Columnistas
Viaje por el Tolima desde la sala de su casa
Los planes se agotan, la cuarentena se extiende un poco más, las noticias son desalentadoras, y la mayoría quieren volver a las calles a trabajar, para poder sobrevivir. Hay quienes desean volver al bar, a la discoteca, bueno, por lo menos a partir del 27 se puede salir a correr para hacer ejercicio, (en quién sabe qué condiciones), igual tampoco es que sea una prioridad para muchos, incluido quien escribe, que a veces ante la falta de ideas, busca encontrar cosas positivas, realizarlas y contar la experiencia para motivar a quienes lo puedan leer.
Una pregunta que ha surgido desde hace semanas, y cada vez más, es esa de: ¿Qué es lo primero que le gustaría hacer después de la cuarentena?, (no todo el mundo piensa igual, claro) pero viajar ha sido una de las respuestas más recurrentes. Así que, pensando en ese primer viaje con ilusión en días anteriores, consideré varios destinos a los que me gustaría visitar por primera vez, o regresar, hay tiempo para hacer consideraciones, o eso creía, hasta que el anuncio de extender la cuarentena hasta el 11 de mayo, me devolvió a la realidad, y a aceptar que lo mejor es mantener el aislamiento obligatorio y preservar la salud, mucho más importante que cualquier cosa. Por eso, y ante el momento de desesperación de tener que posponer más y más el viaje al lugar que sea, me detuve y lo reconsideré: ¡ya sé!, grité en voz alta ante el asombro de todos, que no sabían de qué estaba hablando, pero yo sí que lo tenía muy claro. Nací en un poblado ubicado al norte del Tolima, en el que viví todos mis años de colegio, antes de partir a Bogotá a realizar estudios superiores, y ya hace un tiempo que regresé al Tolima, esta vez a Ibagué de visita, visita que se ha prolongado ya por un par de años, y ojalá sean más, pero al mismo tiempo caí en cuenta que es realmente muy poco lo que conozco del Departamento, apenas algunas cortas visitas a poblaciones aledañas y poco más. Decidido, mi viaje será por el Tolima.
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Para eso el primer paso que tuve que dar, fue descubrir que no quería pasar por alto las recomendaciones de la cuarentena, y que un viaje no sería lo más responsable, eso sí, no cambié de idea, solo que en vez de ropa, artículos de aseo, y demás cosas que usualmente van en el equipaje, esta vez tomé mi maleta, saqué lo que tenía adentro -podrán decirme mentiroso, pero la maleta de viaje suele convertirse en una extensión del armario cuando ya no hay donde más guardar cosas que no son necesarias, pero que tampoco se puede prescindir de ellas-. Tomé mi computador personal, el cargador, y hasta gafas (no quería perderme nada), todo fue a la maleta, la agarré y emprendí el viaje desde mi cuarto hasta la sala, recordé que antes me habían enviado invitaciones para recorrer las ciudades más importantes de Europa, los museos con las más grandes obras de arte, desde mi casa, así que pensé: ¿Y si empiezo a conocer el Tolima?
Pues bien, equipado con todas las herramientas para mi viaje, decidí empezar por el norte, y me fui hasta Murillo. La entrada ha cambiado mucho de cómo la recordaba, aunque siempre fue un pueblito bonito, ahora las casas desde la entrada, parecen uniformadas en colorines fuertes, se ve amigable, eso sí, desde aquí, desde la sala de mi casa, sentí la magia del imponente Nevado del Ruiz, que se ve desde el parque, y que hace que la temperatura baje constantemente de los 10 grados centígrados, seguramente el famosísimo brandy con leche, sea el mejor remedio para controlar el frío y continuar el camino, la obligada visita a la ‘Cascada del Silencio’, con tiempo incluso se puede disfrutar de las aguas termales de ‘La Cabaña’, el páramo y la laguna del corazón, y si nos decidimos a pasar la noche, me enteré que existe un ‘glamping’, un lugar para acampar, bajo un domo que permite ver el cielo estrellado en medio de la nada, ese sí, prometo visitarlo más allá de mi viaje fugaz, porque ya se está haciendo tarde y tengo que partir a mi próximo destino.
Me levanté del sofá y me dirigí al balcón para recrear y sentir el clima templado, y las montañas del paisaje cuando va uno bajando de Murillo, pues a menos de una hora aproximadamente y por una carretera que ha ido mejorando bajo la promesa de la vía ‘Cambao-Manizales’, llega hasta el Líbano, lugar especial, no solo por la infinidad de recuerdos y de amigos que me trae, sino por su historia cultural e intelectual que se siente en medio de sus montañas, el olor a café y la arquitectura colonial que se conserva aún en algunas casas grandes en las esquinas. Una parada rápida por la casa de la cultura, una de las más bonitas que conozco, un tinto en el café Águila, la visita al obelisco en el centro del parque donde se encuentran los restos del fundador del pueblo, el general Isidro Parra, y sentarse en el parque con algún libro de Eduardo Santa, Carlos Orlando, o Jorge Eliécer Pardo, Gonzalo Sánchez, Alberto Machado, y seguiría una lista sin fin, porque cuenta la leyenda que si uno dice en el parque: “Buen día poeta”, voltean a mirar más de 100, y es que es considerado como el lugar del mundo que tiene más escritores por kilómetro cuadrado. No está demás que cerca se pueden encontrar paisajes y destinos interesantes como La Tigrera y sus cascadas, las mismas siete cascadas, un recorrido que se hace caminando en unas horas y permite incluso -casi por obligación- escalar en medio de una de ellas para salir de ahí, pero ya habrá tiempo para eso, debo seguir.
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Ojalá el obligado paso por Convenio -y pasándome al comedor- sirva para comer chorizos, que dicho sea de paso, por fortuna se consiguen en Ibagué, y si nos tuvimos que quitar los sacos y chaquetas bajando de Murillo al Líbano, aquí prácticamente nos tenemos que cambiar, porque en media hora más, estaremos en pleno cruce de Armero, donde cuesta hasta respirar por la humedad y el calor, para voltear hacia Mariquita, destino colonial, turístico, fundamental en la ruta de José Celestino Mutis y la Expedición Botánica. Llegando se encuentra uno de los centros coloniales más bonitos, la imponente y tradicional iglesia santuario de La Ermita, el monumento a Jiménez de Quesada, la casa de la Segunda Expedición Botánica, la Casa de la Moneda, el Museo Paleontológico de Mariquita, e infinidad de posibilidades entre hoteles, casas quintas, balnearios, piscinas, ranchos, haciendas, y lugares para pasar la noche, y disfrutar de un agradable clima, que con las horas baja un poco la temperatura, el calor se hace más llevadero, y la fabulosa posibilidad de comer mangostino, e incluso, el coctel de mangostino, mejora cualquier cosa, o porqué no, probar el delicioso y famoso pan mariquiteño. Ojalá la visita sea en agosto, para acompañar el ya tradicional concurso de música colombiana ‘Mangostino de Oro’, uno de los más importantes del país, y que cuenta con más de 20 versiones, un lugar y un momento para volver siempre a Mariquita.
Por ahora, debo volver al lugar donde inicié el viaje, mi habitación, a recargar baterías, la del computador, el celular, y las mías. Gracias por acompañarme en este primer viaje, e invitarme a conocer desde la sala de mi casa o cuando todo esto termine los demás municipios del Tolima. ¡Hasta el próximo destino!
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