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Opinión

Herencia maldita

Herencia maldita

Cuando yo era niño, tuve que ver las masacres, los descuartizamientos y los cadáveres flotando en los ríos. Era la época de Pablo Escobar y los carteles de la droga.

Afortunadamente, no tengo hijos. Si tuviera, ellos tendrían que ver las masacres, los descuartizamientos y los cadáveres flotando en los ríos de la época de la Seguridad Democrática y el gobierno de Iván Duque.

Pero los muchos compatriotas que sí tienen hijos están en esa dolorosa situación. Tienen que explicarles que la policía que los debe cuidar está disparando en los barrios, que capturan a muchachos de los que luego no hay razón, que aparecen cabezas en bolsas plásticas y cuerpos flotando en los ríos, como una macabra tradición nacional.

Y, por supuesto, hay más de cincuenta familias colombianas cuyos hijos fueron asesinados en las últimas tres semanas. Más de cincuenta víctimas que, según vaticina la historia, quedarán en la impunidad y serán sólo estadísticas más en la historia de muerte y cinismo de este remedo de país.

Colombia lleva más de tres generaciones matando a sus hijos. Es una herencia maldita de odio, ambición y crueldad que, además de la criminalidad de los perpetradores en el poder o la ilegalidad, es alimentada por la pasividad de una parte de la población a la que le parece normal, incluso deseable, que exterminen a los hijos de los demás.

Gonzalo Arango, el pensador nadaísta, escribió una elegía al bandolero “Desquite” cuando éste fue abatido por el ejército. El texto, lejos de ser un panegírico, es un cuestionamiento al país que engendró a tan violento personaje: “Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?”. No, Gonzalo. Parece que no hay manera. Décadas después de la muerte de desquite y de la tuya propia, se cumple tu profecía: “Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas”.

Así nunca tendremos país. Seguiremos siendo una enorme fosa común.


La columna escrita por Óscar Perdomo Gamboa ​ no representa la línea editorial del medio El Cronista.co

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