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Opinión

Los antinavidad: una genialidad hostil que en esta época no brilla.

Los antinavidad: una genialidad hostil que en esta época no brilla.

Por Germán Eduardo Gómez Carvajal


El poder de la Navidad es indudable. Sí existe una magia especial en estas fechas del año. Quienes la asumen como un pretexto para compartir con los seres queridos descubren que sí es cierto, porque bien sea por una razón u otra, sí estamos más expuestos a los encuentros.

A los encuentros con viejos amigos o viejos amores, con los familiares que nos visitan de lejos o a quienes visitamos. Nos conectamos con los lugares a los que asistimos, y lo más importante, con nosotros mismos.

Los adultos de verdad, verdad, tratamos de iluminarnos desde adentro, para encender la vida de quienes amamos. Sabemos por el tiempo andado, que vale más la luz de una sonrisa, que la de un bombillo intermitente.

Que las fachadas atiborradas de instalaciones no necesariamente corresponden a los hogares más luminosos y que los regalos más importantes no se miden por su costo, sino por su sentido de conexión entre quien da y recibe.

El regalo no es el producto en sí, si no las manos que lo entregan. El milagro de conectarse con un otro que te quiere dar un presente es casi divino en un mundo de soledades y sombras.

El tema del consumismo, los seudoGrinch, los relativizadores de lo armonioso, los máximizadores de las crisis, ese grupúsculo que ha asumido como forma de vida ir  en contra de la alegría propia, está en busca de llamar la atención y es necesario dársela.

Detrás de esa personita anti decembrina, por lo general hay un descubrimiento de su soledad multitudinaria, en estas épocas donde su hostil genialidad no brilla.

Las vacaciones, el tiempo libre, el desligue de lo que somos con lo que trabajamos, saca a la luz las ausencias de quienes tienen un trabajo pero no una vida, de quienes tienen una ideología, pero no una verdad.

A esos, en especial a esos, hay que arroparlos y no dejarlos en soledad. El lado triste de la Navidad es que el número de suicidios aumenta en tiempos de villancicos y cenas.

Con una mirada rápida pareciese que los malos fueran los alegres, quienes restriegan en la cara su alegría a quienes no lo son y ese es un pésimo enfoque.

Porque los felices, quienes lo logran, están en todo su derecho de ejecutar su alegría, por más trivial o momentánea que parezca. El problema real es cómo la gente construye su año, como en este sistema la gente se capacita para ganarse la vida pero no para vivirla, y como los aislamos.

Durante todo el año los antinavidad se conectan a sus labores con dedicación como un placebo que dispersa su no realización en otros escenarios. Los antinavidad quieren tener amigos entrañables, pero no intiman con nadie; los antinavidad tienen familia, pero no la reconocen; los antinavidad se blindan y se aíslan y si usted conoce a algún antinavidad, esté atento porque puede ser usted un conector luminoso que reconecte a alguien con la vida.

Tendemos a creer que hay una fuerza vital, en esos personajes uranios y críticos. Es común que igualemos la autodeterminación de ausentarse de festividades con un carácter envidiable y una disciplina inamovible.

Es muy probable que en su familia haya un bravucón con entereza, por el que nadie se preocupe, una mujer independiente, tan independiente que se siente sola, personajes que parecen no carecer de nada, pero les falta todo.

Ahí y justo ahí, está nuestro reto de transformar una navidad, una vida, una familia, tu familia. Es ahí donde también puedes tomarte un momento para cerrar los ojos y saber cómo estás vibrando, revisar las instalaciones y cables que están arropados con tu piel para saber que tienes por dar o que requieres recibir.

Navidad puede ser una época de trueques de los que no tiene precio, y eso es maravilloso, porque está al alcance de tan solo proponerlo. Hay que romper con la costumbre del silencio, hay que hacer de la navidad la disculpa perfecta para tender puentes con la creatividad necesaria para que quien esté del otro lado te cruce.

 

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