Columnistas
Del leviatán y de otros monstruos
Por: Julio César Carrión
En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros hermanos míos: aquí hay Estados. ¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! abrid los oídos pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos...
-Del nuevo ídolo- Así habló Zaratustra Friedrich Nietzsche
No se trata de un análisis inter o trans-disciplinario, sino eminentemente, de una confrontación anti-disciplinaria...
En la extraña criptozoología bíblica se encuentra un terrible monstruo escatológico llamado Leviatán, que aterrorizó a los hombres durante muchos siglos. Se trata de una bestia marina que aparece de manera clara y manifiesta en varios libros del Antiguo Testamento (en Isaías 27:1; Salmos 74:13-14, 104: 25-26; Job 3:8, 40:20, 41:19...) pero también se presenta implícitamente en el Nuevo Testamento, en particular en los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis de Juan de Patmos. Así mismo el Leviatán está descrito en el libro apócrifo de Enoc.
Desde la más antigua mitología hebrea el Leviatán ha estado asociado a otros extraños y poderosos monstruos, como Behemot, una especie de buey, rinoceronte o hipopótamo de dimensiones colosales y al gallo grifo Ziz. Toda esta zoología fantástica, todas estas bestias, contienen un enorme simbolismo, con el cual, en última instancia, se pretendía romper con la pesada carga de parentesco que pervive entre el hombre y los animales; desentrañar el enigma de la ruptura entre lo sagrado y lo profano y garantizar el poder de las élites, mediante la constante manipulación del miedo.
El hombre en el plan divino propuesto por dichas élites, es diferenciado de las bestias, porque se presume que sigue estando allegado a ellas. Y estas bestias, arquetipo de maldad y de bajeza, tan ajenas ciertamente a lo humano, fueron creadas para infundir temor, frente a una posible regresión, a un retorno a lo meramente zoológico, que daría validez de lo no reglamentado, a lo no legislado.
El miedo constituye el principal sentido del proyecto salvífico yde regulación social, tanto en el judaísmo como en el cristianismo. La idea es superar a estas bestias que pretenden arrastrar a los humanos hacia situaciones despreciables; meramente biológicas, animales, zoológicas, bestiales, ya felizmente superadas por la condición humana. A fin de cuentas, se plantea en los libros “sagrados” de estas confesiones, que en el Juicio Universal, cuando se dé el banquete mesiánico de los justos, no sólo obtendremos la ansiada plenitud espiritual, sino que restableceremos nuestra corporeidad con la re-encarnación, y degustaremos las carnes de esos terribles animales escatológicos.
El esfuerzo por desprenderse de la grotesca parentela animal y garantizar una doctrina escatológica bien fundamentada, constituyó, pues, un asunto principal en el quehacer de los teólogos, metafísicos y teóricos de estas religiones durante largos períodos de la historia. Ese simbolismo animal contenido en la Biblia, habría de atemorizar por muchos siglos y generaciones a los pueblos cristianizados de Oriente y Occidente.
La cultura occidental durante toda la larga edad media, se apropió de esa zoología fantástica, de todas esas bestias y monstruosidades, dando continuidad al miedo como mecanismo para lograr la regulación social y la normalización ciudadana.
Ya en el siglo XVII, en el pleno ascenso de la naciente burguesía que habría de revolucionar el pensamiento, las maneras y los comportamientos del período medieval, (sustentado como lo hemos establecido, en el temor al diablo, a sus tinieblas y a todas esas horrendas criaturas, forjadas por los imaginarios populares y fortalecidos por la manipulación eclesiástica) y reconociendo ya el primado de la razón y del entendimiento antropocéntrico, Thomas Hobbes reclamó como imagen y metáfora del poder a ese gran Leviatán; comenzó de esta manera el discurso “humanista”, racionalista e ilustrado, de asumir al hombre como fin en sí mismo. El asunto de la “dignidad” del sujeto se inscribe en este contexto. La tarea de Hobbes fue la de convertir las masas populares en “súbditos”. Así, subjetividad y sumisión serían establecidas también por la filosofía burguesa, como ideas similares y totalmente convergentes. Plantea Hobbes en su obra “Leviatán, o la materia forma y poder de una república eclesiástica y civil” de 1651, que la vida del hombre en el estado de naturaleza, previo a la conformación del Estado político, es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y de guerra de todos contra todos, y que la garantía del orden social solamente se alcanzará sometiéndose, por propia voluntad, a una violencia organizada y racional, como forma de superación de ese estado de guerra y dicha organización se encarna en el Estado: “así el hombre crea ese gran Leviatán que llamamos república o Estado”.
Hobbes, como teórico del Estado, desde una supuesta “explicación” psico-social y antropológica, redujo las individualidades a una base natural de carácter general, universal, y precisó una teoría del poder que se impuso como elemento justificatorio de las diferencias sociales, de la explotación y las desigualdades. Es decir, argumentó que está en la naturaleza humana la obediencia al poder, la sumisión y la subalternidad.A partir de estas tesis -ampliadas significativamente por el movimiento político e intelectual de la Ilustración- el potencial más significativo del “poder” moderno, -al igual que del antiguo y el medieval- es su capacidad de meter miedo, de amenazar, de aterrorizar, cual Leviatán.
Según estos planteamientos, todos los hombres estarían impulsados por el miedo; el miedo es el motor universal. El Estado, al mantener el monopolio de la violencia, pretende garantizar la “igualdad”; el miedo, como principal doctrina política de la modernidad, hace a los hombres educables, normatizables, regulables, gobernables. Así se alcanza una elemental subjetividad autoconservadora, uniformemente sometida al Estado, a ese Leviatán, poderoso monopolizador de la violencia.
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