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Opinión

El monstruo de la radio, Jorge Eliécer Barbosa

El monstruo de la radio, Jorge Eliécer Barbosa

Por: Germán Eduardo Gómez Carvajal


Un sentimiento que pone en evidencia el poder de la radio, la trascendencia del lenguaje, y la subjetividad de nosotros los seres humanos, aquí va la historia:

Con las manos llenas de mamarrachos, terminando el año escolar y culminando la última de las tareas, mi madre me deja quedar en casa de mis primas para que juegue, brinque y raye. Ir a casa de mis primas es entrar a un centro de diversiones: no hay juguetes de mi agrado, solo muñecas y tacitas de té, pero el papá de ellas, mi padrino, es un tipo bonachón que juega a pelear como ninja. Me lanza hacia el cielo con una fuerza impresionante para que yo cobre los poderes que están en los altos aires de su casa y sea tan fuerte como él. Mis primas se esconden y yo debo rescatarlas de monstruos invisibles a los que mi padrino ninja y yo, vamos golpeando con fuerza y decisión, imaginándolos en la nada y golpeándolos mucho.

Nunca vi algún monstruo herido, pero mi padrino, me avisaba siempre la victoria y yo, la aceptaba sin cuestionamientos. El juego acababa cuando mi mami aparecía y me llevaba a la soledad de mi casa donde el único niño era yo. Mi padrino ninja se despedía inclinándose como oriental, agarraba su radio e iba a dormir.

Pero esta noche mamá no vendría. El juego fue igual. Golpeé a los monstruos invisibles hasta el cansancio, rescaté a mis primas muchas veces y mi compañero de lucha sudaba y lucia cansado. En consideración a él decidimos terminar el juego y él aceptó de inmediato. Tomó su inseparable radio y durmió como siempre. ‘Fercho’ mi padrino, en las noches era un fuerte guerrero, pero en el día, se disfrazaba de gerente de ventas, en una corporación forestal.

Sin embargo, los monstruos que nunca vi y que creía haber vencido, me despertaron a las cuatro de la mañana. Uno de ellos decía llamarse Calixto y no tener pelos en la lengua, su voz era de ultratumba y las palabras eran lentas y se extendían como cuando los fantasmas se pronuncian o las brujas secretean. Me quede frio. Me arropé de pies a cabeza. Pensé en pelear contra Calixto pero los poderes del alto aire de la casa de mi padrino no los alcanzaría yo solo. Pensé en mis primas y en quien nos rescataría.

La voz seguía aturdiendo mis oídos y arrugando mi cara. Además, mientras Calixto hablaba, sonaban rayos y estruendos. Ya la intensión de luchar no estaba y, lloraba como un niño próximo a ser golpeado por un personaje del inframundo. Las lágrimas silenciosas se convirtieron en un llanto perceptible y mi primita -sana y salva-  llegó a mi cuarto. La abrasé duro y le pregunté qué íbamos a hacer con Calixto. Mi prima con risa burlona y valentía actuada me llevó al cuarto del ninja.

 Calixto, el monstruo sin pelos en la lengua que hablaba con voz de ultratumba, no era más que un personaje radial dedicado a la sátira política, que se adulaba así mismo de su sinceridad. Repetía con truenos y centellas de fondo, su eslogan horrible y yo temblaba: “Calixto no tiene pelos en la lengua, pero sí lo buscan lo encuentran”.

Mi padrino lo oía desde las cuatro de la mañana y mis primas no le temían. Tan pronto el ninja se disfrazó de vendedor y salió a trabajar, yo apagué esa vaina y anhelé que mi mamá regresara pronto.

Luego, como ejercicio para vencer mis miedos en mi casa se escuchaba al aventado de Calixto, que, aunque hablaba con tono fantasmal innecesario, era un valiente periodista que se atrevía a delatar a unos tipos raros de oscuro proceder mediante una caja encantada que se llama radio. El tiempo y la adultez me enseñó que los monstruos no existen y me refregó en la cara que los políticos sí.

Hoy de adulto recuerdo el episodio con algo de nostalgia, pero también de gratitud con la vida por permitirme conocer, así sea desde la inocencia, a uno de los personajes icónicos de la radio tolimense, un hombre culto y vivaz que se la jugó por hacer radio en esta tierra que hoy a su recuerdo abraza, una región que le debe gran parte de los anaqueles de su historia a sus programas de radio. Su memoria lúcida, su olfato periodístico y su lengua sin pelos, permitieron resguardar los acontecimientos de toda una época que, sin su ejercicio radial, sería literalmente inmemorables para todo el relevo generacional que hoy somos.

Sin lugar a duda, Jorge Eliécer Barbosa se inmortalizó en sus oyentes, quienes, como yo, no titubean ni tantico en señalarlo como el monstruo de la radio en las tierras del Mohán

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