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Opinión

Hidroituango: la cultura del todo se vale

Hidroituango: la cultura del todo se vale

Por: Luis Orlando Ávila

Si en algo se parecen el actual alcalde de Ibagué y el actual Gobernador del Tolima, es en su manifiesta genuflexión por todo lo que no sea del Tolima o de Ibagué, en materia de contratar (entregar) la plata que no es de ellos.

Ambos, añoran vivir y ejecutar su malhadado remedo estadista, basados en la copia. Y en copiar lo que les suene más rimbombante y hasta en aire de trova.

(Puede leer: La lucha por los medios comerciales tolimenses entre el dinero de la paz y el dinero de siempre)

Claro, justo es decir que no son los primeros ni los últimos; prueba de ello son aquellos (porque en un siglo solo ha habido una sola aquella) que antaño fueran responsables de: las décadas que duró en terminarse la Terminal que ahora van a desvalijar, del fallido montaje de la sede de la antigua Bavaria, de la frustración por la aniquilación (robo) de las carrileras del tren que no se dejó funcionar, de la utópica pista internacional de Perales y de la nunca realizada Central de Abastos, entre otras más con la ayuda soterrada de la Hidra de Lerna que son los gremios dizque económicos, que de cuando en vez rotan su tradición plutocrática, para impedir que se les afecte sus intereses de clase o lo que ellos y ellas llaman “región”.

En eso estamos

En eso seguiremos, según se ve por las actuales castas regionales o familiares que se pugnan por asirse a los ricos recursos públicos de Ibagué y del Tolima.

Pero al margen de lo que pasa (pudiera pasar) en los cinco municipios del área de la hecatombe de la ingeniera nacional, Hidroituango, debería llamar la atención de los tolimenses raizales y adoptivos, para que en próximas elecciones no se coman el cuento de “los echados p’adelante” o sencillamente de los de la cultura del todo se vale.

(Puede leer: El raponazo a la paz la repetida historia en el Tolima)

Producto de dicha cultura (transcultural), son ese tipo de fracasos de lo que debería ser la mente sabia y basada en el conocimiento matemático, principalmente; no en el software que al fin y al cabo es producto del diccionario, del lápiz, la cinta y la calculadora, desafortunadamente hoy en desuso.

Y acá caben, también, los que últimamente enseñan a luchar (los sindicalizados, aunque no todos o todas), que al no saber manejar ellos y ellas mismas el diccionario, el lápiz, la cinta o la calculadora, son tan responsables de buena parte de la mediocridad reinante en lo público y en lo privado.

Y cabe anotar que la discusión sobre los similares gustos (ansias) culturales del alcalde y del Gobernador, por los lugares donde hoy se respira el aire de la más peligrosa calidad o donde se asesinan mujeres como el contar zapatos, por decir algo, no viene al caso.

Al caso viene lo que dijera Eduardo Galeano: “Mejor no es aquel que mejor copia; mejor es aquel que crea, aunque creando se equivoque”.

¿Cuántas sociedades o firmas tolimenses de ingenieros, arquitectos, constructores formados en el Tolima, netamente tolimenses y con capital tolimense, actualmente desarrollan (o desarrollaran) las obras públicas en Ibagué y en el departamento?

Siempre se usó la excusa peyorativa de nuestra amada parsimonia tolimense para tapar la foránea mediocridad ajena y el oportunismo que esta brinda.

El tiempo demuestra – tristemente aquel inescrutable escultor, como lo dijera doña Marguerite Yourcenar – que la ansiada y reinante amalgama de mediocridad y oportunismo, sumado a algo de violencia y crímenes de lesa humanidad (se dice de 62 masacres), lleva, por ejemplo, a poner en inminente riesgo la vida de algo más de 400 mil colombianos humildes y de lo que ellos y ellas consideraban su hogar.

Y con el cinismo propio de los áulicos de la transculturización, para embolatar su propia mediocridad y oportunismo, sus medios y relacionistas citan y recitan hoy a Armero 1985, como si con ello ansiaran justificar Hidroituango 2018, en su nativo gusto por darle aún más muertos a esta fallida Colombia.

Por lo menos en Ibagué y el Tolima, pobremente tiramos hamaca o chinchorro y pensamos y repensamos bien las cosas, para no tener después que depender de Dios o de la Naturaleza, que nada tienen que ver con la docta ignorancia.

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