Opinión
Acerca de unas declaraciones ofensivas de Juan Manuel Galán contra Petro en Ibagué
Por: Jairo Rivera Morales
Por supuesto, hay algo de mesianismo en todos los caudillos; y Galán fue un caudillo como también lo es Petro. Tal vez Galán no le dio rienda suelta al sentido mesiánico que su presencia fulgurante inspiraba en muchos de sus seguidores; tal vez no padeció de manera tan pronunciada el complejo de Adán que algunos hemos criticado en Gustavo Petro.
Pero atacar, en forma virulenta, como él lo hace, al candidato del ‘Pacto Histórico’ creyendo que a estas alturas se le pueden sustraer adeptos para sumárselos a una candidatura tan débil como la de Sergio Fajardo, es no sólo un dislate sino una estupidez política. Desde luego, los que han decidido apoyar a Fajardo en la primera vuelta tienen todo el derecho de hacerlo y sus motivos son respetables dentro del marco democrático en el cual presumimos movernos. Pero, sabiendo que puede haber segunda vuelta, desempeñarse en procura de disminuir los efectivos del único candidato que puede derrotar a las mafias y corruptelas empotradas en el poder, es un despropósito. Y un despropósito antidemocrático, dado que el poder popular no se reduce a unos cuantos formalismos tácticos y coyunturales. Porque la democracia es “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” de acuerdo con la definición de Lincoln.
Si tenemos responsabilidad con el país, si conocemos su historia, si hemos realizado el escrutinio de todas sus violencias y de la forma como se reproducen a causa de la aplicación de políticas del miedo como las que ahora implementa la derecha recalcitrante y guerrerista, no ha lugar para tanta animadversión en contra del mejor candidato.
A los Galán no les fue bien en los pasados comicios; muchos lo esperábamos dado que el Nuevo Liberalismo es una organización política revestida de significaciones superiores en la historia reciente de Colombia. Y el insuceso se debió a que ellos de manera irresponsable y mezquina convirtieron dicho partido en una especie de fami-empresa electoral. ¿Cómo puede explicarse que hayan arrinconado, en la forma como lo hicieron, al hijo del otro gran líder del ‘Nuevo Liberalismo', Rodrigo Lara Restrepo, quien ha sido un parlamentario brillante y destacado? ¿Cómo dejar pasar por alto el ninguneo al que fueron sometidos personajes como Iván Marulanda y Alfonso Valdivieso quienes fueron los compañeros más cercanos, leales y eficientes del gran líder inmolado en Soacha el 18 de agosto de 1989?
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Los “nicuritos”, desde luego son personas decentes y son honrados; pero carecen de la estatura histórica, el liderazgo social, la formación intelectual, la consecuencia y la audacia, la osadía conceptual y discursiva, el coraje sin eclipses, que hicieron grande a Luis Carlos Galán.
Ojalá tengan el valor la franqueza y la decisión de rectificar sus errores; así como Gustavo Petro ha venido rectificando yerros, superando falencias y admitiendo críticas, con lo cual ha abierto espacios para la construcción de consensos y la realización de un trabajo en equipo cuyos resultados son tan evidentes que consiguieron durante los últimos cuatro años —mediante una labor indeficiente— “voltear la torta”, como dijo Poncho Zuleta en Barranquilla, en medio de un concierto.
El resultado de todo eso es el ‘Pacto Histórico’, una fuerza política descomunal, sólo comparable a la que forjó y organizó Jorge Eliécer Gaitán en 1947 frente a las elecciones parlamentarias, cuando derrotó al oficialismo liberal y al director del mismo el expresidente Eduardo Santos Montejo, quien hacia las 8 p.m. del día de las elecciones —en gesto que lo enalteció— le ordenó al secretario de la colectividad Abelardo Forero Benavides: “Vaya busque al doctor Gaitán y entréguele las llaves de este edificio. A partir de ahora él es el jefe del partido liberal. Él es nuestro jefe”.
Petro representa, hoy, la gran esperanza y la gran alternativa para realizar un tránsito entre la guerra y la paz, entre la inequidad y la justicia, entre el extractivismo y una seria política ambiental en defensa del agro y de la producción nacional, entre la corrupción y la decencia, entre el neoliberalismo y el desarrollo a escala humana, entre el aislacionismo y la integración, entre la necropolitica y la política del respeto a la integridad de todos, entre la guerra infame (y sucia) y la paz con justicia social, soberanía y dignidad. Él no está redondeando metáforas distractoras, ni valiéndose de maximalismos descentrados, cuando afirma que quiere coordinar un trabajo mancomunado para convertir a Colombia en una potencia de la vida.
Invoquemos a Luis Carlos Galán para decir que el momento de quiebre es “ahora o nunca”. Si esta oportunidad —única y feliz— se pierde, es por exceso de mezquindad y por falta de generosidad.
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