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Los gallos de Darío Gómez, el del Líbano

Los gallos de Darío Gómez, el del Líbano
Por Óscar Viña Pardo

Para los que no sabemos de peleas de gallos encontrar un campesino del Líbano, Tolima, recorrer muchos kilómetros para vender sus ejemplares causa curiosidad, más cuando nos vislumbramos por el plumaje, movimientos acrobáticos en el ruedo, donde una danza alegórica de vuelos cortos y saltos marca el espacio entre la vida y la muerte de dos aves que se cierran en un combate infernal.

Darío Gómez, un campesino neto, flaco y desgarbado, de 50 años, a las 12 de la noche, en el terminal de transporte de Neiva, lleva en guacales con gallos finos para municipios como Garzón, Neiva o Bogotá. Lleva cuatro años en este rito, surtiendo cuerdas de otras localidades, espera bus para dirigirse a algún lugar.

A este hombre le gusta escuchar la música de su tocayo, el cantante del despecho, cuando llega a los municipios donde la pelea de gallos es un “deporte”, como una forma de disfrute del ser humanos, donde no solo se juegan dinero, casas y fincas sino hasta las mujeres, especialmente en los palenques mexicanos, donde las rancheras y especialmente los corridos, cuentas las historias.

Darío Gómez, el del Líbano, es silencioso y casi taciturno, muchos pensaríamos que con su verbo haría la labor desde la palabra para venderlos, pero nos es así, muy atento recorre el lugar y empieza a ofrecer sus gallos sacando todos los ejemplares en los alrededores del redondel, los que tienen un precio mínimo de 120 mil pesos y un máximo de 150 mil. Esos gallos no salen de una al escenario donde pueden perder la vida en cuestión de segundos, son probados por sus compradores a través de “sparring" u otros gallos que corren mejor suerte porque solo sirven para que los peleadores tengan mayores destrezas en su momento cúspide.”Mis gallos hablan por mi y se venden solos”, dice.

Y es que si tiene suerte puede tener un máximo de 6 gallos para la venta cada vez que sale de su casa a aventurar con estos animales, esos que alimenta como cualquier otro gallo o gallina, con maíz partido, panela, trigo, cachaco o guineo. La casta siempre la da la gallina dice Gómez, quien las cuida como si fuera la gallina de los huevos de oro. Y cuando llega casa a dar cuentas a quien cuida las gallinas en su ausencia.

Esta labor traída por los españoles desde la colonización, ya se conocía en Así y China desde hace más de dos 600 años, y en la antigua Roma eran considerados símbolos de vigor y fuerza.

Este criador de gallos que no tiende cuerda específica (marca de casa de sus aves), no es aportador, sabe que es riesgoso y puede perderlo todo, lo ha visto en las galleras donde ha estado; entre el bullicio, el alcohol y las mujeres apasionadas que llegan al éxtasis, y hasta perder todo lo que han conseguido en su vida. El criador de de gallos finos ha sido testigo de que algunos apostadores, enemigos en la arena y luego amigos cuando salen del lugar, finalizan el uno prestándole dinero al otro para el transporte de regreso a casa o para el desayuno del otro día.

 

[caption id="attachment_2560" align="aligncenter" width="768"]img_8815 Darío Gómez[/caption]

 

Gómez, dice que uno de sus ejemplares llegó a ganar 16 combates, dejando buenos dividendos para su comprador. Era un gallino tabaco, gran ejemplar que por sus colores impactaba a los asistentes a las galleras. Darío no tiene la escuela de gallero que hay en muchos lugares del país donde un animal puede costar millones de pesos como aparece en la novela del mexicano Juan Rulfo, y no le importa; su oficio es ser un campesino feliz al que le queda tiempo para criarlos como le dicte el corazón.

Darío, hasta alturas de su vida, está preocupado porque el surgimiento de los movimientos animalistas y defensores de animales, están acabando con esta tradición, según él, que para muchos de nosotros es salvaje, pero para otros es la vida, su pasión y el disfrute de sus días; y aunque, no vive de los gallos, si de las gallinas ponedoras que le dan una plata extra cada tres meses, que su negocio es uno de los más antiguos del mundo y que así sea clandestinamente supervira.

“Hay personas que necesitan de emociones fuertes para vivir, y mientras esto exista, siempre habrá un gallo de pelea y un ruedo donde presenciar todo este rito”, dice finalmente Darío Gómez, el del Líbano.

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