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El ahogo

El ahogo

Los negocios cerrados, las calles vacías, la gente aguantando hambre, los trapos rojos en las puertas y en las ventanas de las casas, la impotencia. Nadie estaba preparado. ¿Cómo estarlo? Nos creíamos la mejor especie, la que todo lo podía, la que no conocía de límites, la que era capaz de mandar a la mierda el universo entero si era necesario, porque había que tener más, consumir más, competir más; como niños pequeños, más, más, más. Siempre más. Voraces, fuimos dejando una estela de pobreza y tristeza y tierra arrasada. No aprendimos a decir basta y éramos los todopoderosos, los mandamases. 

Pero llegó la peste y con ella la incertidumbre, el miedo y la muerte que comenzó a pasearse por nuestras tierras. Los cuerpos sin vida abandonados en las calles de Guayaquil, dos mil muertos en un solo día en New York, la tragedia de Italia, de España. Pero por aquí no son tantos… dicen… que la curva se está aplanando, dicen… qué ya se puede salir, dicen. Todos opinan, todos hablan, todos revisan las cifras, los datos oficiales, los números, las noticias, para intentar aplacar esa sensación de ahogo que nos va llegando: ahogo en el pecho, por el encierro, ahogo en el bolsillo, por el encierro, ahogo en la cabeza, por el encierro, ahogo en los pulmones, por la peste. Ahogo en el alma.

La civilización que persiguió las certezas en su lucha contra lo inexplicable, ahora sólo tiene dudas. ¿Cómo llegaré a final de mes? Y si salgo, cuando la cuarentena acabe, porque tarde o temprano va a acabar, ¿me enfermaré? ¿Traeré el ahogo a mi familia, a mis viejos, a mis hijos? Dios mío, dicen que el 60% de la gente se va a enfermar, tarde o temprano… ¿también me dará el ahogo? ¿qué carajos es tarde o temprano? Nadie sabe. Y si viene el ahogo por mi ¿habrá alguien que me puede curar? ¿Una cama de hospital? ¿Un respirador? ¿Una mano amiga?

Somos un manojo de dudas y no hay manera de saber, a ciencia cierta, qué hacer. Los dirigentes hacen lo que pueden con lo que tienen. La verdad, no tienen mucho. Sólo su voluntad. Pero es fácil verles en la cara el miedo, la duda, las presiones que llegan de todas partes, el ahogo.

Ya cumplo 24 días encerrado. Días antes del primer toque de queda, me había confinado. Yo también, como todos, tengo mi ahogo. No entiendo las cifras, no entiendo a los políticos que se toman fotos entregando mercados como si esto fuera un concurso de popularidad, siempre pensando en las próximas elecciones, no entiendo a quienes buscan aprovechar la tragedia para servirla en el mantel de sus suculentas ambiciones. 

Me ahogan las preguntas. 

¿Cuáles son las suyas? 

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