Columnistas
Lecciones y lesiones
Por: César Morales
*Administrador de Empresas y estudiante de Comunicación Social
Otra vez el paro camionero paralizó al país y demostró que como gremio tienen un gran poder e influencia. Aunque esta vez el bloqueo fue menos prolongado y ambas partes, gobierno y transportadores lograron alcanzar acuerdos, ambas partes cedieron y ganaron un poco. Ganó el gobierno, porque en medio de todo logró mantener el incremento del precio del ACPM a partir del ineludible desmonte de los subsidios.
Ganaron los camioneros porque lograron flexibilizar el aumento y prorrogarlo en el tiempo, tratando de minimizar el impacto en el precio de las mercancías y alimentos, pero perdieron porque el presidente ordenó analizar y realizar ajustes a las condiciones de contratación de los conductores, lo cual puede derivar en sanciones por parte del Ministerio del Trabajo, ojalá en este aspecto no haya intención revanchista.
El desmonte gradual de los subsidios al combustible, estimados en 12 billones de pesos al año, en lugar de dividir, agrupó en torno de la disciplina fiscal practicada por el gobierno, incluso a la derecha, a los exministros de Hacienda y a gremios como Fedesarrollo, quienes, en medio de todo, apoyaron al gobierno. Cuando esta matriz de opinión empezó a favorecerlo, la oposición viró entonces hacia otros discursos, como el aumento en el gasto de funcionamiento del Estado.
La opinión pública se dividió en el país, es cierto que cuando se le toca la comida al pueblo, este reaccionará en contra del Estado, pero también es cierto, que la gente por lo menos escuchó, analizó y debatió el tema del enorme costo fiscal que representa mantener subsidiado el combustible, mientras se sacrifican inversiones en otros temas.
12 billones de pesos que salen del bolsillo de todos los colombianos es el doble del presupuesto anual del Ministerio de Agricultura, es decir gastamos más subsidiando el ACPM que apoyando a los productores del campo; aunque toda comparación es odiosa, estas perspectivas nos ponen un poco más en el contexto de lo que realmente tiene este asunto en el trasfondo.
El tema de los paros de transportadores no es nuevo, y seguramente se volverán a presentar en este y en los subsiguientes gobiernos, la pregunta que debemos hacernos como país es ¿por qué hemos asistido de manera tan indiferente a estas situaciones, mientras manteníamos otros tipos de transporte como el ferroviario y el fluvial prácticamente en el abandono y que por fortuna este gobierno ha mostrado voluntad política de recuperarlo?
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Este país que duró cien años construyendo el túnel de La Línea, a la par que desmontaba los trenes, condenó a los colombianos a transitar por una geografía quebrada, en la que apenas hace una década inició un ambicioso programa de mejoramiento vial, pero dejando de lado el transporte multimodal, es decir aquel que se realiza desde diferentes modos.
Las grandes economías mundiales no solo utilizan el tren como transporte de mercancías, sino también de pasajeros y por eso construyen trenes de alta velocidad; acá los bogotanos llevan ochenta años esperando la construcción del metro, ¿por qué ese desdén hacia este tipo de transporte? ¿Quiénes se oponen? ¿A quiénes no beneficia? ¿Qué intereses económicos subsisten detrás de la dependencia única de las carreteras? Seguramente, contestándonos esas preguntas, lo entenderíamos.
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