Columnistas
Los incuestionables
El temor a lo desconocido nos despierta emociones complejas que transcurren de forma silenciosa por cada una de nuestras mentes, al no saber para dónde vamos y que podemos hacer ante los complejos vientos que soplan y debemos afrontar como nación en estos tiempos.
Toma relevancia en nuestras reflexiones cotidianas, la duda de que somos, seremos y fuimos, al final son simples intentos fallidos por aceptar resignadamente la incapacidad de no poder controlar la furia de nuestra madre tierra.
Ahora es la misma que nos pone la cuenta por partida doble, al mostrarnos la profunda crisis civilizatoria de nuestra época.
Los días transcurren en medio del pánico de tener que aprender a ser pacientes, al interior de un sistema que nos acostumbró a la idea e imaginario de ser eficientes, productivos y competitivos, pues de ello depende el éxito de la vida en esta existencia.
Aunque, lo peor es reconocer que la fuerza humana es débil/limitada, la cual no tiene la capacidad de afrontar los grandes fenómenos que presenciamos en nuestro caótico y esperanzador siglo XXI, que se enfrenta a la cólera de la pobreza, miseria y violencia o la posibilidad de asumir las transformaciones/luchas por otros mundos posibles y necesarios desde abajo.
En estos momentos difíciles que vivimos como país, es donde ponemos a prueba la inteligencia, disciplina, obediencia y solidaridad humana como una alternativa sensata para hacerle frente a la crisis de hambre, miseria y paz espiritual que nos trae consigo la pandemia.
Tal vez, en estos momentos toma sentido reconocer que la voz, promesas y acciones de los líderes, políticos y gobernadores de nuestras tierras, son una simple muestra de palabras y discursos disfrazados de buenas intenciones en medio de la necesidad, la sed y hambre que viven nuestras comunidades, las cuales resisten por sobrevivir al interior de una nación construida desde los intereses privados de los de arriba, que han forjado un proyecto fallido e inconcluso de la guerra, el control de las mafias sobre los territorios y la corrupción de los bienes/recursos en todos los niveles y estratos sociales.
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Que se podría esperar, si en medio de la crisis social y humanitaria que vivimos producto del coronavirus. No existe el descaro de esos los incuestionables, que no paran ni un segundo en su insaciable tarea de seguir robando y concretando sus prácticas politiqueras.
Por el contrario, logramos ver situaciones normales en nuestro escenario político: local, regional y nacional, es decir, sobrecostos en los alimentos, acuerdos y contratos privados para las mismas familias y grupos mafiosos, la entrega de los mercados, ayudas y programas sociales paupérrimos a personas que no lo necesitan, dejando a otras al filo de la miseria.
Parte de esta compleja realidad es la que vivimos como sociedad colombiana, al saber que ni para esta época de cuarentena o aislamiento por la vida, esa clase tradicional política toma algún receso para dejar de estar robando y jugando con la dignidad de las personas.
Pareciera, que la violencia no cesara y tampoco se fuera de cuarentena, cuando vemos como aumentan los enfrentamientos armados en las regiones, se endurece el despojo contra los pueblos indígenas en sus territorios, asimismo, sigue con fuerza el asesinato sistemático contra los líderes sociales de nuestro país.
Resulta ser ahora, que los estragos entre la vida y la muerte que trae el coronavirus, sean los seres humanos los únicos que sufren, al saber que se debaten entre ser la peor plaga o creación que ha dado Dios y el pluriverso en este mundo.
Ñapa: nos sumamos desde nuestros espacios, al mensaje de reflexión por la paz que ha pronunciado el obispo/pastor, monseñor Juan Carlos Barreto de la diócesis de Quibdó – Chocó. No, podemos aceptar ninguna forma de violencia directa contra nuestras comunidades indígenas, afros, campesinas y populares en sus territorios, teniendo en cuenta los tiempos de histeria y miedo generalizado que vive la nación.
Coletazo: nos solidarizamos con nuestro amigo/periodista Daniel Coronell, ante la forma infame de su destitución por parte de la Revista Semana, a través de un simple mensaje de WhatsApp. No se puede aceptar, ni tolerar ninguna forma de exclusión, silenciamiento y persecución contra el pensamiento crítico desde el ejercicio ético-político al servicio de las luchas sociales. Por esa razón “cancelo mi suscripción” de dicha casa periodística.
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