Columnistas
Petro y el ataque a la democracia: cuando el perdedor grita fraude
Por Felipe Ferro
*Diputado Asamblea del Tolima. Centro Democrático
Colombia debe estar alerta. Gustavo Petro ha prendido una alarma que no se puede ignorar: “Desconfío de la transparencia de las elecciones del 2026”, escribió en su cuenta de X, como quien lanza una fosforo encendido en un pajar seco. Con una frase, el presidente ha abierto la puerta del abismo, no solo sembrando dudas sobre la Registraduría, sino anticipando el guión de lo que podría ser su intento de desconocer los resultados si, como todo indica, la oposición lo derrota en las urnas. No es una advertencia ingenua; es una estrategia premeditada, calculada y profundamente peligrosa para la democracia colombiana.
La jugada es tan evidente como perversa: Petro no quiere perder, y como sabe que será derrotado, prepara desde ya el terreno para victimizarse. La historia de América Latina está plagada de líderes autoritarios que, cuando olfatean la derrota, gritan fraude. Así actuó Nicolás Maduro en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Ahora, Petro se suma a esa lista, activando la narrativa del fraude sin evidencia, minando la confianza ciudadana en la institucionalidad electoral, y acusando, sin pruebas, a la misma Registraduría que lo eligió presidente en 2022.
Este doble rasero es revelador: cuando gana, las elecciones son limpias; cuando intuye la derrota, son sospechosas. ¿Dónde estaba su desconfianza cuando fue elegido alcalde de Bogotá? ¿Dónde estaba el fraude cuando fue senador, o cuando ganó la Presidencia? Hoy, el mismo sistema que lo encumbró es blanco de su ataque, no por fallas estructurales, sino por cálculos políticos.
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Las declaraciones del presidente no solo son irresponsables, son peligrosas. En una nación donde el 65% de los ciudadanos aún confía en el sistema electoral (según la más reciente encuesta de Invamer), Petro está dinamitando uno de los pilares fundamentales de la democracia: la credibilidad en el voto. Lo hace con la misma liviandad con la que lanza acusaciones, sin importar las consecuencias institucionales o sociales. Está ambientando el caos, preparando el terreno para el desconocimiento de los resultados, y promoviendo la deslegitimación de cualquier victoria que no le sea favorable.
Lo más preocupante es que esta narrativa no es un exabrupto aislado. Es parte de un plan para perpetuarse en el poder a través del descrédito institucional, como lo han hecho otros caudillos de izquierda en la región. Siembra desconfianza, polariza al país, enciende pasiones, desmoviliza al votante independiente, y si las cosas no salen como quiere, grita: “¡Fraude!”. No podemos permitirlo.
En vez de poner en duda el proceso electoral, el deber del presidente es otro: garantizar que los candidatos puedan hacer campaña sin miedo, que los ciudadanos puedan votar sin presión de grupos armados, y que se respete el veredicto de las urnas. La democracia no se construye a punta de amenazas ni de teorías conspirativas.
Petro está jugando con fuego. Y si no alzamos la voz hoy, mañana podríamos estar viendo cómo el país se desliza, como tantos otros, por la pendiente del autoritarismo disfrazado de sospecha. Aquí no se trata de derechas ni izquierdas: se trata de la defensa de la democracia misma.
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