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Desempleo y Crisis Económica: Otra perspectiva sobre el suicidio en Ibagué
Dado a las condiciones de la situación a escala global, nacional y local, es mucho lo que se ha hablado sobre el suicidio. Gracias a eso, hoy en día tenemos bastante información sobre este fenómeno que según la Organización Mundial de la Salud, cobra la vida de alrededor de 800.000 personas al año en todo el mundo, a pesar de que es la décimo quinta causa de muerte en el planeta, lamentablemente es la segunda causa de muerte en jóvenes entre los 12 y los 25 años. También sabemos que si bien es un flagelo que sufren las sociedades en la actualidad, el suicidio es una práctica que aunque rechazada por los valores morales, ha estado presente en todos los periodos de la historia. Entendemos perfectamente que el suicidio es un asunto de salud pública y que los estados, incluyendo el nuestro han reconocido este fenómeno como una problemática que se debe erradicar del tejido social.
Sin embargo, lo que no se sabe o lo que no se está teniendo en cuenta a la hora de abordar el suicidio como un problema, es que éste antes que una cuestión de carácter individual, es un fenómeno social. Ya lo había planteado hace dos siglos el Sociólogo Francés Emile Durkheim, el autor de importantes obras como: “Las formas elementales de la vida religiosa” Y “La división del trabajo social”, el cual afirma que la aparición y la práctica constante de dicho fenómeno está directamente relacionada con los cambios de valores y situaciones que sufren las sociedades en general. En su obra: “Le Suicide”, Durkheim analiza el comportamiento suicida de algunos países de la Europa occidental durante el siglo XIX, una de sus conclusiones se fundamenta en que la tendencia suicida aumenta cuando una sociedad atraviesa una crisis económica. Esta idea tiene vigencia en la actualidad, pues el 75% de suicidios en el mundo tienen presencia en los países de ingresos bajos.
Un estudio publicado por la revista The Lancet Psychiatry en el cual analizaron las cifras de mortalidad por autoagresión comparadas con las tasas de desocupación en 63 países, establece que el desempleo provoca alrededor de 45.000 suicidios en el mundo. La ciudad de Ibagué es un ejemplo contundente para validar esta tesis. Desde el año 2005 la capital musical de Colombia atraviesa una crisis que ha generado bastante preocupación, pues desde esta fecha se registran uno de los más altos índices de mortalidad por autoagresión en todo el país, el año pasado medicina legal reportó 39 casos consumados y 617 intentos, en lo corrido de este 2020 que ni siquiera ha concluido su segundo mes, la secretaría de salud municipal ya reporta 6 suicidios consumados y 63 intentos, cifras que generan bastante preocupación en relación a la realidad que afrontan otras ciudades del país frente a esta problemática.
En paralelo a esto también podemos observar, cómo a través de los años Ibagué se ha ubicado en la cúspide del desempleo en Colombia. Ya son varios años en los que nuestra ciudad se encuentra aquejada por los síntomas de la depresión de la economía moderna, para el mes de febrero de 2018 con un porcentaje del 13%, Ibagué se posicionaba en el cuarto lugar entre las ciudades con mayor desempleo en el país, lamentablemente la situación ha evolucionado a cifras mucho más inquietantes, pues en el último informe presentado por el DANE el año pasado, Ibagué registró un porcentaje de desocupación del 15.06% ganándose el vergonzoso segundo lugar en ciudades con mayor desempleo, solo siendo superada por Quibdó.
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Teniendo en cuenta lo anterior, evidenciamos que efectivamente existen factores que correlacionan las dificultades económicas que atraviesan una sociedad con la conducta suicida que se origina al interior de la misma, en ese orden de ideas genera una inmensa alerta y desconsuelo la manera como las autoridades competentes en el tema están abordando la problemática del suicidio en Ibagué. A parte de que existe una política pública desde el año 2014 que no se está implementando con los estándares, la efectividad y el monitoreo que demanda un proceso de esas características, los esfuerzos administrativos e institucionales que se direccionan para atender la situación se centran fundamentalmente en la atención psicológica, psiquiátrica e inclusive espiritual, lo cual es un error.
No se puede desconocer que el fenómeno suicida tenga relación con los diversos trastornos de la salud mental, diferentes estudios lo comprueban efectivamente, ni que la orientación psicosocial sea un factor importante en materia de atención y prevención. Sin embargo, no se puede esperar generar un gran impacto o una reducción significativa de las tasas, cuando líneas de atención como la llamada “línea amiga” son la estrategia estrella para contraatacar una problemática de esta dimensión, ni mucho menos cuando de manera irresponsable y con desconocimiento de causa, se pretende intervenir este terrible mal con curas y pastores. No es la ausencia de dios en los hogares, son las preocupaciones que enfrentan los individuos, por sobrevivir en el día a día.
Se debe tomar conciencia de que la depresión es tan colectiva como individual, que la tristeza que hoy golpea especialmente a los jóvenes se debe en gran medida a que las expectativas de vida, metas y sueños que se generan a partir de las dinámicas del mercado y el sistema de valores, cada vez son más altas y el no lograrlas o el estar lejos de conseguirlas genera un sentimiento profundo de frustración en la sociedad. La desaceleración del crecimiento económico ha generado la reducción de miles de puestos de trabajo y esto origina un efecto dominó, pues al existir un índice tan alto de desocupación, el deseo de acceder a la educación superior, adquirir vivienda propia, viajar, pagar las deudas e inclusive llevar el pan a la mesa, van cayendo uno a uno y con esto se desmorona la idea de la realización personal.
Entonces más allá de charlas ocasionales con profesionales de la salud mental, lo que la gente aclama con desespero son oportunidades que les permita salir adelante.
De esta manera, es necesario hacer un llamado a que las instituciones que ejercen el poder en nuestra ciudad, se humanicen, que manifiesten una voluntad y un compromiso certero que garantice los elementos que la ciudadanía necesita para desarrollarse dentro de un marco de condiciones de vida digna, que Ibagué sea un espacio en el que todas y todos logremos ser felices. Esto se podrá conseguir, solo replanteando la acción gubernamental hacia una perspectiva más compasiva con la realidad en la que viven las personas.
*Politólogo Especialista
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