Columnistas
El orgullo de los gobernantes
Por: Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho
En la época de las monarquías, quienes desempeñaban el poder absoluto, se consideraban señalados por la divinidad para actuar con carácter omnímodo y punitivo sobre sus subordinados.
Los cortesanos como Castiglione, sabían de la sutileza que debían tener al hablar con el rey, y no debían aparecer ante él, demasiado aduladores y cercanos, para no formar enemigos en la Corte, donde funcionaba la intriga, para lograr los objetivos con la seducción, el engaño y la táctica de la traición.
El poder envanece y más si se ejerce en nuestros países azotados por el subdesarrollo, que inclinan a los gobernantes a creer que pueden hacer lo que se le ocurra, y cuando se les contradice, la inconformidad se apodera de ellos para convertirse en orgullosos y soberbios.
En los gobiernos surgen criterios de dispar procedencia y los gobernantes, consideran que tienen un poder absoluto y no regulado por precisas normas legales, y cuando ello no ocurre, son objeto de acciones disciplinarias y penales o de revocatoria del mandato suscrito por un 40% de los votos válidos de la jornada electoral que lo eligió.
En los sistemas democráticos, los organismos administrativos del Estado, aparentan estar en el pináculo de la equidad y la justicia, en defensa de la paz, de los débiles, los oprimidos, los marginados, los negros y los necesitados que siempre laten en cada individuo.
Para ratificar esa apariencia, surgen los discursos del gobernante, con el deseo de aparecer de innovador de procesos energéticos que obedecen a políticas mundiales y que su cambio lleva a la crisis económica nacional, que hacen necesario acudir a préstamos de la banca internacional para el sostenimiento social por la falta de autonomía financiera.
Para concretar los deseos del gobernante aparecen los acuerdos políticos, las prebendas a los opositores, que marchan del brazo del gran Leibniz, que las disensiones entre las personas provienen en que no se ponen de acuerdo sobre la exacta significación de las palabras del mensaje social.
Los bandazos del gobierno se deben a una confusión de las políticas del cambio, en la salud por la corrupción del sistema y por su falta de estudios previos, del gravamen ilegal de las pensiones, del reparto de la tierra a gotas, sin una reforma agraria como la establecida en la ley 135 de 1961, por Carlos Lleras Restrepo, por la corrupción, la inseguridad y la violencia, que sin bien vienen de atrás, no se han tomado medidas adecuadas para combatirlas.
No es posible adelantar programas ambiciosos sin recursos, ni encabezar el cambio energético mundial sin tener con que pagar la nómina del Estado, por la falta de análisis de los programas propuestos y la falta de recursos por las políticas económicas equivocadas.
La prueba está en los sucesivos cambios de ministros que no han sabido entender su función o el gobierno de Petro, tiene diferencias de apreciación en la manera de obtener recursos para aplicarlos a los fines sociales, que al ser contrariados por sectores de oposición terminan en ser temperamentales por el orgullo del gobernante. ¡Quien no cumpla se va!
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Esa admonición da lugar a congresistas que apoyan al gobierno no por ideologías sino intereses y otros que se oponen por motivos diferentes como los ataques contra la corrupción. La prueba fehaciente es el escándalo de la Unidad de Gestión de Riesgos, con el reparto de dinero a algunos congresistas para la aprobación de la reforma pensional, que ha llevado al descrédito político del gobierno.
Existe una pasión política del presidente Gustavo Petro en cambiar el país conforme a su manera de ser. No sobre lo posible y lo viable, en términos de recursos y la posibilidad de ejecutar las obras prometidas en su dimensión y en el tiempo. No es malo tener sueños, deseos del alma, aquellos que conforman las fuerzas creadoras, con la abnegación y la bondad.
Pero, cuando los justos sentimientos por la persecución a su familia o porque no se aprueban los proyectos que presenta el gobierno, se muestran actitudes descomedidas del presidente de la República, como su discurso contra las mujeres periodistas, esos sentimientos se convierten en pasiones que nos ponen en contacto con la esencia de la constitución moral y de las expresiones de nuestros actos que pueden caer en actitudes de represalia social.
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La imaginación de los gobernantes no se debe exaltar, ni salirse de los cauces cabales, sino permanecer en el razonamiento que es el poder reorganizador y creador en la economía, el arte y la política, y no la fantasía que lleva al incumplimiento y la protesta.
La política es una apreciación de posibilidades, que no puede ser perturbada por el orgullo interior de los gobernantes, porque se vacila y se pierde la confianza en su finalidad, por la falta del aplomo en la decisión y la ingénita alegría, que exalta a los espíritus creadores de pensamientos prácticos y posibles.
La grandeza de nuestro país la constituyeron quienes ofrendaron su vida por la libertad y por quienes a golpe de constancia y trabajo honrado y respeto por los demás, construyeron las bases de nuestro desarrollo, pero también la causa de nuestra miseria ha sido el narcotráfico, la violencia y la corrupción y esa falsa apariencia de superioridad, donde sólo ha podido surgir un genio mundial, Gabriel García Márquez, como nobel en la literatura.
La emoción en los gobernantes siempre ha existido, como un elemento esencial para la acción, que ha sido, fugaz por las presiones de diferentes causas que no han permitido nuestro normal funcionamiento, como la injusticia y el odio.
Los sentimientos son los persistentes estados afectivos, mientras que la pasión se lanza por más tiempo para la creación, la devastación o el odio. Sin embargo, no son eternos, pero dejan consecuencias profundas reparables o irreparables.
La polarización política colombiana no ha sido de ideas sino de enfrentamientos estériles, donde hemos sido herederos forzosos de las viejas prácticas políticas tradicionales de unas familias que por sus apellidos han gobernado y se unen cuando ven en peligro sus intereses.
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Ante esas prácticas políticas de los gobernantes que se reciclan cada cuatro años con distinto lema, los colombianos hemos sido víctimas de palabreros que nos han ofrecido toda clase de remedios a nuestros males sin resultado positivo alguno.
Debemos utilizar el voto como el medio más expedito de protesta, para elegir y revocar a los gobernantes, deponiendo los odios y los resentimientos, para unirnos en torno a propósitos comunes de reconstrucción y desarrollo nacional, contra la corrupción, el despilfarro, él y las políticas en contra de los sectores más necesitados de la población a través de políticas económicas contrarias a la legalidad y el bienestar común.
No debemos esperar que nos unan los políticos, sino mediante los valores supremos y éticos que nos han permitido resistir a la barbarie y la injusticia como la amistad. La amistad es el sentimiento más elevado y puro de todas las relaciones humanas, superior al propio amor como lo sostuvo Montaigne en el siglo XVI.
Es evidente que existe incredulidad de los electores en los gobiernos anteriores como el despilfarro y la corrupción en los gobiernos de Santos y Duque, pero debemos hacer un intento en lograr un gran acuerdo nacional que nos una, y las universidades, colegios, empresas, y otras organizaciones como la televisión y la radio, pueden ayudar para que se aleje el odio de clases y las imposiciones, tendientes a buscar una verdadera paz, con progreso y concordia entre los colombianos.
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