actores: contrabandistas, bandidos, peculadores, narcotraficantes y aventureros de todas las pelambres, que se disfrazan, casi siempre, entre otros de: políticos, gobernadores, alcaldes, gerentes y congresistas, que tienen sus propios ejércitos privados; maridos recelosos que aún cobran con sangre las deudas de amor y donde los propietarios de las minas, desvían y secuestran ríos y destruyen montañas, porque en sus oscuras entrañas hay carbón, que no consumen las cabras, de los propietarios de estas tierras, sus indígenas Wayú; y donde hoy, en medio de esta riqueza, sus hijos se mueren de física hambre; departamento en que, como por arte de magia (o de mafia), desde finales de los años sesenta, se creó el mercado de la marihuana y de su entorno de despilfarro y muerte, como lo recreó trivialmente el periodista costeño Juan Gossaín, en su novela La mala hierba (1982), donde relata las desventuras del clan Miranda, en las breñas de una narcotizada Sierra Nevada.
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Como un hilo conductor y eje narrativo de su obra, García Márquez, recuerda nuestro atávico y trágico pasado; de esta manera, por la vía de la exotización y la culturización, las elites nacionales deslegitimaron la visión crítica de la obra garciamarquiana, para volverla una pieza de folclor, antes que una descripción de nuestra realidad cotidiana de esta arcadia nacional bizarra, que terminó por justificar las desigualdades y los privilegios sociales permitiendo reconstruir la visión de “realismo trágico” de un país que salía de la barbarie de la guerra.
Al morir el escritor en ciudad de México, una de las representantes más reconocidas de estas élites conservadoras y reaccionarias, la senadora María Fernanda Cabal, trinó por las redes sociales, “pronto estarán juntos en los infiernos”, acompañada de una fotografía de Gabo junto a Fidel Castro, lo que ella ignoraba era que Gabo, rodeado de miles de mariposas amarillas, ya estaba tomando ron junto a Vargas Vila, Porfirio Barba Jacob y el coronel Aureliano Buendía, riéndose a toda carcajada de esa élite reaccionaria que hoy está viviendo su propio infierno en la tierra, en un país que ya no es de su propiedad.
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