Columnistas
Ibagué y la oportunidad de un nuevo año
Por: Jaime Eduardo Reyes
De cara al 2026, la expectativa ciudadana se construye sobre la posibilidad de que los anuncios empiecen a convertirse en hechos. Más allá de las grandes apuestas urbanas, la esperanza se deposita en soluciones concretas que mejoren la vida diaria: vías transitables, barrios mejor conectados, una movilidad más digna y una gestión pública que avance con mayor coherencia.
El nuevo año se percibe como una oportunidad para consolidar procesos, recuperar la confianza y demostrar que Ibagué puede dar pasos firmes hacia una ciudad más ordenada, equitativa y pensada para su gente.
En Ibagué, los proyectos urbanos suelen llegar primero como relato y sólo después —si la historia resiste— como realidad. Los anuncios son más comunes que la natilla y los buñuelos en navidad. Al cierre de 2025, los ibaguereños volvimos a escuchar promesas que suenan conocidas, aunque ahora envueltas en un lenguaje más sofisticado, acompañados de videos y renders, y en una narrativa de futuro que, por años, le fue esquiva a la ciudad. La pregunta que flota en el ambiente no es si los proyectos son necesarios, sino si esta vez lograrán superar el largo historial de aplazamientos.
El Tranvía eléctrico:
El respaldo de la alcaldesa Johana Aranda al proyecto del tranvía eléctrico ha reabierto un debate que Ibagué ha pospuesto durante décadas: cómo crecer sin improvisar. Presentado como una apuesta estratégica, el tranvía promete mucho más que movilidad, pero también concentra dudas legítimas.
La ciudad escucha hablar de transformación urbana, de corredores revitalizados y de sostenibilidad, mientras recuerda otros proyectos ambiciosos que nunca pasaron del papel. El riesgo no está en la idea, sino en la distancia histórica entre el discurso y la ejecución.
El tranvía se ofrece como una solución integral: reordenar la ciudad, dinamizar la economía, atraer inversión y generar empleo. Sin embargo, para una ciudadanía que ha visto cómo grandes anuncios terminan diluidos en trámites, ajustes presupuestales y cambios de administración, el escepticismo no es capricho, sino memoria. Pensar en una ciudad moderna y conectada exige algo más que visión: requiere capacidad técnica, continuidad institucional y una gestión que no ceda ante la tentación del aplauso fácil.
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La vía a El Salado y la 103
Mientras el debate sobre el futuro se instala, los problemas del presente siguen marcando la vida diaria. De cara al 2026, las expectativas de los ibaguereños se concentran en obras básicas, casi elementales, como la pavimentación de la vía a El Salado y la construcción de la vía 103. Que estos proyectos sigan siendo noticia revela una paradoja incómoda: Ibagué discute sistemas de transporte de última generación, pero aún no resuelve de manera efectiva su red vial esencial.
La vía a El Salado es el ejemplo más claro de una deuda acumulada. Durante años ha sido símbolo de abandono, de promesas repetidas y de una ciudad que creció de espaldas a una parte importante de su territorio. Su pavimentación no debería presentarse como un logro extraordinario, sino como una obligación largamente incumplida. Algo similar ocurre con la vía 103, concebida como solución estructural para la movilidad, pero atrapada en el limbo de los proyectos que siempre están por empezar.
Estos proyectos, más que esperanza, generan una expectativa vigilante. Los ibaguereños ya no se conforman con anuncios; exigen cronogramas, financiación clara y resultados visibles. La ciudad ha aprendido —a fuerza de frustraciones— que el verdadero desarrollo no se mide por la cantidad de renders, sino por la capacidad de convertirlos en obras que transformen la cotidianidad.
Al cerrar el 2025, Ibagué no está ante la falta de ideas, sino ante una prueba de credibilidad. El reto no es imaginar la ciudad del futuro, sino demostrar que esta vez el futuro no volverá a quedarse en promesa. Porque en una ciudad cansada de esperar, la paciencia ya no es infinita.
La pavimentación en los barrios
Pero si hay un tema que atraviesa transversalmente la conversación urbana en Ibagué, es el estado de sus vías, especialmente las de los barrios. Más allá de los grandes proyectos y las promesas de transformación, la realidad cotidiana de miles de ibaguereños sigue marcada por calles sin pavimentar, llenas de polvo en verano y de barro en invierno, de cráteres lunares que daña carros y lesionan motociclistas.
En muchos sectores, el deterioro de las vías no es solo un problema de movilidad, sino un factor que profundiza la desigualdad, deteriora la calidad de vida y refuerza la sensación de abandono institucional.
La pavimentación de las vías barriales debería ser entendida como una política urbana básica y prioritaria, no como un favor ocasional ni como una promesa de campaña. Calles en mal estado encarecen el transporte, afectan el comercio local, dificultan el acceso a servicios públicos y limitan la integración de los barrios con el resto de la ciudad.
Mientras Ibagué discute proyectos de gran escala, persiste la deuda con su tejido urbano más cercano: el de los barrios donde se vive, se trabaja y se construye comunidad. Resolver esta carencia no requiere discursos grandilocuentes, sino planeación sostenida, inversión constante, una pisca de creatividad y una decisión política clara de dignificar la vida cotidiana.
La oportunidad de crecer en credibilidad institucional
En ese cruce entre las grandes apuestas y las necesidades básicas se juega el verdadero momento de Ibagué. El 2026 aparece no como un año de anuncios espectaculares, sino como la oportunidad de demostrar que la ciudad puede gobernarse priorizando lo esencial sin renunciar a la visión de largo plazo. La credibilidad institucional ya no dependerá de la ambición de los proyectos, sino de la capacidad de cumplir, de avanzar paso a paso y de mostrar que el desarrollo también se construye desde lo cotidiano.
Tal vez la esperanza de los ibaguereños no sea desmesurada, pero sí clara: una ciudad donde las promesas empiecen a cumplirse, donde los barrios dejen de esperar décadas por una calle digna y donde los proyectos estructurales no se conviertan en nuevas frustraciones. Si algo deja el cierre de 2025 es una ciudadanía más atenta, más exigente y menos dispuesta a conformarse. En esa vigilancia cívica —más que en los renders— puede estar la clave para que Ibagué, esta vez, no solo se piense mejor, sino que empiece, por fin, a hacerse realidad.
Gobernar en medio del ruido: el desafío de no perder el rumbo en año electoral
De cara a un primer semestre marcado por el ambiente electoral, el mejor consejo para la administración local de Ibagué es no perder el foco en la gestión. Las campañas pasan, pero las decisiones de gobierno quedan, y la ciudadanía distingue con claridad entre el ruido político y los resultados concretos. Blindar los procesos administrativos, cumplir cronogramas, acelerar la ejecución de obras y comunicar con transparencia los avances reales —no los anuncios— será clave para evitar que la agenda pública se diluya en la coyuntura electoral.
Mantener la institucionalidad por encima de las disputas políticas no solo protege la credibilidad del gobierno, sino que envía un mensaje de madurez democrática. Gobernar en tiempos electorales exige más rigor, no menos: equipos técnicos fortalecidos, seguimiento permanente a los proyectos estratégicos y una clara separación entre gestión y proselitismo.
Si la administración logra concentrarse en hacer bien su tarea, el 2026 no será recordado por las elecciones, sino por la capacidad de Ibagué de avanzar incluso en medio del ruido político.
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