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Resistir contra la tiranía

Resistir contra la tiranía

Por: Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho.


Algunos países de la región han sido engañados por palabreros que han vendido fórmulas mágicas para los problemas sociales y económicos para acabar con la desigualdad y ofrecer un nivel de vida digno a la población y ha ocurrido lo contrario por la candidez o equivocación de los electores a quienes les imponen los sistemas de gobierno.

Es una herencia del atraso en las costumbres de los españoles como consecuencia de su credo y la imposición de su fe, los cuentos y mitos y la tardanza en aplicar la Reforma para su desarrollo. Claro está, que la miseria de la condición humana es igual bajo cualquier régimen, según los historiadores del contexto social y político, pero ha sido Hispanoamérica donde ha sido más marcada su tradición.

La atmósfera cultural colombiana ha sido propicia para esta clase de engaños, por su culpable benevolencia para con lo mediocre y lo falso, que demuestra en algunos casos, una falta de formación, por la carencia absoluta del sentido de las proporciones y de las jerarquías, por la desconcertante facilidad con que aceptan los votantes a los candidatos presidenciales que les proponen como salvadores del desastre nacional sin el menor análisis crítico.

Venezuela es un claro ejemplo de esas falacias con el sistema político imperante desde Hugo Chávez, un militar carismático que siguió la corriente de los golpes de Estado en el vecino país y en las elecciones del pasado mes de julio el pueblo de Venezuela asistió consciente a votar contra esa política representada en el gobierno del presidente Nicolás Maduro, quien había dicho que: “ganaba por las buenas o por las malas”, pero según los analistas, ocurrió un fraude electoral y Maduro se convirtió en un dictador que desconoció la voluntad de las mayorías para perpetuarse en el poder.

Venezuela es el país más rico de América Latina en recursos naturales, pero se ubica como el segundo país más desigual por sus políticas de subvención “ distribucionista” a otros gobiernos en la época de Chávez, con una caída del PIB cercana al 40% y el bloqueo económico o asilamiento financiero, con un índice de pobreza del 51.9 de la población, que ha generado la migración de su gente hacia otros países por la necesidad, entre los cuales se encuentran en Colombia, que ha recibido a 2.845.706 venezolanos y de ellos 881.000 son niños y adolescentes que equivale al 30.96% de esa población con algunos profesionales incorporados en su desarrollo.

Colombia ha sido un lugar preferido por los migrantes venezolanos por su cercanía y los lazos de sangre que han unido a las dos naciones. Gustavo Petro, con su silencio sobre el resultado electoral de Maduro, implícitamente manifiesta su conformidad con el régimen venezolano y ha generado malestar en las gentes de la nación vecina, debido a que más de 6.5 millones de venezolanos residen en América Latina sin posibilidades de reintegración familiar.

Las gentes de Colombia se encuentran preocupadas debido a las políticas limítrofes de Venezuela y la ejecución de delitos que tienen conexidad entre los dos países por narcotráfico, contrabando, terrorismo y delitos comunes que se realizan por bandas criminales como el llamado “ Tren de Aragua”, con presencia en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Brasil. La corrupción que ha llegado a límites insospechados, la negación de los derechos adquiridos, el desconocimiento de la ley que aleja la inversión extranjera y el turismo, el desconcierto de los ciudadanos frente a la inseguridad jurídica y personal.

Alienta a los ciudadanos que ningún sistema dictatorial ha podido detener el proceso de evolución cultural, porque es una eventualidad histórica, y todavía se sigue leyendo a Homero a los clásicos y observando la pintura, escuchando la música como manifestaciones del espíritu que crece y se multiplica, sin que los tiranos puedan detener su proceso de expresión en la leyenda, los cantos, la poesía, las odiseas de la literatura, que siguen llamando la atención de los espíritus selectos.

Es evidente que en los gobernantes sin cultura existe un cambio de sensibilidad, de gusto, de hábitos hasta en las modas, sin que pueda existir una verdadera suplantación, porque el mal gusto es rechazado por su mediocridad y perece ante determinadas formas de comportamiento que se consiguen sólo con la cultura que permanece en las sociedades.

En Colombia los exponentes del cambio por el que algunos votamos, tienen razón en la economía verde que es un proceso global y lento, o un país menos desigual,  pero no pueden conseguir cambiar aparentemente todo con una Constituyente por fuera del poder constituido sin previo acuerdo distinto a lo que el gobierno del despilfarro de Santos firmó en La Habana o comprar congresistas para aprobar las leyes como aconteció con la reforma pensional con los dineros de la UNGRD, que tiene en la cárcel a algunos de los funcionarios y otros bajo investigación penal y tampoco, desconocer los derechos reconocidos con justo título o borrar la cultura, los  valores, ni la devoción democrática del país.

La expresión del poder hacia un mundo feliz, se originó en los escritos de los pensadores George Sorel, Heidegger, Gobineau o Huxley, que formaron la idea a perversos caudillos de anticipar el desarrollo de las tecnologías con la ficción de un mundo totalitario y feliz, en el cual todo está regido por la autoridad, en que desaparece la imaginación, la competencia de los espíritus, la división de la sociedad en jerarquías, pero encierra toda una ignominia soterrada de la supuesta sociedad igualitaria.

El ingenio de esos escritores consistió en que esa farsa sirvió para ser aplicada en los extremismos de las ideologías por Hitler, Mussolini o Stalin, y actualmente en los regímenes totalitarios que hablan del “cambio de las estructuras de poder”, de un nuevo orden que erosiona la soberanía y la autonomía de las naciones.

El espíritu liberal, no el partido de los avales, es la única ley inalterable en la vida de los pueblos que derrumba los despotismos cimentados en el uso de la fuerza, el desconocimiento de los derechos, contra el cual ha salido triunfante el sentido de libertad que debe resistir contra la tiranía y la barbarie que es la mejor vía en la búsqueda de una auténtica democracia que nos una hacia un sentido común de bienestar y justicia social.

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