Historias
El tamal de Morales, Cauca, una variedad para saborear
Por: Óscar Viña Pardo.
Comunicador Social
Soy un convencido que nada como el tamal del Tolima, y mejor aún la receta original de mi abuela Alcira, ese que preparan para fechas especiales, junio, 24 de diciembre y 1 de enero. Me los devoraba en la adolescencia, me consideraba un tragon de tamales, hasta siete alcancé a contar en una ocasión.
Ya para este 2022, dos y haciendo un esfuerzo. Ahora como más lento, disfruto sus sabores.
Debo confesar que como pocos tamales el resto de año, y cuando lo hago me encanta el “picoso” de don Floro por los lados del hospital Federico Lleras Acosta de Ibagué, sede La Francia. Soy quisquilloso para comer nuestro plato típico en otros lugares. Cuando lo hago reviso que tenga lo mínimo como son la costillita de cerdo, el pollito y el huevo cocido. El amasijo es cuento aparte.
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He comido tamal santandereano, ese rectangular que llaman “hayacas”, algunos con garbanzos y alcaparras, perejíl y pimentón. Un sabor diferente, que aunque para muchos de los nuestros molesta, es una buena alternativa en ese territorio.
Hay tamales santafereños, paisas, costeños, los he probado. Con algunas gratas experiencias, con los otros, no tan a gusto para mi paladar, sin desconocer que detrás de cada tamal hay una historia, una tradición familiar, de un pueblo, por eso jamás los descalificaré.
Pero el último tamal que me comí fue en Morales, municipio del Cauca. Un amasijo similar al nuestro, pero los aderezos fueron lo diferentes. Tamal de Pipiam con ají de maní, o con ají y aguacate. Tenía como complemento arroz y encima del tamal maní. Al principio lo miré como con desconfianza, luego empecé su deleite para llegar a sacarle gusto a ese maní en nuestro amasijo.
Con el arroz no pude, debo confesarlo, ese sí era un plato de otro mundo. Pero allá lo defienden a capa y espada, y es así como se come y me embelesé con esa defensa de su plato tradicional, porque es el verdadero acercamiento a la cultura desde la gastronomía.
Esa diversidad y respeto por nuestros platos tradicionales nos permitió entablar un diálogo constructivo donde disfrutamos con un plato nacional y sus diferentes presentaciones y variaciones, pero todos como la misma historia al final, un amasijo indígena que nos indica que estamos de fiesta de manera permanente.
Que viva el tamal en sus diferentes presentaciones, que siga siendo ese elemento que construye desde la diversidad y nos ayuda a entender todos los rincones de nuestro país, porque para variedad nuestra gastronomía, y gracias a Dios en cada plato hay una historia diferente que contar.
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