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Opinión

Vivir sin Facebook

Vivir sin Facebook

Por: Carlos Pardo Viña

*Escritor


Hackearon y eliminaron mi cuenta de Facebook. Desde el año 2008, cuando abrí mi perfil, construí una pequeña red de cerca de tres mil amigos con los que compartía mi trabajo y mi vida. En un solo clic, todo se esfumó y tuve que abrir una cuenta de ceros. Las conexiones que solicito son negadas porque los contactos piensan que es una cuenta falsa y así, de un momento a otro, tuve que empezar a vivir sin Facebook.

Las redes sociales cumplen, y en muchos casos sustituyen de manera perversa, ese sentido de validación que requerimos los seres humanos. Compartir el nuevo libro que publicaba, algún reconocimiento, alguna foto familiar que llenaba de likes mi cuenta, me daba la sensación de que allá afuera había gente a la que uno le importaba. Seguramente es así. En la vida real, uno le importa a la gente. No porque le den un me gusta, sino porque más allá de la red están los abrazos y qué bueno que a la gente le pasen cosas buenas o aquí estoy si es que tienes un problema. Vivir sin Facebook es contarle a la gente las cosas con una llamada, esperando que les alegre.

El otro punto es el marketing. En mi trabajo como escritor, investigador y editor el selfmarketing es clave. Esa palabreja que no es otra cosa que la autopromoción, ayuda a nutrir la hoja de vida digital que permite conectarnos con futuros proyectos. Ahora, comienzo nuevamente a hacer lo mismo, sólo para que algunos miembros de mi familia, que ya saben lo que hago, lo vean. Es como sentirse un poco solo. Eso también es vivir sin Facebook.

Quizá lo que más extraño son los Recuerdos, la sección que me dejaba volar hacia el pasado y que me traía al hoy lo que había hecho, sentido, pensado o promocionado en un momento específico. Todos los días viajaba a mis recuerdos y aunque a veces algunas publicaciones me daban ganas de eliminarme a mí mismo como amigo, por lo general me llenaban de alegría y me hacían recordar personas que, aunque ya no están en mi presente cotidiano, siguen viviendo en mi corazón. Vivir sin Facebook, entonces, es hacer el ejercicio de la memoria sin la ayuda digital y pensar en los bellos momentos que he vivido y también en los malos (que provocan igual sensación de querer eliminarme de la lista de amigos míos)

Abrir el Facebook para ver las noticias de los amigos era también una jornada deliciosa. Se que los de mi edad y los más viejos están aquí porque los más jóvenes prefieren Instagram, y ver sus fotografías y sus viajes y las novedades de su vida y su trabajo, sustituían el café. Vivir sin Facebook es llamarlos e invitarlos a un tinto (sea vino o café de la montaña) o simplemente preguntarles qué estaba pasando con sus existencias.

Entonces, sí. Me quedé sin Facebook, estoy aprendiendo a vivir sin Facebook y resulta que es mucho más cálido recordar y encontrarse con los amigos en el mundo real. 

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