Opinión
Se envejeció el público
Por Carlos Pardo Viña - Escritor y periodista
El concierto de inauguración del Festival Mangostino de Oro, aplazado por algunos problemas presupuestales, fue maravilloso. Los ganadores de la versión 2023 presentaron la mejor carta de invitación a Mariquita: un dueto de niñas que nos hizo soñar con el futuro, una cantante lírica que interpretaba bambucos y sanjuaneros y que hizo estremecer el Teatro Tolima, un trío que sonaba a bolero viejo, a jazz, a foxtrot, con una propuesta musical que lo consolidan como uno de los mejores, si no el mejor, trío vocal instrumental del país; un tiplista de la casa que nos hizo recordar al Negro Parra o a Juan Pablo Hernández, deslizando sus dedos con maestría por el instrumento, y una canción inédita de Luis Enrique Aragón Farkas llena de amor y ternura, inundaron de acordes el tradicional escenario tolimense, en el que también participó la orquesta y el coro del Conservatorio de Música de Ibagué, afirmando con su aún joven maestría, que somos ciudad musical.
Pocos peros al evento, pese a los largos y acostumbrados actos protocolarios. Sin embargo, al mirar a mi alrededor, noté con preocupación que el promedio de edad podría superar fácilmente los sesenta años.
Mujeres y hombres, con sus pelos blancos y la marca del tiempo en su rostro, cantaba y aplaudía las canciones. Las viejas y las nuevas. No es algo noticioso. Los públicos se están envejeciendo. Al menos en Ibagué. Es cierto que eventos como el Ibagué Ciudad Rock, el Festival Hip – Hop Ármate de arte, suscita el interés de los jóvenes dados sus gustos y sus consumos musicales; pero en los festivales de música tradicional, brillan por su ausencia. No les interesa. Algunos músicos jóvenes están en el escenario, los que han recibido la posta de la memoria de nuestra cultura, pero entre el público, en general, no.
En la primera mitad del siglo XX, el público de Ibagué era considerado como uno de los mejores y más críticos del país. Cuando no existía la Sala Castilla, llamada inicialmente Sala Beethoven, los conciertos se hacían en la Asamblea Departamental y en los avisos de prensa aparecían anuncios de que se recibían los butacos hasta antes de las dos de la tarde. La gente, llevaba su butaco para reservar puesto, y a la salida del concierto, salían con él debajo del brazo. Los músicos nacionales o internacionales que llegaban a la ciudad, se sorprendían con el conocimiento y la calidad de las audiencias, que hacían comentarios certeros.
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Las salas, siempre a reventar, entonaban las canciones y se maravillaban con las obras de los clásicos o de los compositores locales que ya incursionaban con sus bambucos, guabinas, valses y pasillos.
En el siglo XXI la música y los festivales siguieron apareciendo, pero el público se ha envejecido. Las mismas canas, las mismas arrugas. La apuesta territorial e identitaria de que somos Ciudad Musical se está envejeciendo y no hacemos nada para recuperar la memoria y plantear líneas de desarrollo cultural, económico y social a partir de ella. Los jóvenes que no vivieron los tiempos del esplendor, no conocen y no creen que seamos Ciudad Musical.
Esta debe ser una apuesta territorial. Necesitamos atraer a los jóvenes a nuestra memoria y nuestra cultura, tal como lo hacen en París, Barcelona o Florencia. Pero no podemos quedarnos sentados, esperando a darle un entierro de tercera a nuestros acordes.
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