Crónicas

Hasta los muertos pagan los tintos

Hasta los muertos pagan los tintos

 

Por: Humberto Leyton

Mientras los dolientes velan y lloran sus muertos, otros disfrutan gratis de los aromas y ácidos aditivos del café en el primer piso de la funeraria más conocida de Ibagué; estos personajes forman parte de una cofradía que se goterea la estimulante bebida incluida en los costos de los velorios.     

“Mi oficio ha sido la vagancia y a nadie le acepte un empleo”,  dice Jaime Rodríguez (91 años), quien integra un equipo de unas 50-60 personas, que todos los días le ´gorrean´ el tinto a los muertos en funerales Los Olivos.

Luciendo una camisa fucsia, pantalón café claro y zapatos chinos color miel, este hombre que forma parte del pequeño  ejército que todos los días ayuda al consumo de ocho-diez libras de café, en el autoservicio de esta casa funeraria ubicada en la carrera quinta con calle 41 de Ibagué, tiene una forma particular de vida: “Esta funeraria es mi club social y me considero con derechos para tomarme en vida, los tintos que no podré consumir cuando muera” y exhibe su carné de afiliado a Funerales los Olivos.

El acto que cumple “El Pescador”, apodo con el que se conoce a Rodríguez, lo repiten cinco o seis decenas de personas que todos los días, incluyendo domingos y festivos, acuden a la cafetería de esta casa mortuoria como lugar de encuentro para tomar tinto gratis. “Aquí, algunos traen pan hasta para desayunar”, nos dice la empelada que atiende, afirmación que corrobora la administradora.

Estos consuetudinarios tomadores de tinto a la ‘gorra’ de los difuntos, provienen de barrios cercanos a la casa de velación como: Restrepo, San Simón, Magisterio y personas que realizan trabajos informales en Cádiz y sectores aledaños, además de vendedores ambulantes y empleados del sector.   

Aunque esta clientela es conocida por el personal y directivos de la empresa  funeraria, a ellos nunca se les niega el servicio. “Tenemos órdenes de no decirles nada mucho menos de llamarles la atención. Ellos y ellas, gozan de los mismos servicios de cafetería que los familiares y acompañantes de los difuntos”, manifiesta la empleada que se niega a dar su nombre.

Esto de goterearse  a los muertos o a sus dolientes no es nuevo, en antaño era peor. En barrios y veredas,  los velorios se realizaban en las casas y duraban hasta más de 24 horas; en las noches o la madrugada, ofrecían caldo de gallina, de costilla, lechona, tamales y en algunos casos hasta aguardiente y cerveza. Estos ritos eran prácticamente de integración social donde más de uno conseguía hasta novia. También existían personas que como plañideras recorrían los velatorios, donde, además de llorar, rezaban unos novenarios interminables y aburridores. Ya las empresas que comercian con la muerte se  encargaron de acabar con estas costumbres.

‘El pescador’

A su edad, al viejo  no le pesan los años ni arrastra los pies. Tampoco guarda angustias o recuerdos fatales, por fortuna no ha soportado enfermedades graves y desde que lo conozco, hace 40 años, siempre ha mantenido un chiste o un gracejo para referirse a las situaciones por más trascendentales o complicadas que parezcan. “Ahora ya sé cómo será mi entierro porque he acompañado muchas veces a la muerte, y desde hace unos ocho años me le vengo a goterear el tinto a su cosa”, dice con una sonrisa burlona el inefable ‘Pescador’.

Su juventud se la dedicó al fútbol. Fue entrador y fundador del equipo Huracán que junto al Boca Junior del desaparecido Humberto González, fueron los primeros equipos de Ibagué que jugaban en la cancha del Hipódromo. “La mayoría de nuestros jugadores, estudiaban en el otrora legendario colegio San Simón, y muchos de ellos tuvieron figuración en importantes actividades de la vida municipal, departamental y nacional”, asegura ‘El pescador’.

También fue guarnecedor y dicharachero de café. En el tradicional Café Nutibara, que quedaba ubicado donde hoy se levanta el edificio de Kokorico, en la 12 con tercera, participaba en las tertulias interminables y frecuentes bebas que se presentaban con escritores como los hermanos Roberto y Hugo Ruiz, el pintor Mario Lafont, el hoy dirigente nacional del partido comunista y director de Voz, Carlos Lozano, en esa época estudiante de San Simón, el negro Lisardo Caicedo y ‘El Enano’ Alvis, entre otros. William Umaña, otro contertulio de la época, lo recuerda como: “Un amigo muy querido y solidario, bohemio como todos nosotros, incluyéndolo a usted compañero Leyton”.

Y en efecto, ‘El Pescador’, es referente viviente excepcional del famoso “Corrillo de la 12”, por donde pasaban todos los chimes políticos, gubernamentales, literarios, artísticos, domésticos y hasta de alcoba,  de aquel Ibagué que se debatía entre la dicotomía de ciudad-pueblo pastoril. Por allí, pasaban todas las verdades y mentiras de un pueblo pacato que se asomaba con miedo y temor a los nuevos avances sociales y civiles, cuando aún, los liberales madrugaban a misa de cinco a la catedral para que no los vieran los conservadores que iban a la de seis.  

Por eso, nos interesamos en escribir esta nota cuando descubrimos que ‘El pescador’, se dio cuenta de la muerte de su entrañable amigo, ‘El Enano’ Alvis, un conocido dirigente de izquierda de Ibagué, cuando se acercó a ver los carteles de la funeraria para saber el horario de las exequias y los entierros y poder darse el paseo en los buses que ofrece la funeraria a sus afiliados en el viaje de los fallecidos hacia el oriente eterno.

Extraño rito

Este extraño gusto, de acompañar a los deudos, sin conocer al muerto a su cremación, le ha traído sinsabores. En una ocasión los acompañantes residían en El Salado, incluyendo al conductor del automotor, al enterarse del desvío, tuvo que esperar que el vehículo llegara a su destino, y luego a píe,  regresar a su casa en el barrio Restrepo, después de haber caminado cerca de de tres horas a pleno rayo de sol y haberse pegado la quemada del siglo. Otro fue cuando se quedó dormido en el bus y despertó cerca de las 10 de la noche, estaba en un parqueadero y hasta que no revisaron el transporte y le pidieron documentos y explicaciones no lo dejaron ir.  

Nos causó curiosidad encontrar a un amigo profano y mundano, dedicado, a su edad, a tomar tinto gratis a nombre de los muertos y viajar en los sepelios como una forma rara y casi fantasmal de pasar el tiempo.

Este hombre, de uno 68 de estatura, leves arrugas en su rostro, pelo cano,  cuerpo sin joroba y andado normal, dice que lo único que hace para la salud, es caminar todos los días, después que se toma sus tintos en la cafetería de Los Olivos,  es caminar hasta la plaza de Bolívar y de allí regresar a su residencia del Restrepo. No es pensionado, nunca se preocupó por eso y solo figura como beneficiario de una de dos hijas, en el régimen de salud contributiva.

‘El Pescador’, sigue siendo consecuente con su estilo de vida, le mama gallo hasta la muerte y dice que ya no lo asusta ningún misterio. “Tomo tinto y viajo con ella, permanentemente,  hasta el lugar donde algún día quedaré para siempre. Me sé este cuento de memoria”, dice finalmente.  

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