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Nuevo relato de un naufrago

Nuevo relato de un naufrago

Nadar solitario en medio del mar durante cuatro horas mientras se siente perseguido por los monstruos de la noche y por las garras de la muerte, fue un notable esfuerzo por sobrevivir que llevó a Carlos Fernández Ramírez Carvajal a la estrecha lista de los cometedores de hazañas.

En medio de una creciente oscuridad y arropado por el mar y la angustia de morir en medio del océano, sólo tuvo de aliados la luz de la ciudad de Santa Marta que divisaba en medio de borrones a lo lejos, su buena preparación física, su juventud y el deseo de mantenerse vivo a toda costa.

Todo ocurrió en 1970 cuando apenas su calendario se estacionaba en los 20 años y en el momento grato de pasar sus vacaciones de diciembre en compañía de su tío Jorge Ramírez Salazar, conocido como el popular Emeterio del dueto cómico musical que integraba con Felipe y que tenía el nombre artístico de Los Tolimenses.

Este muchacho, a quien siempre el artista quiso como un hijo, practicaba el sky en la bahía tras el motor de lancha que iba siempre detrás del remolque casa del consagrado humorista. Ya cuando la tarde avanzaba para desaparecer en la noche, su transporte apagó de repente el motor negándose a prender nuevamente. A merced de la corriente marina y al borde de las seis de la tarde, Emeterio perdió de vista a su sobrino y se vio envuelto en la desazón que produce el desamparo.

Inútiles fueron sus vueltas por el área hasta que arropado por las olas fuertes, el viento amenazador y la desesperanza, regresó en medio de lágrimas por aquella desgracia que no iría a borrar nunca de su espíritu. Docenas de turistas lo rodearon en la playa solidarizándose ante su relato que él iba hilando sin quitar un solo instante su mirada del mar.

Fue inútil seguir tanto tiempo con los ojos clavados en el ruido de la bahía y en los estertores del agua a lo lejos. Entonces se levantó como un derrotado luego de contratar a un equipo que desde las cinco de la mañana iría a la búsqueda del cadáver. Caminó hacia su camper con la lentitud de un minusválido por dentro y por fuera, hasta que la presencia de Carlos Fernando ahí, extenuado pero alegre, le pareció un sueño fantástico arrancado del corazón de la esperanza.

Pero no eran alucinaciones sino el mismo perdido en carne y hueso que a las diez de la noche resucitaba para encontrarse de nuevo con la vida tras cuatro horas de un esfuerzo titánico. Ya parecería un lejano recuerdo su odisea de nadador en la mitad del peligro, en el contacto con los animales que lo rozaban para producirle pánico, en el fastidio frente a las algas marinas que se enredaban en sus brazos, en el cansancio que lo obligaba por instantes a sentirse vencido, pero siempre las luces de la ciudad más nítidas y cercanas como si se aproximara al paraiso. 

Por Carlos Orlando Pardo Rodríguez.

Escritor y Periodista

 

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