Opinión
Las personas valiosas
Por Juan Bautista Pasten G.
La existencia humana se caracteriza por la inquietud constante de experimentar y enfrentar – en todo momento y lugar – hechos y circunstancias de todo tipo, las cuales, de una u otra manera, afectan e influyen, positiva y/o negativamente, en nuestras ideas, creencias, expectativas, objetivos y, por cierto, en nuestra emocionalidad y sentimientos.
En efecto, el sentido y dirección de la vida que las personas otorgan a su quehacer en el mundo depende, en importante medida, de la interacción que tenemos, diariamente, con una diversidad de congéneres en todos los ámbitos sociales, vale decir, familia, amistades, colegios, eventos artísticos, deportivos, trabajos e, incluso, en plazas y calles. Al respecto, a fines del siglo XX, el sociólogo y filósofo canadiense Marshall Mac Luhan expresaba: “La calle es una sala de clases”. En todo espacio colectivo y natural podemos recibir y aprender instancias que van formando nuestra personalidad.
Pues bien, esta movilidad permanente de la realidad en que estamos inmersos, genera, además, que los humanos estemos interactuando – desde el nacimiento hasta la muerte planetaria - con una multiplicidad de sujetos, de personas con su pléyade de particularidades. Estas interacciones humanas, nos permiten conocer y descubrir seres trascendentes, así como irrelevantes, en el sentido que, algunos, pueden ayudarnos y colaborar en darle una orientación significativa y valórica a nuestra existencia. Por el contrario, otros individuos pueden mostrarnos aspectos y facetas obscuras de la condición humana, que instan a alejarnos de ellos.
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Ciertamente, lo anteriormente señalado, apunta a inferir la inexorable e imprescindible existencia de personas valiosas, cuya riqueza interior se manifiesta en actitudes y acciones de bonhomía, empatía y solidaridad hacia todos quienes les circundan. Son seres que podemos denominar, con total certeza, como personas necesarias de conocer y - ¡ojalá! – estar siempre cerca de ellos. Por otra parte, a los otros seres, los nebulosos y aún no del todo conscientes, hay que comprenderlos, escucharlos, pero dejarlos atrás, con afecto y cariño.
En consecuencia, consideramos pertinente no solo destacar, sino también propiciar y fomentar, la existencia de seres humanos de creciente energía valórica y espiritual, los cuales son, ciertamente, luminarias en medio de la obscuridad y la necedad que, muchas veces, afectan las relaciones humanas.
Ahora bien, son esas personas valiosas las que requiere urgentemente el mundo, seres idóneos, íntegros y probos, llamados a convertirse en los líderes del Nuevo Mundo, ese mundo donde los valores esenciales – justicia, alegría y paz – hayan logrado abatir y vencer seudo valores como el individualismo, la ambición y el egoísmo.
Es menester, por tanto, instar y educar – en todos los ámbitos posibles – a la humanidad en su conjunto, posibilitar la transformación virtuosa del pensamiento y las acciones, en vistas de alcanzar la Vida plena que todos y cada uno anhelamos y merecemos. En esta labor de constante crecimiento valórico, nadie es prescindible, todos somos necesarios.
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Las personas valiosas, son aquellas que tienen comportamientos cimentados en la práctica de emociones positivas, unidas a crecientes grados de consciencia. Las personas valiosas son seres brillantes, motivadores, equitativos, optimistas, acogedores, resilientes, perspicaces y consecuentes.
En definitiva, las personas valiosas son, a nuestro juicio, quienes llevan la delantera en el proceso evolutivo, los auténticos ganadores, los que han alcanzado el verdadero éxito, los líderes que las comunidades humanas requieren con prontitud. ¡Es tiempo de transformarnos en seres humanos valiosos y luminosos, tiempo en que cada uno asuma el protagonismo en la construcción de un mundo mejor!
“¡El éxito! Reír mucho y a menudo; ganarse el respeto de las personas inteligentes y el aprecio de los niños; merecer el elogio de los críticos sinceros y mostrarse tolerante con las traiciones de los falsos amigos. Saber apreciar la belleza y hallar lo mejor en el prójimo; dejar un mundo algo mejor, bien sea por medio de un hijo sano, de un rincón de jardín o de una condición social redimida; saber que al menos una vida ha alentado más libremente gracias a la nuestra: Eso es haber triunfado”. Ralph Waldo Emerson, filósofo, escritor y poeta estadounidense, siglo XIX.
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