Columnistas
Laicismo radical
20 de Jul, 2018
Por: Julio César Carrión
La derrota del miedo y de los mitos fue la divisa primordial de la Ilustración. En procura del advenimiento de sociedades enteramente secularizadas se forjó el ideal racionalista de la modernidad, que pretendía el desmoronamiento de la dictadura espiritual de la Iglesia y de las ilusiones metafísicas que campearon durante todo el medioevo. Se trataba del proceso de desencantamiento generalizado del mundo...
Al compás del desarrollo de las ciencias, de las artes y de la producción capitalista, se fue imponiendo una visión profana, que se establecería en los imaginarios colectivos, junto con la propuesta del “progreso” como fundamento de la existencia humana. Pero esa misma burguesía, promotora del proceso de desintegración del viejo régimen, sería incapaz de asumir, hasta las últimas consecuencias, las dimensiones políticas del proyecto de desencantamiento del mundo, y la sólida presencia del pensamiento religioso medieval, obligó a la naciente mentalidad burguesa a la astucia del ocultamiento, al enmascaramiento, a la negociación y a la conciliación oportunista de intereses.
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Hoy, desde la particular perspectiva del racionalismo instrumental y del más vulgar pragmatismo transitoriamente victorioso, se publicita un aparente desencantamiento global; las diversas utopías acusan fatiga y se plantea un general escepticismo; por doquiera se hace notar el derrumbe de los viejos paradigmas, se instaura el pensamiento único como opción genérica para todas las sociedades y no falta quienes señalan la muerte de las ideologías e incluso el final de la historia.
Además asistimos aterrorizados al renacer de los fundamentalismos, al recrudecimiento de una barbarie de corte religioso, al incremento de los fanatismos y de los sectarismos. El pasado persiste, con todo el peso de su arcaísmo y regresión, las posturas reaccionarias y la premodernidad, parecieran renovarse a cada instante. Incluso, como lo denunciaran Horkheimer y Adorno, “la Ilustración recae en la mitología, de la que nunca ha sabido liberarse. La misma ciencia y la tecnología, encierran la presencia del mito”. En fin, el inicial proceso de desacralización, ha devenido en una nueva sacralización.
Los últimos ilustrados, esos incómodos descreídos adalides del laicismo radical Marx, Nietzsche, Freud-, señalados como “los maestros de la sospecha” parecen olvidados ante la renovada fortaleza de lo sagrado: de los Estados teocráticos, de los “ejércitos de Dios” los pueblos elegidos, las guerras santas, las verdades oficiales, y de todos los contemporáneos fundamentalismos, que tienen como misión la lucha contra el imperio del mal y el establecimiento del unanimismo.
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