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“He tapado más de 20 mil huecos en Ibagué”

“He tapado más de 20 mil huecos en Ibagué”
Quizá usted alguna vez haya visto a este hombre tapando innumerables huecos en Ibagué. Durante los últimos 10 años, ese ha sido el oficio de Luis Alberto Barreto, un ibaguereño que se dedicó al particular oficio, después de que lo despidieran de su trabajo como conductor de buseta en las empresas Cotrautol y Cotoltrán (hoy en día Expreso Ibagué).

 

En aquella época, esa fue la peor noticia que le dieron a Luis Alberto, pues su esposa estaba enferma y necesitaba una alta suma de dinero para pagarle el tratamiento médico. Adicionalmente, tenía que darle de comer a su hija de dos años y responder por otro retoño que estaba próximo a nacer.

 

Un día cualquiera, mientras caminaba por las calles de Ibagué pensando desesperadamente en lo que se iba a poner a hacer para obtener dinero, sintió que Dios le habló. Emocionado, escuchó atentamente la voz del padre celestial que hizo fijar su mirada sobre un montón de escombros y un hueco que estaba en la vía. Desde ese momento, Luis Alberto supo que su profesión de ahí en adelante iba ser de tapahuecos.

 

“Después de eso, Dios me dijo que fuera a una vulcanizadora a conseguir una pala para empezar a tapar ese hueco. Insistí en varios lugares hasta que por fin un señor me prestó la pala propiedad del suegro”, relata.

 

[caption id="attachment_4403" align="aligncenter" width="600"]TAPAHUECOSOK2 La primera pala de Luis Alberto le costó 3 mil pesos. FOTO: EL CRONISTA[/caption]

 

A Luis Alberto lo conocen como el ‘enjabonado’ por su cabello de color blanco. Al principio, cuando empezó a tapar huecos y pedir monedas a los conductores que transitaban por donde se ubicaba, sus excompañeros buseteros le decían que se dedicara a otras cosas, sin embargo, este les respondía que lo dejaran trabajar porque necesitaba mantener a su familia y los mandaba a callar.

 

A pesar de las humillaciones que sufrió por el nuevo trabajo, Luis Alberto no olvida que en su primer día como tapahuecos logró ganar 70 mil pesos. Con parte del dinero pudo comprar su propia pala, que le costó en ese entonces 3 mil pesos, para así ponerse a 'camellar' en forma.

 

“Al llegar a la casa, le conté a mi mujer lo que me había puesto a hacer. Después de escuchar la historia me dijo que cómo se me ocurría hacer eso tan vergonzoso, pero al ver que me había ganado buena plata se puso contenta y me dio un beso.”, indicó.

 

Poco a poco, Luis Alberto se fue moviendo por las deterioradas calles de Ibagué; su campo de acción era realmente inmenso.

 

“Yo comencé a conseguir rotos en forma y la gente me decía: ‘Vaya enjabonado a tal parte para que tape esos huecos’. Eso habían rotos por doquier. Fueron pasando los días y la gente me daba buena platica, que me permitió pagar deudas de la casa y recibir hasta mercados.”, cuenta con emoción.

 

Luis Alberto asegura que la zona en donde mejor le va es en la vía que conduce al Cañón del Combeima. Allí, logra recaudar de 50 a 70 mil pesos, los domingo y festivos. Entre semana tiene varias ubicaciones: detrás de Mercacentro número 4 y en la paralela de la carrera quinta, antes de llegar a la calle 60, donde regularmente se gana entre 20 mil y 30 mil pesos.

 

Desde que inició hace 10 años su labor, el ‘enbajonado’ dice que ha tapado más de 20 mil huecos en toda la ciudad; unos más profundos que otros, de varios tamaños y formas.

 

La jornada laboral inicia a las 9 de la mañana y finaliza a las 6 de la tarde. El almuerzo se lo lleva el hijo de 15 años, que está próximo a estudiar una carrera profesional en la Universidad del Tolima.

 

Luis Alberto vive en el barrio El Triunfo de Ibagué en una casa que un hermano generosamente le regaló. Las monedas que se gana a diario, se van en la cuota del crédito gota a gota que tuvo que sacar para realizarle varios arreglos a su vivienda.

 

A lo único que le teme el personaje de esta historia es que lo atropelle un carro o que un día amanezca y no se pueda volver a levantar. Mientras que eso no pase, seguirá ayudándole a la Alcaldía a tapar huecos y diciéndole a los conductores que pasan todos los días por su lado: "una monedita por favor".

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