Columnistas
Necesitamos una vocación
A esta ciudad nuestra le hace falta una vocación. La musical, heredada y maltratada por los siglos de los siglos, no ha sido realmente valorada ni por la gente ni por los gobernantes que la han condenado a la memoria de unos pocos, cuyo trabajo comprometido no alcanza para convertirla en un motor de desarrollo. La vocación turística se ha quedado en las visiones de los “expertos” que creen posible desarrollarla con solo consignarla en documentos que hoy reposan en los anaqueles de las universidades. La vocación agrícola, otra herencia cultural e histórica, no se compadece con el inveterado olvido en el que se consumen nuestros campesinos. Hoy, de 500 mil ibaguereños, sólo 35 mil se atreven a seguir en el campo; el servicio médico llega una sola vez al mes, las clases no inician a tiempo, el invierno los aísla, el verano los golpea, los intermediarios de sus productos los quiebran.
La vocación industrial, bueno… ¿cuál industria? Queremos creer en la vocación logística, dada las condiciones geográficas de la ciudad y soñamos con la vocación educativa, pero de nada sirve tener 16 instituciones de educación superior si el mercado laboral es insuficiente para absorber a los nuevos profesionales, técnicos y tecnólogos, que terminan en la que hasta el momento es nuestra única y verdadera vocación: la comercial. Pero, no nos hagamos ilusiones, no se trata de una gran vocación comercial, se trata de negocios “por cuenta propia”, que le venden a sus vecinos, quienes también van por su cuenta. Una pequeña modalidad de trueque moderno.
Romper con esta cadena de vocaciones incipientes requiere de un esfuerzo mancomunado en el que Ibagué, y el Tolima, parecen no estar dispuestos. En nuestra tierra gana el individualismo.
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Nuestro cuerpo legislativo, quienes representan los intereses de la región ante el país, no presentan iniciativas realmente innovadoras que permitan un desarrollo real para nuestra gente. Se conforman con hacer el pequeño mandado, acompañar a los alcaldes a las gestiones, a buscar el favorcito para sus seguidores, a recorrer los pueblos en sus camionetas para preparar las siguientes elecciones. ¿Cuántas leyes o acuerdos que beneficien a los tolimenses y a los ibaguereños han presentado? Creo que se podrían contar con los dedos de la mano.
La vocación económica, que parte de nuestra cultura, de nuestra idiosincrasia, es una urgencia tanto para Ibagué como para el Tolima. El plan 2025 fue una propuesta interesante que desafortunadamente germinó en suelo árido. Fortalecer una vocación requiere de presupuesto, del compromiso de las administraciones, incluso desde la ordenación del territorio, de la acción educativa, de un gran pacto social que permita, en un futuro cercano, atraer inversionistas a su alrededor. Pero en estas tierras olvidadas de Dios en las que los políticos sólo practican el cotidiano deporte de despotricar los unos de los otros, parece imposible. Pero como la esperanza es lo último que se pierde, hay que empezar.
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