Historias
Llegan los vientos de agosto, regresan las cometas
Por Oscar Viña Pardo
Nada más hermoso que ver un niño corriendo con su cometa de papel y poco de hilo, son momentos inolvidables para la retina de sus padres o demás familiares que ven en ese instante un halo de libertad, un momento de gloria y felicidad.
Recuerdo mis años de infancia cuando con papel periódico en algunos casos, en otros con papel chachirulo o plástico, 2 trozos de madera simétricos, goma y tijeras armábamos las cometas para luego salir a volarlas. La clave de todo estaba en la medida perfecta de los ángulos de pegue, porque si se acertaba la cometa no tenía posibilidades de coletear.
El tiempo ha pasado, y son pocos los que arman las cometas artesanales o caseras. Ahora la capital musical se adorna de cometas de diferentes formas y colores, decoraciones perfectas que nos recuerdan que agosto es el mes de los vientos, es el mes de las cometas y panderos.
De acuerdo con un informe publicado por el diario La República, las personas invierten en promedio 36 mil pesos en una cometa, recursos que se suman a los fines de semana que salen a divertirse y compartir en familia como lo hacen los González, Aristizabal, Parra, Pérez, por nombrar algunas.
Las cajas de compensación se convierten en protagonistas centrales de esta actividad al ofrecer espacios abiertos sin líneas de conexión eléctrica, y con otros atractivos. El cielo se viste de colores, y los hilos a la distancia se pierden, algunos logran esa conexión espiritual donde no existen problemas, solo esa sensación de libertad y admiración
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Para otros como los Molina, es un mes lleno de nostalgia, todos se crecieron y esa actividad que hacian en conjunto con sus padres y hermanos quedó en el olvido, y aunque intentan con los que quedan al menos reunirse un fin de semana, se evoca a esa papá que era el promotor de esta integración familiar.
Elevar cometas es también un acto social sin precedentes en nuestra región, porque no solo une familias o vecinos. Nos permite conocer a otros que tienen ese mismo sueño de compartir, de dejar a un lado el celular y reír por un rato, gracias a ese movimiento brusco o fuerte en donde la cometa pide más hilo o cae en picada destrozándose por completo.
Este mes, cuando regrese a Ibagué, trataré de elaborar una cometa pequeña para mi nieto de 3 años, espero verlo correr por el parque y que sienta esa sensación que aún retumba en mi memoria cuando salíamos con mi hermano mayor y mi madre a sentir el viento en nuestras caras, a creer que hacíamos parte de esa cometa que acariciaba el viento. Y guardaré ese nuevo momento y no pararé de apreciar su mirada en ese pedazo de papel que se convierte en parte de extensión de su cuerpo.
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