Opinión
La música que somos
Por Carlos Pardo Viña | Escritor y periodista
En 1897 llegó el primer fonógrafo a la ciudad. Funcionaba en la Calle Real. Por un real, el oyente podría escuchar piezas escogidas de música, cantos y trozos de prosa y verso. La llegada del aparato supuso el contacto con nuevos repertorios que competían con las retretas de los jueves y los sábados que ya incluían bambucos y pasillos en sus conciertos.
En la primera mitad del siglo XX llegó la radio. Ecos del Combeima, fundada en 1934 y dirigida por Mario M Barrios y Nicolás Rivera, hizo desfilar tras sus micrófonos a buena parte de los artistas tolimenses de entonces y se convirtió en un difusor de la cultura local. A ella se le sumaron Radio Cacique en 1944 y La Voz del Tolima en 1948. Llegaron más y más músicas que seguían construyendo eso que somos.
A lo largo de la historia, nuestro cancionero se ha ido enriqueciendo. Aunque en un tiempo se trataba de lo que queríamos ser, cuando el Conservatorio intentaba imponer la idea de la música culta, desde 1936, con el Congreso Nacional de la Música liderado por Alberto Castilla, se intentó transitar un nuevo camino construido por la música clásica y la popular. Quizá, por ello, en nuestra memoria colectiva persiste esa amalgama. Somos la música que escuchamos, somos la música que sentimos, y en Ibagué, ahora, lo escuchamos y lo sentimos todo. Somos rock y merengue, vallenato y despecho, clásicos y bambucos, pasillos y salsa.
- (Puede leer: Bucle temporal)
La apuesta de la Fundación Salvi en la versión del Ibagué Festival que inicia hoy, es justamente un reconocimiento a lo que somos: la memoria de nuestra ciudad musical bajo la batuta del maestro César Zambrano, el recuerdo de nuestras bandas con la Sinfónica estudiantil municipal de Melgar, lo electrónico con DJ Guitto, el jazz latino de Eddy Martínez, los sonidos del Pacífico con el grupo Bahia, la música campesina de Los alteños, la fusión colombiana de La Canoa y hasta el despecho de Yeison Jiménez. La lista sigue y sigue con casi una treintena de artistas.
Qué alegría que estos festivales sigan llenando de música nuestras vidas, tal como sucedía hace más de un siglo, y que nos sigan recordando que somos música, y que vale la pena reconstruir la ciudad alrededor de la cultura
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