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Hay que saber odiar lo que merece ser odiado...

Hay que saber odiar lo que merece ser odiado...

Opinión

Por: Julio César Carrión Castro

A los tibios, tránsfugas y centristas que creen en las posibilidades de un capitalismo amable. Aquellos oportunistas que en Colombia suelen, grotescamente, autodenominarse "Verdes"...

Aquellos bufones que persisten en sostener discursitos de "izquierda", como pose intelectual pero que de manera artera comparten los beneficios de la explotación, la represión, la miseria generalizada  y los consuetudinarios crímenes de las oligarquías y la mafias.

Aquellos que no saben odiar; quienes no pueden darse el lujo de esas actitudes, y que por el contrario repudian el odio y la violencia -claro sólo la violencia de los oprimidos, no la de los opresores-; aquellos que viven plenos de satisfacción y de alegría y por tal razón, desde una falsa "oposición" convocan a los enemigos de los sectores populares y de la paz a "discutir civilizadamente" y a abandonar toda violencia. Estos que son abiertamente "pacifistas" , profetas de la no-violencia y que convocan abiertamente a conformar alianzas y desvergonzadamente proponen fundar "un uribismo por la paz".

A estos payasos tipo Peñalosa, Fajardo, Claudia López, Inti Asprilla o Antanas Mockus, hay que reiterarles, como lo señalara Jacques Rancière en " El odio a la democracia", que, "reencontrar la singularidad democrática es también tomar conciencia de su soledad.

La exigencia democrática ha sido durante mucho tiempo sostenida o recubierta por la idea de una sociedad nueva, cuyos elementos estarían formados en el seno mismo de la sociedad actual. Es lo que «socialismo» ha significado: una visión de la historia según la cual las formas capitalistas de producción y de intercambio formaban ya las condiciones materiales de una sociedad igualitaria y de su expansión mundial.

Es esta visión que sostiene todavía hoy la esperanza de un comunismo o de una democracia de las multitudes: las formas cada vez más inmateriales de la producción capitalista, su concentración en el universo de la comunicación formarían desde hoy una población nómada de «productores» de un nuevo tipo; formarían una inteligencia colectiva, una potencia colectiva de pensamientos, de afectos y de
movimientos de cuerpos, propia para hacer explotar las barreras del imperio. Comprender lo que quiere decir democracia es renunciar a esta fe.

La inteligencia colectiva producida por un sistema de dominación nunca es más que la inteligencia de este sistema. La sociedad desigual no carga en su flanco ninguna sociedad igual. La sociedad igual no es más que el conjunto de las relaciones igualitarias que se trazan aquí y ahora a través de actos singulares y precarios.

La democracia está desnuda en su relación al poder de la riqueza como al poder de la filiación que viene hoy a secundarla o desafiarla. No está fundada en naturaleza alguna de las cosas ni garantizada por ninguna forma institucional. No está sostenida por ninguna necesidad histórica y no sustenta ninguna.

No está confiada más que a la constancia de sus propios actos. La cosa tiene con qué suscitar el temor, luego, el odio, en los que están habituados a ejercer el magisterio del pensamiento. Pero en los que saben compartir con no importa quien el poder igual de la inteligencia, puede suscitar, por el contrario, el coraje, luego, la alegría".

 

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