Historias
Recuerdos de Armero, 36 años
Museo Carlos Roberto Darwin
Por: Milton Rengifo
“Conocí la casa sede del Museo Carlos Roberto Darwin por allá en el año 75 o 76. Era una casa típica de "tierra caliente", espaciosa, iluminada, grandes ventanales y un patio enorme, vecina de los Oviedo, una reconocida familia de deportistas de las pesas o halterofilia.
Yo era apenas un niño despertando a la vida, estudiante de primaria en la escuela pública, Jorge Eliécer Gaitán, visitante asiduo del Río Lagunilla, de la acequia y de cuanta quebrada había en la región aprovechando su pródiga pesca, constructor y usuario de carros de balineras que hacíamos rodar ruidosamente desde la salida a San Pedro bajando por la calle 12 hasta la carrera 18.
En una de esas "competencias" por la calle 12, tal vez con carrera 21, me encontré de repente a las puertas del Museo Darwin: una casa blanca con puertas y ventanas de madera pintadas de gris, desnivel a la entrada que se superaba con un escalón de cemento, sala principal y cuartos con vitrinas llenas con centenares de fragmentos de ollas de barro, momias muy bien conservadas en sus urnas funerarias, múltiples objetos de piedra entre ellos, hachas y lanzas, todas propias de la cultura Panche que habitó en la región, debidamente marcadas y señalizadas con números y letras y cuadros explicativos colgados en las paredes.
También, enormes frascos guardaban fetos humanos con malformaciones genéticas, producto de las profusas fumigaciones de los cultivos de la región realizadas con productos químicos heredados de Vietnam, como lo denunció en su momento Germán Castro Caicedo en su famoso libro ‘Colombia Amarga’. Un extraño aparato con cables y bombillos y letras en ingles colgaba de la sala: un satélite meteorológico de la NASA hallado por un campesino de la región y entregado a Carlos Ephren Torres Mosquera, un antropólogo y arqueólogo de la Universidad de Los Andes y Director del Museo.
La atracción principal del Museo Darwin, sin embargo, era una pequeña figura hecha en tumbaga, aleación de oro y cobre, según lo advertía un pequeño aviso puesto al lado de la pequeña caja de vidrio que la guardaba. La figura, encontrada en una de las excavaciones de restos panches, adelantada por Edgar Ephren y su equipo en las Vegas del Sabandija, en el área de Méndez, una población cercana a Armero, era una copia muy bien definida y tallada de la Esfinge faraónica, la figura de cuerpo de león y cabeza de humano, símbolo de la realeza egipcia y que acompaña innumerables pirámides y templos de dicha cultura.
¿Cómo llegó esa figura, propia de una civilización como la egipcia localizada a miles de kilómetros, a ser hallada dentro de los restos de una cultura indígena como la Panche? Esa pregunta la pude contestar solo unos treinta años después, cuando, investigando y hurgando entre papeles y documentos, hallé un hilo conductor entre los visitantes de antiguas culturas llegados a América mucho antes de la llegada de Colón y nuestros ancestros, los pueblos aborígenes de Centro y Suramérica”.
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De los Jaguares a mi casa
Por: José Jasiel Castillo
“Seguramente eran las 5 de la mañana del día domingo, de pronto la música dejó de sonar, la luz de neón del centro de la pista se apagó y los bombillos amarillos se encendieron; la rumba había llegado a su fin.
En la mesa rimax aún había algunos cunchos de gaseosa y un par de tragos de Tapa Roja, que nos bebimos mientras nos retiramos de aquel rincón cerca al bar. Salimos rumbo a la 18 y allí nos sentamos en las sillas de concreto del Mercadito, como no estaba abierto todavía, luego de unos minutos de reposo, seguimos nuestro camino.
Pasamos por bomberos y luego por donde Felisa, donde daban lora unos borrachitos y las rancheras de Leo Dan, daba el toque característico al bar Candilejas. Continuamos bien puestecitos, a pesar de que por momentos perdíamos el paso. Estábamos en busca de una porción de carne con papa y huevo, de la vitrina de Efraín, quien se ubicaba en la esquina de la 18 con 11. Ya el sol se veía con todo su esplendor y comenzaba el anuncio de la salida de buses de Rápido Tolima y sobre la 18 ya revoloteaban: “Honda, Honda, Honda” y al otro costado con dirección a Lagunilla: “Líbano, Líbano, Líbano”.
Tomamos el lado derecho de la 11, rumbo al parque de Los Fundadores, ya era un poco más de las 7 de la mañana, lo digo porque don Ernesto Lozada se disponía a abrir su sastrería, que aún los domingos prestaba servicio al público. Al mencionar a don Ernesto, es obligado comentar su estilo único, su cabello totalmente blanco, su camisa blanca de mangas largas con mancuernillas doradas, su pantalón de paño inglés, con prenses y sus zapatos Corona, impecable el planchado de su vestido como el lustrado de sus zapatos, nunca vi en Armero a un señor mejor vestido que él.
Llegamos al parque Los Fundadores y en la caseta ubicada en la esquina del parque, el teléfono sonaba incansablemente, alguien estaba solicitando el servicio de un taxi. Pasamos por el almacén Gaspar, donde algunos amigos obtenían su pinta dominical, hasta llegar a la galería o plaza de mercado, donde don Misael Devia ya había sacado la mecedora en la que solía descansar.
Pasamos por el comando de la policía, rumbo a la sede de la JULI, el lugar en que Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez tenía su sede política, volteamos a mano derecha para pasar por donde los Álvarez, los dueños de gaseosa La Bogotana. Nos detuvimos un instante a mirar cómo la gente, aún estaba formada en fila, en la lechería de don Lisandro, con sus cantinas para comprar la leche.
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Seguimos rumbo al cuartel de la policía donde dimos vuelta a mano izquierda, para pasar por las instalaciones del Distrito No 40, allí teníamos que ir a presentarnos para el trámite de la libreta militar. Seguimos hasta el fondo donde pasaba la carrilera del tren que a su derecha conducía al barrio Chorro Tuerto y a la izquierda a la planta de Prosemillas.
Hasta ahí el recorrido, porque en ese lugar estaba la casa de don Ricaurte Castillo, mi amado padre. Al frente de la casa de don Luciano Cardozo, mis recordados suegros. Este recorrido muchas veces lo hicieron los hijos de don Ernesto Lozada, don Jaime Dueñas, don Luis González, don Salvador Piña, doña Alicia Ruiz, don Marzo González, con quienes la vida me premió al darme la oportunidad de poder compartir la cuadra del barrio Restrepo, paralela a la carrilera del ferrocarril.
Podría haber retratado la ubicación de mi casa de otra manera, pero como hoy es domingo y el guayabo me acompaña como en aquellos años de mi juventud en mi querido Armero, lo recorrí desde aquel sitio que nos permitió muchos momentos de sano esparcimiento: la discoteca Los Jaguares.
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