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Opinión

Mi amigo, el que no tiene Facebook

Mi amigo, el que no tiene Facebook

Por César Morales - Administrador de Empresas-Comunicador Social


Para los de mi generación (cuarentones y contando), Facebook fue a principios de este siglo un confite de largo dulzor que nos atrapó y todavía no nos suelta, por donde el mundo se atrevió a romper intimidades y a contar su cotidianidad.

El ejercicio de las redes sociales surgió justamente como un medio para conectar con amigos, familiares, conocidos y compartir aspectos de la vida de cada quien: mirá a este hace rato no lo veía, pero está como viejo, y ese ¿dónde es que está?, mirá a este dizque en París, ve estos al fin se casaron, ¿esa camioneta si será de él?

Facebook empezó a alimentar nuestro morbo, y palabras como “stalkear” o el fisgonear de nuestra época,  alimentaron nuestra curiosidad por conocer la vida y milagros de las personas. Facebook envejeció y la red se fue quedando solo con veteranos y sus tías, pues los jóvenes migraron a Instagram en primera instancia, una red que promueve una especie de cultura por la estética, la belleza y el glamour fantasioso que promueven algunos influencers.

Luego apareció Tik Tok desde la China, y como casi todo lo que viene de allá, resultó más exótico, allá llegaron los adolescentes con sus bailes y sus parodias. X, la antigua Twitter, se convirtió en una tribuna agreste y mordaz, pues los creadores de Facebook tal vez no intuyeron que las redes iban a mutar hasta convertirse en un ring de boxeo, pero sin jueces ni árbitros.

Mi amigo nunca tuvo Facebook, ni Instagram, ni TikTok, ni mucho menos X, él va silvestre por la vida conectado simplemente con él mismo y su entorno cercano, dedicado a sus cosas, siendo infinitamente feliz. No carga con el desánimo ni el rencor que destilan los comentarios dislocados de algunos, ni sufre por la ansiedad de un like o un aumento de seguidores. Desconoce los hilos capaces de incendiar o provocar una guerra, ni las diatribas políticas a veces disparatadas de nuestros queridos líderes.

Cuando le comparto estas columnas me pide que se las envíe al WhatsApp en original y a veces me devuelve un comentario gentil, es la única red que usa, más que todo por temas comerciales, yo aprovecho y por allí le comparto algunos memes. Cuando hablamos, lo hacemos de cosas que realmente nos suceden y nos competen a nosotros mismos, pocas veces lo hacemos de los hechos, ni de las personas, ni de las noticias, ni los agarrones, ni nada de esa colada caliente que a veces se torna insoportable.

En un comienzo, debo confesar sentí pena por él y lo miré como un anacoreta digital, huraño y distante del progreso, ¿cómo va a hacer para vivir en este mundo interconectado? Pero cuando lo veo, cuando conversamos, encuentro en él un tipo tan profundo, tan sapiente, tan conectado con las cosas verdaderas, pero sobre todo tan libre y desprovisto  que ahora, quien siente pena, pero por mí mismo soy yo. Probablemente, habrá muchas personas más, que se mantuvieron y mantienen al margen de las enredaderas redes sociales y vivirán en ese oasis, desmantelado de las pesadumbres que generalmente promueven. A veces pienso que, tal vez, sea hora de retornar allí.

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